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Desde que se inventaron los espectáculos mayoritarios, el público supone el ingrediente fundamental del acontecimiento artístico. Dichos espectáculos nacieron de voluntades creativas que necesitan la transmisión de bellos y emocionantes mensajes. Pero no hay transmisión sin receptores, de manera que, en los teatros griegos, esos primitivos espacios en donde se contaban historias extraordinarias, eran mucho más grandes las zonas dedicadas al espectador que las dedicadas al actor. Pero no había uno sin el otro.
La pandemia que venimos sufriendo medio año, y con la que hemos de convivir no se sabe cuánto más, ha machacado hábitos artísticos normalizados a lo largo de los siglos, como son el teatro y los conciertos de música. Recientemente se podría añadir los toros (sus seguidores ven allí tanto arte como en la interpretación) y los deportes, con el fútbol a la cabeza, pero con parientes tan populares como el baloncesto, tenis, rugby, etc. Todos estos no pasan de ser diversiones, cierto, pero la influencia social que tienen los ha hecho avanzar a lo largo del pasado siglo hasta el primer puesto en la consideración como espectáculos de masas. No importa que sea o no sea arte, aunque no pocos les conceden ese mérito a los regates de Messi, los tapones de Marc Gasol, o los 'passing shot' de Nadal. En cualquier caso, estamos hablando de manifestaciones basadas en la presencia de público.
El público es el motor principal que da vida a cualquier tipo de espectáculo. No solo por la emoción de ser receptor de la representación, concierto o partido, sino porque supone ingresos necesarios para que los artistas, y ahora los deportistas, puedan vivir. Actores, cantantes, toreros, futbolistas, tenistas..., y todos los que rodean su actividad (técnicos, representantes, empleados, empresarios, entrenadores...) resulta que viven del público. Esto pasa desde los griegos, pero está mucho más acentuado en tiempos recientes, justo con la llegada de los grandes eventos deportivos. Todos viven del público. Entonces, ¿qué pasa cuando, por motivos coyunturales, no puede haber público? ¿Qué pasa cuando se vacían los escenarios, los ruedos, los estadios, las pistas...? Pues pasa el desastre. El desastre para todos los que viven de tales actividades, y de sus familias, y para los espectadores que deseen acudir a todos esos recintos.
Sin embargo, no todo es igual en la viña del Señor. No es igual que los trabajadores del teatro vayan al paro forzado que vayan los futbolistas. Ni es igual para los jugadores del llamado fútbol profesional, que para los del no profesional, admitiendo, como se admite, la hipocresía de que los de Segunda B y Tercera juegan por amor al arte, nunca mejor dicho. Los del teatro, y los de la música, necesitan de todo punto el público, que es el que pasa por taquilla y se gasta un dinero que le da derecho a presenciar espectáculos. Sin embargo, el fútbol sí puede sobrevivir gracias a la televisión, aunque sea un palo no contar con la taquilla. Imagino que a Florentino Pérez o al ínclito Bertomeu no les dará mucho gusto ver descender sus ingresos sin público en el Santiago Bernabéu ni en el Camp Nou.
Todos estos escenarios se parecen en la posibilidad de que haya aglomeración de espectadores, uno de los indicios más rechazados por las autoridades sanitarias y por la sensatez. Sin embargo, el teatro, que yo sepa, ha superado con nota el peligro de contagio en las manifestaciones de este verano que agoniza. Ni una infección se ha producido, por la sencilla razón de que ha sido riguroso el control de asistentes, con la realización de protocolos bastantes para que nadie entre contagiado ni con posibilidad de contagiar. Ni entre ni salga. Tampoco en los espectáculos al aire libre que se han organizado en nuestra ciudad y nuestra región ha entrado el virus. Lo que quiere decir que la cultura no mata, lema que se está repitiendo entre el medio.
En el fútbol, espectáculo mucho más masivo, se dice que hasta que no haya vacuna no habrá público. De ser así, es más que probable que muchos clubes del llamado fútbol no profesional, y algunos de los profesionales, no puedan soportar los gastos que originan las plantillas. Una taquilla con telarañas es sinónimo de ruina. Se necesita público. Por no hablar de todos esos partidos que hemos visto en la tele sin espectadores. Una tristeza. Pero es el fútbol modesto el que tiene todas las de perder. Los modestos sufren más las pandemias que los ricos. Como la vida misma.
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