Pasado, presente y la ley
PRIMERO DE DERECHO ·
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PRIMERO DE DERECHO ·
Es normal que, cada uno en nuestras vidas, solo giremos la cabeza cuando algo nos resulte útil o nos aporte satisfacciónCuantos más años pasan, más pesa su paso. Se empieza a sentir el tiempo no solo como una aventura hacia adelante, sino también como un ... pasado detrás. En la universidad, aunque se empiece siendo un joven profesor, tarde o temprano se acaba planteando un ejemplo en el que aparece Pryca para notar, medido por muchas miradas confusas, el peso de tu edad. Cambiar el ejemplo a Continente no ayuda; y el error de involucionar hacia Simago, o Galerías, te hunde en la vejez aún más. Recuerdo, también, la primera vez que el fácil ejemplo de la sentencia del Tribunal Constitucional referida a Ana Obregón no encontró en el aula ninguna familiaridad. Y es que, en clase, los alumnos viven en un bucle infinito de juventud renovada en cada promoción, mientras nosotros seguimos avanzando –o, quizá, quedándonos atrás–.
El tiempo siempre se percibe distinto desde encima de la tarima. Lo que puede hacerse aún más complicado cuando es la ley lo que uno tiene que explicar. Sería a principios de 2013 cuando, en mi primer año como profesor, llegué en el temario al Registro Civil. Tenía ante mí una decisión difícil: en ese momento, estaba en vigor la antigua Ley de Registro Civil, de 1957; pero en apenas tres o cuatro meses entraría en vigor la nueva Ley de Registro Civil, de 2011. Aunque lo más completo hubiera sido tratar y exigir ambas normas, me pareció excesivo, por lo que solo se impartió la nueva ley. Error.
Pero la ley no entró en vigor tres o cuatro meses después. Ni tres o cuatro años tampoco. Imaginen cuando en 2020 tuve que explicar a los alumnos la 'nueva' ley, de 2011. Llamando yo 'nuevo' a algo que tenía ya casi diez años, no es de extrañar que me miraran, más o menos, como cuando me refería al Pryca. Y es que la fecha de entrada en vigor de la norma se fue atrasando de 2013 a 2014, luego a 2015, a 2017, 2018, 2020 y, por fin, parece que va a entrar en vigor –pero para implementarla poco a poco, que tampoco hay prisa–el 30 de abril de 2021.
Con esta ley, para hacerlo un poco más interesante, el legislador ha ido concediendo retazos de vigor a algunos artículos de la norma, sin que siempre fuera muy claro qué estaba vigente, mientras convivía la antigua Ley del 57. Y, para complicarlo más aún, durante la década durmiente de la ley, el contenido de la misma ha sido modificado hasta haber tenido unas diez redacciones distintas. Ya podrán imaginar la utilidad extrema de aquella lección mía de 2013, y cuánto aprovecharían mis alumnos su estudio.
Así que, ahora por fin, la ley entra en vigor. Pero, aunque hayan estado esperándolo diez años, es posible que la mayoría de ustedes no sientan ahora una emoción especial. Pocos estarán celebrándolo, y menos aún estarán corriendo a avisar a sus familiares y amigos de la buena nueva (aunque esto de correr para avisar, en vez de usar el móvil, puede que me haya quedado como otro Pryca más). Y, sin embargo, es una ley con la que, seguro, todos habrán tenido trato; y con la que seguro tendrán que volver a tratar.
La ley regula la inscripción de nacimiento, matrimonio y defunción, así como sus certificaciones. Regula el derecho al nombre, cómo podemos llamar y apellidar a nuestros hijos, y cómo estos lo podrán luego cambiar. Regula, en fin, también las inscripciones relativas a la nacionalidad, patria potestad, tutela y otras tantas cuestiones. Ninguna norma espectacular ni rompedora, pero todas reales, cotidianas y, por ello, importantes de verdad. Puede que, de inmediato, lo primero –o único– que noten sea la desaparición de los libros de familia, pero hay mucho más detrás.
Es normal que, cada uno en nuestras vidas, solo giremos la cabeza cuando algo llama la atención. Que solo nos detengamos cuando algo nos resulte útil o nos aporte satisfacción. Nadie que no se dedique al Derecho debería mirar cada día el BOE. Hasta los que nos dedicamos a esto, acabamos centrando la mirada solo en lo que nos interesa. Y, sin embargo, esta ley que al fin parece entrar en vigor, acaso de forma inadvertida para la mayoría, es más importante que la mayoría de cuestiones, efímeras y artificiales, que llenan la actualidad del debate social. Me asusta. Pero no porque los demás no vean esta norma, sino por las tantas otras cosas, igual o más importantes, que no estoy viendo yo hoy.
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