El tiempo y el perdón
PRIMERO DE DERECHO ·
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PRIMERO DE DERECHO ·
Por afrentas del pasado, ninguna nación, ningún pueblo o comunidad quedaría libre de pedir y exigir perdón a todos los demásUna extraña muestra de humildad, o acaso de lucidez, por parte del Derecho es el reconocimiento de la supremacía del tiempo, por encima de nuestros ... esfuerzos de controlar la realidad. Nada detiene el tiempo y, transcurrido tiempo suficiente, siempre acaba imponiendo su verdad, inapelable. Y así queda atrás un pasado que, aunque pueda ser recordado, no debe afectar a un presente liberado de él.
En el ámbito civil, fue un hito en la evolución del Derecho el que las deudas no persiguieran durante generaciones la estirpe de los deudores. Se fueron dando pasos hasta que, en el siglo primero, se permitió de forma general a los herederos forzosos el poder rechazar la herencia ruinosa de sus padres. Ya entonces se entendió que cada generación debía poder emanciparse de los errores de la anterior, y hacerse responsable de los suyos propios.
La sumisión frente al tiempo se da hasta en el ámbito del Derecho penal, donde más cuesta perdonar el pasado (la venganza es uno de los pilares originarios de la cohesión social humana –y también de otros primates–). Transcurrido suficiente tiempo, prescrito el delito, se dejará de perseguir hasta el peor criminal. Pero, no se preocupen demasiado, que en nuestro desvelo constitucional por la reinserción, desde que se promulgó el Código Penal de 1995, hemos ido progresivamente siendo más represivos: desde un plazo máximo para la prescripción de 20 años, hemos alcanzado uno posible de hasta casi 55 años (con lo que podríamos conseguir que, en determinados casos, quien intentara un homicidio con 20 años de edad, pueda trabajar la reeducación y reinserción en prisión una década con 75 años, para salir con 85 como un nuevo ciudadano preparado para emprender una vida mejor).
La actualidad de cada 12 de octubre, sin embargo, parece mucho más estricta que el Derecho. Hasta más reaccionaria que el dios del Antiguo Testamento, que solo castigaba la impiedad de los padres hasta la cuarta generación de sus hijos (Ex. 20:5). Por eso este año vuelve a plantearse si España –o los españoles, o sus descendientes, no lo tengo demasiado claro– debe pedir perdón por algo que ocurrió, con el patrocinio de la Reina de Castilla, en 1492. Poco parece importar que los ofendidos y los ofensores de ahora poco tengan que ver con las víctimas y agresores del pasado.
Desde luego, no debe rehusarse ni la discusión ni la crítica de cualquier pasado, tanto como de cualquier presente. Ni siquiera es incompatible el debate sobre la realidad histórica con la existencia de las historias, aunque puedan ser tan contradictorias entre sí como lo son las ficciones que conforman nuestra cultura. No se trata de si hubo 'descubrimiento' o 'invasión'; o de si fue 'colonización' o 'civilización', etiquetas de una realidad cuyas lecturas, actuales o pretéritas, se pueden seguir debatiendo. Hay luces y sombras, y ni unas ni otras merecen el olvido.
Desde la luz, para el Derecho, hay cuestiones coloniales y raciales tan sorprendentes como la propia creación –y deficiente implantación– de un Derecho indiano que reconocía a los indígenas derechos que nunca antes un poder conquistador había otorgado. Desde la Universidad, no sorprenden menos los apasionados debates sobre esos mismos temas, o la existencia en aquellos tiempos de académicos como Juan Latino, africano negro nacido esclavo en 1518 que, tras alcanzar sus títulos de bachiller y licenciado, fue el catedrático de Gramática latina de la Universidad de Granada durante dos décadas. Cuestiones de un pasado que puede entretenernos, enseñarnos o enfadarnos, pero que muy difícilmente pueden haber sido causadas, ni tampoco sufridas, por los que habrían de vivir medio milenio después.
No parece que tenga demasiado sentido exigir también disculpas al actual alcalde de Roma, por la conquista y explotación de Iberia (y el alcantarillado, y los acueductos, y las vías, el orden público y el vino, ya saben). Demasiado nos costó ver individuos y sociedades libres, con todas las posibilidades del futuro en sus manos, para ahora resucitar las estirpes encadenadas a la culpa de sus ancestros. Es la vuelta al pecado original, abriendo las heridas a través del tiempo, más allá de la realidad, para crear una relación de víctimas y agresores en vez de una de cooperación entre iguales. Por afrentas del pasado, ninguna nación, ningún pueblo o comunidad quedaría libre de pedir y exigir perdón a todos los demás. Si no tuviera sentido pedir perdón, sería absurdo hacerlo. Pero, hasta si hubiera que hacerlo, sería frívolo que se hiciera entre quienes nada tienen que ver con la ofensa a vindicar.
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