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Se viene artículo de esos de 'yo ya lo dije'. Y bien que lo siento, porque este tipo de artículos casándricos suelen tener siempre un ... aire mezcla entre voz gruñona y retintín de listillo postrero. Y bien que lo siento, redigo, pero créame el paciente lector que el sentimiento no es de gruñón ni de listillo, sino más bien de impotencia y frustración. ¿De qué sirve tener razón veinte años después?
No sé ustedes, pero yo estoy muy preocupado. Las piezas se van encajando para desatar una Tercera Guerra Mundial. Y ahora leo y escucho a tipos que antaño calificaron mis posturas nada menos que de fascistas, subiéndose al carro de la necesidad de armar a Europa. '¡A buenas horas, mangas verdes!' es refrán que se aplica al necio y/o al retardado, que viene a ser lo mismo y medio más.
Durante años, hasta ayer mismo, hasta esta segunda victoria de Trump y la microguerra mundial en potencia que simboliza Ucrania, en este país había pensadores de brillosa alcurnia que te calificaban de fascista si defendías ideas y políticas que, de haberse implementado hace dos décadas, hoy no estaríamos con estas prisas, que son malas consejeras.
Leo y escucho con gesto sardónico esta semana que algún que otro tardoiluminado, de repente, se ha hecho 'fascista' del tipo que, al parecer, éramos algunos cuando ellos mismos nos insultaban de tal, siempre en privado, quiero decir, por la espalda.
Hubo personas que, generosamente, me propusieron un debate público académico sobre 'Un largo día', que es el libro juvenil «fascista» y «reaccionario» al que vengo aludiendo. Por alguna razón, ciertas personas de la veneranda institución que iba a acoger el encuentro lo suspendieron sin siquiera dar una explicación. El debate se disolvió como un azucarillo en lengua de víbora. Yo agradecí el cerril gesto de los cerrajeros. Eso me indicó que iba por el buen camino y que, tal y como dice el lema de mi Alma Mater, tenía que «poner corazón al conocimiento» y no dejarme llevar por la indignación.
Para que nadie pueda decir que donde dije 'digo' ahora digo Emilio digo Diego, transcribo aquí algunos de los «fascistas» y «reaccionarios» párrafos del libro que, me parece a mí, ni eran fascistas ni eran reaccionarios, sino más bien cosas bien sensatas. Y lo hago porque el libro no lo va a leer nadie (tampoco hace falta, no nos pongamos estupendos), pero el fragmentillo, al menos, podrá llegar. Hay un capítulo que se titula 'Fuerza y valor'. Dice estas cosas:
«Europa debiera convertirse en el contrapeso normativo de EE UU, pero para imponer un valor, es esencial la fuerza, tanto para acreditarse ante los amigos, como para hacerse temer del enemigo. Pensar que Europa puede ser un poder moral para el mundo, incluidos los EE UU, y que, justo por eso, no es necesaria la gestación de un ejército de la Unión Europea, es ilusorio por contradictorio... Sin fuerza, además, EE UU jamás reconocerá el papel regulador de Europa –simplemente, lo despreciará–. No se trata de una... escalada estúpida y suicida frente a EE UU, sino de la creación de un nuevo ejército. Sin un ejército fuerte, unitario, Europa no puede aportar prácticamente nada al panorama internacional. El mejor modo de ejercer el papel normativo es contar con un ejército de paz, que haga a Europa visible y fuerte, con capacidad real de intervención... Así, pues, sugiero que un ejército de paz es un proyecto que puede hacer más por la cohesión social europea... que todos los intercambios universitarios e intelectuales posibles, que siempre hieden a ese despotismo ilustrado, tan vivo todavía hoy, que piensa que a través de la educación y el intercambio de cerebritos los europeos llegarán a sentirse, de nuevo, como una única comunidad. Quienes combaten juntos, se hermanan; quienes estudian codo con codo, se codean».
Yo era un simple becario cuando escribía esto; y algunas cátedras se mofaban despectivamente. Hoy les leo cosas, les escucho. Siento asquillo. Por la cerrazón de aquellos sabios, que han dominado el alma de los pueblos, quizás mañana correrá la sangre de nuestros hijos.
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