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Conozco el secreto de Rafael Canogar. No sé si lo revelaré en algún momento de este artículo. La cortesía, desde luego, me obliga a ello; la credibilidad, también. Es secreto de enjundia, de esos que interesan a todos por su cualidad de vital, de existencial.
Hace unos días se inauguró en CentroCentro la exposición 'Rafael Canogar. [I]Realidades [Obras 1949-2024]'. La 'plaza' estaba abarrotada. Había gente de todas las edades. A mí la obra de Canogar me gusta tanto como su actitud: es elegante todo el tiempo. Creo que nadie ha gesticulado ni gritado de dolor en un cuadro con tanta distinción como Rafael Canogar. Cuando uno pinta un cuadro gestual, o de crítica contra la violencia, por ejemplo, puede recurrir al feísmo, a lo barroco, a lo bronco sin caer en lo vulgar. Pero es que, en el caso de Canogar, ni siquiera ha necesitado recurrir a la inmediatez del monstruo para hacer trazos llenos de belleza en donde el monstruo está, sin lugar a dudas, pero se tiene que esperar sentado en su brutalidad, retenido por el halo de elegancia con que se contiene siempre en sus cuadros.
Dicho todo lo anterior, el paciente lector ya habrá calculado que yo también me personé en la inauguración. La tarde estaba lloviznosa. El español, en estos casos, suele echarse para atrás y no acudir al evento. No fue el caso. Allí estábamos todos, felizmente acumulados como muchedumbre. Las sillas estaban copadas por los meritorios tempraneros. El resto, en pie y sin visibilidad posible, escuchábamos la inauguración. Hablaron la directora de CentroCentro, Julieta de Haro, el comisario, Alfonso de la Torre, y el protagonista, Rafael Canogar.
Tras la inauguración, se abrió la exposición a asistentes y fotógrafos. Allí que nos fuimos todos, procesionando, felices. Uno, inmediatamente, se daba cuenta de que estaba ante un evento mayor. Ésta no es una exposición más de Rafael Canogar: es una lección de vida y de historia de la pintura española contemporánea. La pintura no sólo no ha muerto, es que no la va a matar nadie. Altamira nos ampara con su desgarro protector.
El pintor cumplirá noventa años en 2025. En un momento de la inauguración, estuvimos hablando. Coincidimos en que había sido un acierto total del comisario poner al principio de la exposición las últimas obras, en lugar de hacer algo más cronológico. Eso muestra al visitante que el pintor sigue en la brecha, y en plena forma. En un momento de la conversación, le dije: «Rafael no le cuentes a nadie el secreto». Él me miró, y dijo amable y sonriente: «¿No?». Bueno, y vamos entrando ya a lo que imagino interesa al paciente lector que ha llegado hasta aquí. Le pedí al pintor algo imposible, porque estábamos rodeados por su secreto. Cada pintura es la manifestación del secreto.
Canogar cuenta que, de jovencito, pintaba un cuadro cada día sobre el mismo lienzo. Así ahorraba y aprendía. Es decir, pintaba un cuadro y al final, con la espátula, lo barría para pintar uno de nuevo. Pues bien, creo que aquí ya está todo el futuro Canogar, aquí está el secreto, aquí ya es pintor porque ya conoce el arte de la vida, a saber, hacer que cada día sea una nueva aventura creativa, sin perder la conciencia de que el soporte acumula tiempo, pero no debe contener residuos. Eso es Canogar: un nuevo comienzo perenne.
Salí feliz, con esa felicidad que se convierte inmediatamente en melancolía. La fachada de CentroCentro estaba iluminada con tonos canogarianos, como de un escarlata líquido. Miré hacia el Paseo de la Luz abajo, hacia Atocha, donde el Museo Reina Sofía, ensimismado y oscuro, parecía sentir envidia. Él, que tiene las grandes obras de aquella generación de pintores españoles irrepetibles, sueña con que alguien los rescate de sus oscuros almacenes y los muestre a sus legítimos dueños: los ciudadanos de este país. Imaginad, amigos, salas con obras de Millares, Saura, Canogar, Feito, Rueda, Torner, Zóbel. Una democracia tiene el derecho y la obligación de construir el relato adecuado de su cultura, y para ello, las instituciones deben traer a la luz los capítulos artísticos que la han construido. ¿Almacenar nuestra excelencia?
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