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La universidad mejor

PRIMERO DE DERECHO ·

La educación también es la seducción de las mentes con la duda, con la crítica, con la fuerza y con la emoción

Domingo, 17 de mayo 2020, 03:17

En un mundo huido de sí mismo, la universidad, como todos, intenta resistir. Ha tenido que tomar decisiones y hacer sacrificios, acertando en ocasiones y errando en otras. Ninguno estábamos preparados y, aunque siga siendo tan fácil como siempre opinar del pasado desde el presente, nadie podía esperar lo ocurrido, ni saber entonces que actuar de otra manera habría sido mejor.

Pero hay que seguir adelante. Todos. La universidad también. Y así ha sido. No soy tan ingenuo –o hipócrita– como para negar que de todo hay en todos sitios, y que algunos habrán respondido mejor que otros, también en la universidad. Que, como en todos los empeños en los que participan miles de personas, habrá diferencias. Que, como en todas las situaciones en las que unos tienen poder sobre otros, habrán dado abusos también. Pero eso ya existía, y por desgracia existirá, con virus o sin él.

Seguir adelante primero significó intentar mantener el curso. Ahora se trata de terminarlo. De nuevo se acertará y se errará, y los nuevos sistemas no funcionarían igual de bien en todos los casos. Hay una incertidumbre inevitable. Y, aunque tengamos que hacer nuestro mayor esfuerzo por seguir así adelante, no me parece que sea lo más preocupante. Cuando esta situación termine, cuando seguir no sea un empeño sino un continuo, lo que nos quede en esa nueva normalidad que a veces tan rara parece será lo que seremos. Y suenan ecos de un futuro que podría ser peor.

Esta semana, el ministro de Universidades respondió en una entrevista que «la obsesión de que no copien es un reflejo de una vieja pedagogía autoritaria. Si copian bien y lo interpretan inteligentemente es prueba de inteligencia». Claro que buscar la información (hasta de la que copiarse) puede ser una destreza, en determinados casos. Pero algo tan sencillo –e intolerable– como que no sea el alumno quien realice el examen, sustituido en la solitaria distancia de su conexión a internet, no parece tampoco preocupar a quien dice «no veo la necesidad de por qué los exámenes requieren cámara abierta, pero yo vengo de otra galaxia académica».

Yo no creo equivocarme cuando confío, mucho, en la inmensa mayoría de mis alumnos. También se da la circunstancia de que tengo la fortuna de haber compartido años con ellos, mientras crecían como personas y juristas. Pero, también precisamente por respeto a ellos, necesito asegurar su igualdad frente a la excepción inevitable del que intentará obtener una ventaja injusta. Una universidad que no se esfuerce por mantener esa igualdad, que no promueva la honestidad intelectual de sus estudiantes, o que no constate el conocimiento y pericias genuinas del mismo, me parece una universidad peor.

Y, sin embargo, puede que eso no sea tampoco lo peor. Mucho más preocupante me resulta que, en la nueva normalidad, «también deberíamos iniciar la evolución hacia un sistema híbrido de presencial y virtual, no solo por razones sanitarias, también por razones pedagógicas». Si eso sucede no será ya un intento de seguir adelante, sino un nuevo presente, en un futuro peor.

Por una parte, persiste el problema de la desigualdad en el acceso a la tecnología, y la desigualdad también en el acceso a los materiales y hasta en las posibilidades que ofrezca el propio hogar, también desigual. Pero tampoco es eso a lo que más temo: lo que más me preocupa es menospreciar la presencialidad como esencia misma de la universidad.

La presencialidad en la universidad es un tesoro extraño, difícil de explicar a quien no lo haya experimentado. Porque, cuando estás ahí, aunque al principio no lo esperes y hasta tardes un poco en conseguir traducir lo que tu instinto entiende, hay una comunicación insustituible en las miradas, en los gestos y en la complicidad que solo se puede generar en una clase. Porque ya existen estupendos manuales llenos de conocimiento, que el profesor solo puede completar aportando una pasión que solo en presencia se puede compartir en plenitud. Porque la educación también es la seducción de las mentes con la duda, con la crítica, con la fuerza y con la emoción. Y no solo porque yo crea que así es mejor para mis alumnos, sino porque así también mis alumnos me hacen a mí mejor.

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