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En las películas o documentales de los años ochenta, o anteriores, es normal ver a casi todo el mundo fumando. Se fumaba en el trabajo, ... en los aviones, comiendo y hasta en los hospitales. No era extraño que el médico te visitara con el cigarrillo en la boca. Y, por supuesto, también en la universidad donde la mayoría de los alumnos fumaban todo el tiempo en la clase, creando una atmósfera a menudo irrespirable que impedía ver la pizarra a través del humo desde las últimas filas.
Recuerdo con cierta nostalgia algún valiente y tímido intento de un estudiante que anunciaba en los descansos entre clases que tenía asma y pedía que no se fumara. Y la reacción del resto, que, ignorándolo y haciendo burlas, seguía fumando. Yo nunca he sido fumador, así que las sucesivas olas de prohibición de fumar siempre me parecieron muy bien. Y en épocas de transición tuve a menudo enfrentamientos con gentes que seguían fumando en cualquier lugar cuando ya estaba prohibido.
Las prohibiciones son consustanciales a la organización social. Tienen relación con los momentos históricos, políticos y culturales de cada tiempo. Si a mi padre, muy fumador, le hubieran dicho en su juventud, en los años 50 del siglo pasado, que en el futuro no se podría fumar en casi ningún sitio, simplemente no lo hubiera creído. Las molestias al resto de ciudadanos suelen ser una de las razones esgrimidas para asentar prohibiciones. Fumar es claramente nocivo y hacerlo en un entorno concurrido pone en riesgo a los demás. La sociedad interioriza el hecho, los políticos lo implementan y, tras ciertos tiras y aflojas, se suele imponer de manera bastante natural.
Con el tiempo, la prohibición está tan asentada que ya no es necesario ni recordatorios. Un ejemplo podría ser el hecho de escupir en la calle o en sitios públicos. Hace décadas, los carteles con advertencias de 'Se prohíbe escupir' eran muy comunes, pues esa antihigiénica costumbre estaba muy extendida. Ahora, afortunadamente, es difícil encontrarlos salvo en las tiendas de antigüedades.
Las bebidas alcohólicas han sido objeto de prohibiciones completas o parciales en distintas épocas y lugares del mundo. Las razones principales han sido morales o religiosas, aunque sus efectos adictivos y perniciosos para la salud también han jugado un papel. Entre nosotros, su consumo es muy elevado entre los más jóvenes sin que haya una ejecución práctica de ninguna prohibición, ni siquiera de un rechazo social. Algo similar pasa con las drogas, por lo que es probable que en el futuro se relajen aún más las prohibiciones. El caso más notorio es el de la marihuana que, de estar penalizada en la mayor parte del mundo, comienza a ser de consumo libre en muchos lugares.
De todos modos, la tendencia de las sociedades y de sus políticos es introducir más prohibiciones. Y está demostrado que los ciudadanos aceptan casi todo y se acostumbran a cualquier situación por restrictiva que esta sea. España aguantó 30 años sin ver impreso un pecho de mujer desnudo y sin poder leer novelas que hoy parecerían casi infantiles. Pero no hace falta remontarnos tan atrás, al principio de la pandemia se prohibieron cosas hasta entonces inimaginables, como salir de casa o desplazarse a otra ciudad, que se soportaron resignadamente. No somos los únicos, claro. En Shanghái, 25 millones de personas han tenido completamente prohibido salir de sus apartamentos durante 8 semanas. Un arresto domiciliario masivo y extremo. Una de las consecuencias de la pandemia es que ha demostrado que incluso en sociedades con sistemas democráticos se pueden imponer todo tipo de restricciones sin que esto supongo un gran problema a quienes las imponen. Es más, aun cuando las prohibiciones son arbitrarias, siempre aparecen sectores de la población que las aplauden y que muestran una curiosa vocación de vigilantes para asegurar que las normas se cumplan.
Es ciertamente poco halagüeño un futuro donde más y más cosas estarán prohibidas. Hace un tiempo les hablé en estás páginas de dos de ellas. Una que ocurrirá en relativamente poco tiempo será la prohibición de conducir automóviles. La excusa será la eficiencia y la eliminación de los accidentes de tráfico con la conducción automática sin la intervención humana. La otra prohibición que, afortunadamente para nosotros, queda más lejos en el tiempo, será la limitación de los pensamientos. Los sistemas de lectura neuronal harán que nuestros descendientes tengan prohibido imaginar ciertas cosas.
En este panorama, yo les recomiendo que mientras puedan, conduzcan si les gusta y aprovechen esos ratos al volante para dejar volar su imaginación por donde quieran, a ser posible por territorios prohibidos.
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