Vox no quiere mujeres libres
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MAPAS SIN MUNDO ·
El 'paradigma Castilla y León' es el modelo que, con toda probabilidad, se repetirá en varias comunidades autónomas y centenares de ayuntamientosA tenor de las políticas practicadas por la ultraderecha cada vez que toca o roza poder, no cabe duda: Vox no quiere mujeres libres. La ... imagen que este partido tiene sobre la mujer deriva del mito judeo-cristiano de Lilit –la esposa díscola de Adán, que desobedeció la ley de Dios y que abandonó el Jardín del Edén para robar el semen a los hombres mientras dormían o matar a niños incircuncisos menores de ocho días–. La mujer que deriva de Lilit posee un componente fatal, es rebelde y oscura, no se subordina a la palabra del hombre. Este estereotipo de mujer que atraviesa la cultura occidental vive fuera de la razón y, por tanto, no es fiable. Alguien tiene que cuidar de ella, proteger su cuerpo con leyes y normas morales para que no lo convierta en un espacio de libre albedrío. Ya lo afirmó con contundencia Simone de Beauvoir: el problema histórico de la mujer es que jamás ha sido sujeto. Y, en este sentido, todos los pasos dados por la mujer para lograr su subjetividad han sido interpretados por la ultraderecha como un atentado contra la moralidad y el valor sagrado de la vida. No es casualidad que la mayoría de las prohibiciones sobre las que se fundamentan los regímenes totalitarios incumban al cuerpo de la mujer. Siempre ha sido algo que ha causado admiración y terror a partes iguales –o mejor dicho: en una relación de causa-efecto–. Cuando el cuerpo de la mujer asusta se reacciona contra las libertades fundamentales. En las redes sociales –expresión máxima de los cánones patriarcales de represión–, la desnudez del hombre se tolera; la de la mujer se prohíbe. Cualquier imagen de sangre está permitida; la de la menstruación, no. Todavía prevalecen en nuestro imaginario colectivo las advertencias del Levítico sobre la suciedad y capacidad contaminante del flujo menstrual. Poco hemos avanzado después de miles de años. De hecho, entre el Levítico y Vox no parece haber salto histórico alguno: conviven en la misma retrógrada contemporaneidad.
La mujer es ese ser inconsciente e irracional al que, si se le deja ejercer su libertad, causará estragos sociales. De ahí que haya que gobernar para que las decisiones sobre su cuerpo las tomen jerarquías masculinas. Es lo que pretende y lo que hace Vox. No en vano, el último y triste episodio desencadenado por el vicepresidente de Castilla y León, García-Gallardo, no hace más que reflejar el rencor hacia la mujer que anida en esta forma de pensamiento. Su intención de que las mujeres dispuestas a abortar escuchen el latido del feto o contemplen una radiografía 4D suya conlleva un ensañamiento y un grado de crueldad que son difíciles de imaginar en una sociedad democrática y en pleno 2023. Interrogado por una periodista acerca de un detalle de la nueva normativa, el político de Vox sorteó la respuesta con un categórico y cínico «yo no sé de embarazos». Pocas frases han sido capaces de poner tan de manifiesto el odio hacia la libertad de las mujeres que profesa la ultraderecha. De un lado, el macho legislador se confiesa desconocedor absoluto de lo que es un embarazo; pero, de otro, se siente con la autoridad suficiente como para decirle a las embarazadas lo que deben hacer. Muy típico: el hombre no sabe de embarazos porque eso es 'cosa de mujeres' y, como ya dijo Aristóteles hace unos cuantos siglos, una de las realidades biológicas que deforma el cuerpo de la mujer hasta lo monstruoso es precisamente el embarazo; aunque, como la mujer no sabe guiarse racionalmente por sí misma, debe haber siempre un macho protector cerca de ella que le diga lo que ha de hacer con su cuerpo.
Que la política española se desenvuelva, ya avanzado el siglo XXI, por estos derroteros constituye una prueba evidente de su vertiginoso proceso de degradación. Y lo peor de todo es que el 'paradigma Castilla y León' es el modelo que, con toda probabilidad, se repetirá en varias comunidades autónomas y centenares de ayuntamientos de nuestro país después de la próxima convocatoria de mayo. El Partido Popular es consciente de que dar cobertura a esta vulneración de los derechos fundamentales de los ciudadanos supone perder a la parte más moderada de su electorado, la cual ha asumido con naturalidad todo lo concerniente al aborto y las políticas de género. Pero, al mismo tiempo, su reacción ante tales embestidas de sus socios de Vox resulta timorata por dos razones fundamentales: 1) Porque, a causa de un error histórico nunca corregido, el PP no termina de cerrar definitivamente el capítulo de sus incomodidades con los derechos sociales conquistados; y 2) Porque, debido al papel hegemónico que la economía tiene en sus políticas, todas las conquistas obtenidas en el terreno social son interpretadas como 'asuntos menores' o meras materias de entretenimiento de los políticos pequeños.
Vox no va a dar su brazo a torcer. La libertad de las mujeres les molesta. Todo lo que suponga que esta se rebele contra la ficción del plano natural y se pretenda construir culturalmente como sujeto enerva a una formación a la que solo le interesan los procesos culturales cuando se trata de justificar la legitimidad de las estructuras patriarcales que defienden.
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