Quiero una isla
LA VEREDA DEL CAPITÁN ·
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¿Por qué tal deseo si se pueden pedir dos años de vacaciones?No solo la deseo, sino que la necesito. Una isla. Solo para mí. Llámenme egoísta, pero no la quiero compartir. Habíamos recuperado el silencio en los primeros tiempos de la pandemia. Las calles enmudecidas. La gran mayoría de la gente contenida, controlada, circunscrita al perímetro ... hogareño. El alboroto, sin embargo, ha ido en aumento conforme han vuelto las aglomeraciones y sentimos de nuevo la necesidad de vivir como en los felices años 20. ¿Por qué una isla si podría pedir también dos años de vacaciones? Esto último debería pensarlo más en serio. 'Dos años de vacaciones', de Julio Verne, era una novela que leía mi hermano cuando era prepúber y de la que yo me apropié. Guardo el ejemplar como uno de los objetos más importantes de nuestras vidas. Cuántas veces habremos querido ser nosotros como esos chavales de esta ficción que eran abandonados en un territorio desconocido y cuya supervivencia dependía únicamente de ellos.
A las idílicas Baleares entra todo quisque en pandemia, sobre todo teutónicos, a los que Woody Allen, siempre metiéndose en charcos, hace un abrasivo guiño en 'Misterioso asesinato en Manhattan' con aquello de «cada vez que escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia». No son tiempos para gastar bromas, y menos con nazis y judíos, pero el caso es que Mallorca no sería la isla que estoy buscando. Ni siquiera aquella a la que van los tentadores con sus afiladísimas cornamentas y sus chupetones en el cuello después de tanto baile de carnaval.
La isla que quiero es un lugar que quizás no existe. Yo ya conocí alguna en la que me hubiera quedado una temporada. Una de ellas es Navarino, allá en lo más austral del cono sur, la de los pueblos yaganes –los primeros misioneros quedaron espantados por sus cabellos enmarañados, sus voces discordantes, sus saludos poco amigables–, a la que podía haber llegado desde Tierra de Fuego, pero el tiempo no es elástico y las noches, sin preguntarnos, se alimentan de los días. Otra isla que recuerdo es Elefantina, en el Nilo, al borde de Asuán; su contorno, desde una faluca, era tan sugerente como los muchachos que nadaban hasta nosotros para pedir limosna tarareando 'porompompero'. Otro de esos pedazos de tierra soñados en Chipre es Kyrenia, un puerto desde el que zarpar a quién sabe dónde. Quimeras, nada más.
Tantos lugares nos esperan. ¿Y cómo lo harás si es imposible viajar? Ahora que no puedo ir a Tabarca, la única posibilidad de una isla, con permiso de Michel Houellebecq, podría ser todo libro que nos invite a descubrir un mundo más allá de nosotros.
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