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La rebelión de los negros

Jueves, 11 de junio 2020, 02:24

El color de la piel sigue marcando diferencias insalvables en los Estados Unidos. Las leyes hace tiempo que han eliminado todo resquicio de discriminación, pero en la práctica todavía está muy lejos la igualdad. Y no solo en su economía. Una buena parte de la sociedad blanca continúa despreciando a los negros y la práctica totalidad de negros es consciente de que siguen siendo inferiores.

La desigualdad económica es evidente y, aunque también hay negros ricos, la pobreza, cuando no la miseria, se ceba en su mayoría. Las oportunidades existen, pero a veces más con carácter testimonial que real. Lo reflejan el cine y las series de televisión: casi siempre incluyen algún negro en los repartos como si se tratase de cumplir un cupo. Igual pasa en otros campos.

Lo que está ocurriendo estos días en muchos Estados es algo que no sorprende a quienes conozcan de cerca la situación. El descontento de los negros, que aumenta conforme mejora su formación, no es nada nuevo: nunca dejó de existir. Una tradición de ser de diferente clase se transmite de generación en generación y, además de indignación, genera entre los afroamericanos una enorme susceptibilidad heredada. Incidentes como los actuales ocurren con frecuencia en algún Estado, pero pasan inadvertidos internacionalmente. Lo que está ocurriendo ahora es una auténtica rebelión, más propia de un país tercermundista que de la primera potencia mundial. Pero en los Estados Unidos, con su gigantesca capacidad en casi todos los órdenes, se olvida sistemáticamente implantar una política que saque a las clases más desfavorecidas de su precaria y humillante situación.

En las últimas décadas hubo administraciones que se tomaron más en serio la búsqueda de la igualdad racial. El caso más evidente fue el Gobierno de Obama por razones obvias. Pero cuanto se avanzó entonces en mejoras sociales y estímulos a la igualdad, se frustró con la entrada en la Casa Blanca de Donald Trump. Con la política Trump se incrementó el odio que estaba latente.

El presidente incluso planteó el despliegue de las Fuerzas Armadas por las calles: como si se tratase de una guerra civil. La sensatez de los militares desautorizó su poder. Lejos de buscar soluciones susceptibles de calmar los ánimos de los que protestan, sus palabras y actitudes contribuyeron a enconarlo. Menos mal que en su entorno hay algún funcionario sensato que seguramente sabe que para lograr la paz, a los que se rebelan contra la injusticia, lo peor es amenazarles.

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