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En uno de sus artículos, el novelista Jordi Soler recordaba que, en 1993, Rafael Sánchez Ferlosio (autor de las inolvidables 'Alfanhui' y 'El Jarama') dio ... una conferencia en la Pompeu Fabra de Barcelona, donde expuso el concepto de 'las cajas vacías', según él, continentes previos a la existencia de futuros contenidos, que exigían la creación de algo para poder llenarse.
El pensamiento ha defendido desde la antigüedad la indisoluble unión de ambos conceptos, continente y contenido, de manera que uno y otro se complementan necesariamente. Una idea que Platón estudió en sus tratados y que han repetido el Arte, la Literatura y el Derecho. La lingüística estructural de Saussure, a principios del XX, utilizó como uno de sus pilares la idea de que todo signo lingüístico se compone de significado (el concepto) y significante (la forma). Una idea revolucionaria que en nuestro tiempo fue aprovechada no sólo por la publicidad (una de las más poderosas formas de comunicación actuales) sino, indeseablemente, por la política.
Volviendo a Ferlosio, el autor sostenía que tales 'cajas' no tenían una existencia real, al contrario que aquellas a las que me he referido y que se concretan en formas artísticas: palabras, textos o sonidos musicales. Había, por tanto, que llenarlas con materiales concretos, pues en sí mismas eran construcciones conceptuales cuya función predominante era exigir la producción de elementos para no quedar nunca vacías.
Supongo que Ferlosio, pensador muy atento a la realidad de su tiempo, pudo extraer esta idea de ciertas técnicas de la moderna publicidad, consistentes en crear las condiciones necesarias para la aparición de un producto.
Es lo que sucede con ciertas campañas dirigidas a vender alarmas y seguros. En este caso, y burdamente, primero se crea el miedo, el pálpito de la inquietud ('A mi cuñado unos okupas le han invadido la casa de la playa', 'A nuestros vecinos les han robado en su propia casa mientras dormían'). Unas cajas vacías que exigen inmediatamente llenarlas con la contratación de una alarma infalible y un fácil y cómodo seguro contra robos. A veces, ni siquiera es necesario crear esas 'cajas'. El Sistema dispone de complejos algoritmos que detectan nuestras pulsiones íntimas, los deseos más profundos, las tendencias, confesables o inconfesables, agazapadas en el interior de nuestra psique y, sin pedirnos permiso, corren a satisfacerlas sacando al mercado los productos que las concreten.
El material del que se valen para tales prospecciones está constituido por todas las huellas que ingenuamente dejamos al albur de las redes: fotos personales o familiares, conversaciones, trinos (por mal nombre 'tuits'), búsquedas de noticias e información en google y wikipedia, tecleos de 'me gusta' en los memes que recibimos... El rastreo de tales huellas deja en poder de las multinacionales de la comunicación un completísimo perfil sicológico de cada uno, listo para ser vendido como consumidor, votante, rebelde o sometido al estado de cosas, enfermo o sano... Individuo, en suma, capaz de ser manipulado, alienado y sometido sin voluntad propia a los dictámenes del Sistema.
La política utiliza estas técnicas en provecho propio. Las campañas electorales y sus programas son las 'cajas', el continente, la promesa de lo que harán los políticos cuando suban al poder con nuestro voto. El contenido, las realizaciones, los hechos no siempre se cumplen y, en ocasiones, consisten en lo contrario de lo que se prometía y no siempre por deseo explícito de engañar, sino por el hecho de que, por encima de partidos y gobiernos, existen poderosas fuerzas económicas globales que dictan las directrices que deben seguirse o, con suerte, los márgenes entre los que puede moverse una acción de gobierno.
Ningún dirigente ni ningún partido se atreverán a tomar la decisión de abolir los hidrocarburos o el abuso de los plásticos, que tanto contaminan, sustituyéndolos por energías renovables y productos inocuos para el medio ambiente, pues serán las multinacionales del sector, cuando estén preparadas, las que decidirán cuándo les conviene el cambio para seguir manejando el mercado de la locomoción, el transporte y los envases. Nadie osará recomendar desde el Poder el consumo responsable, pues los poderes están convencidos de que el progreso consiste en usar y tirar, gastar y consumir y, para ello, es necesario seguir fabricando mercancías innecesarias, en el convencimiento de que cualquier moderación en ese ritmo desenfrenado hará que la economía se resienta.
Conforme avanzan la sofisticación de la tecnología, la inteligencia artificial y los estudios sobre el comportamiento de masas, la sencilla gente de la calle se halla cada vez más indefensa, a merced de intereses que no los tienen en cuenta como seres humanos sino como destinatarios de un mercado en el que son a la vez protagonistas para consumir y esclavos para explotar económicamente los datos de su vida y sus apetencias íntimas. Un maldito embrollo.
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