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Querámoslo o no –y obvio es afirmarlo con rotundidad-, bien que nos gustaría tener la mente ocupada en otras cuestiones, colonizada ahora exhaustivamente por la pandemia de la Covid-19, responsable de la mayor crisis sanitaria de los últimos cien años. Semejante contingencia ha supuesto un vuelco total, por inesperado, en nuestro modo de vida hasta ahora. En mitad de la vorágine que nos ocupa, enfrascados en superar los graves condicionantes de la infección, debemos atisbar el futuro tan diferente que se barrunta en el horizonte inmediato. Y prepararnos para el descomunal cambio que se avecina, en el que nada volverá ni de lejos a ser o parecerse a lo anterior. Las circunstancias económicas y sociales de enorme gravedad que se atisban son de una complejidad tan extraordinaria, que obligan a replantearnos de forma radical nuestro estilo de vida tal como lo veníamos desarrollando hasta hace nada. Sean bienvenidos los estímulos, los acicates trasladados mediante esos cotidianos mensajes de ánimo, tratando de levantar el espíritu abatido, descorazonador, tras un penoso y larguísimo periodo de confinamiento. Esos mensajes mitigan un tanto la tristeza imperante, aunque no evitan cavilaciones por fuerza pesimistas ante tan sombrío horizonte.
En líneas generales, con las consabidas desigualdades, la sociedad se desenvolvía con relativa calma –superando con esfuerzo otra reciente crisis económica–, pero se va a ver sometida a tremendas convulsiones, ya sea directa o indirectamente, pues, como ha puesto de relieve esta pandemia, todo está interconectado. En diferente grado, los grupos sociales van a sufrir las consecuencias de este desgarro monumental en expectativas, modos y costumbres de vida. Esta infección viral se ceba con preferencia en personas vulnerables, sobre todo ancianos, y aquellas otras con alteraciones asociadas a su estado basal de salud. Entre ellos, los enfermos con cáncer, proclives a sufrir sus consecuencias, dada la merma en su sistema inmunitario. No se trata de un colectivo aislado en una burbuja. Familiares, amigos, nosotros mismos estamos implicados en esa diana a la que apuntan caprichosas las flechas del azar.
Cabe, en otro sentido, considerar las repercusiones en la enfermedad de los problemas de índole psicológica, social y económica. De suerte que, una vez superada la etapa estrictamente infectocontagiosa, será imperativo reprogramar las ayudas que se les otorgan, más allá de la asistencia sanitaria. Una cuestión hacia la que orientan de modo permanente sus esfuerzos entidades como la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que basan su empeño en prestar ayudas sociales y de voluntariado, así como destinar fondos a la investigación, y que verá notablemente reducidas las aportaciones que recibe para la impagable y altruista dedicación de sus juntas locales, voluntarios, asociados y colaboradores. Quedarán privados de centenares de actividades que se desarrollaban a lo largo del año, por todo el ámbito de nuestra comunidad autónoma, para recabar fondos que contribuyan a cubrir todas las necesidades.
El impacto económico del cáncer en nuestro país –expuesto recientemente en un informe con motivo del Día Mundial, el pasado 4 de febrero, en un exhaustivo documento realizado por la AECC– estimaba que, de modo global, el coste total de la atención a las neoplasias en España era de aproximadamente 19.300 millones de euros. De este montante, alrededor de un 45 por ciento recae sobre las propias familias afectadas, en cuestiones de tipo económico laboral y de supervivencia básica y cotidiana. Hablamos de días perdidos de trabajo, bajas laborales, gasto en medicinas, desplazamientos y necesidades sociales para casos extremos, sobre alimentación y vivienda. Con esta nueva situación de crisis, va a aumentar el número de personas necesitadas de recursos y apoyo. Ante esa inminente emergencia, la Asociación Española Contra el Cáncer ha decidido, con carácter inmediato, aportar 3 millones de euros adicionales, para atender necesidades puntuales urgentes de familias con cáncer y en situación de vulnerabilidad social.
Para poder revertir la situación del día siguiente al fin de la epidemia, será necesario persistir en el empeño de colaborar con la AECC desde cualquier ámbito, bien con aportaciones voluntarias de tipo económico o mediante la práctica tan loable del voluntariado. A disposición de todos está el contacto permanente a través de nuestro servicio telefónico de ayuda al paciente: Infocáncer 900 100 036. La esperanza –que demandamos en todas nuestras comparecencias– la reiteramos ahora para superar un trance amargo, añadido al ya de por sí penoso de padecer otra enfermedad. En este caso, un cáncer.
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