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El tiempo está grisáceo, borrascoso, como si el cielo hubiera pasado una mala noche y se dedicara a pagarlo con el nuevo día. Apenas queda ... firmamento en el paisaje. Surge en mí la duda: ¿qué calzado me pongo? Unas 'chuck' imposibles, se empapan al primer suspiro. Toca ponerse las 'trench'.
Me aseguro de que la entrada está activada y de que tengo batería en el móvil. Me la ha regalado la galerista Ángeles Baños. Como ya comenté en el anterior artículo, estuve en Badajoz. En aquella ruta pacense, hice una visita a su galería. A la tarde, ella vino a ver 'Geometría interior', mi 'expo' en Fundación Badajoz, que ha pasado por Mérida, Badajoz y culmina en Zafra, en el Espacio Cultural Santa Marina. Es lugar emblemático, como la preciosa Verónicas de Murcia, desacralizado para Dios y sacralizado para el arte. La capacidad de movilización cultural de Badajoz me impresionó, ya lo dije, pero lo de esta Fundación en particular es brutal, verdadero motor de actividades.
Me voy a Ifema bajo la lluvia. Me adentro en ese recinto arquitectónico que más parece para feriantes de cemento que una miniciudad de negocios expositivos. En todo caso lo que importa es el contenido. Vestido como un detective de almas y monedas entro en ARCO.
Siempre 'flâneur', ni se me ocurre coger un mapa de itinerarios. Si algo se me da bien, es fingir que la vida no va conmigo. No porque no me interese, todo lo contrario; es para poder disfrutarla mejor; para que no se dé cuenta de que la observo. Así la veo en lo que es, sin afectar su espontaneidad. Me voy, pues, adentrando en cada stand y en dichosa ventura salgo sin ser notado. Por el rabillo del ojo, veo que en una galería están sacrificando a un antropoide. Me dirijo a ver el espectáculo al unísono con otros asistentes de aspecto y sonido germánico: Se apartan un poco, por si les salpica el cuadro. Maravillosa arpillera de Manolo Millares, el más grande.
Continúo camino en principio en busca de más clásicos: Tropiezo con Uslé: me ralla la cabeza, normal. Nunca olvidaré 'De luz y sangre', su trabajo en Verónicas. En Ifema pierde, claro. Pero estamos en una feria. Jordi Teixidor aguarda en una esquinita maravillosa, con obras de los 70, en el stand de NF. Me adentro en J. de la Mano: Un José María de Labra y dos Jesús de la Sota maravillosos. Finalizo la etapa clásicos e indago entre los menos clásicos y más jóvenes. Penetro, secretamente, en la zona murciana, la más feliz. Aquí la gente se ríe y se hace fotos. Artnueve y T20. Como ladrón en la noche disfruto de los estands. Mucho nivel. Particularmente me entretengo en Pividal, FOD, Navarro, Carbonell... cito de memoria, perdón.
Pero de repente se me acaba el anonimato: Emilio Gañán me descubre. Un abrazo y el resto de la jornada la caminamos juntos.
Para el final, lo mejor del día. Una obra de Aberlado Gil, y que me disculpen la ignorancia, pero no tenía ni idea del mismo. Después de varias horas de ejercitar los ojos, de repente lo que me llama la atención es un sonido especial, que no tiene nada que ver con el gentío del evento. El origen de esa musiquilla es incierto. Me guío por el hilo invisible de las ondas y entro en la salita del estand. Ahí, ocultas a la vista del público, dos tinajas de barro, sin esmaltar, preciosas, giran en direcciones opuesta rozándose en un único punto. Es hipnótico y a la vez irónico, pero con una ironía buena, sin reticencias ulteriores. Es admirable cómo dos utensilios tan primitivos emiten una música tan delicada al danzar. Son dos planetas de barro, amantes que se rozan y dejan caer de sus labios estrellas de polvo, como nuestro destino.
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