Del río al mar
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Hay nudos gordianos que no se pueden cortar, y tragedias carentes de una verdadera soluciónCuando un tema conjuga las evidencias más patentes con los problemas más inextricables, es tan fácil involucrarse como imposible solucionarlo. Sobre todo, cuando involucrarse se ... plantea como una pose que, aun sincera, puede reducirse sólo a palabras. Ahora, con la situación en Gaza, pasa algo parecido. El problema general de Israel y Palestina en general, y en concreto la concatenación de hechos desde hace siete meses, tiene los ritmos clásicos de una tragedia clásica: víctimas y verdugos inevitables, vaticinados, a uno y otro lado de los muros, tienen fijados unos papeles que deben ejecutar sin remedio, capítulo tras capítulo, generación tras generación.
Una solución de dos Estados, mutuamente reconocidos, con territorios asumidos y aceptados, y con gobiernos dialogantes y pacíficos es tan adecuada como imaginaria. Si ni siquiera hay acuerdo sobre el territorio. Hace un par de sábados, en la manifestación en la plaza de la Universidad, se coreaba «Desde el río hasta el mar», quizá como base territorial del Estado palestino. Coincidirían, cosas que pasan, con el art. 2 de la Carta Fundacional –renovada en 2017– de Hamás: «Palestina, que se extiende desde el río Jordán en el este hasta el Mediterráneo en el oeste». Y con Yolanda Díaz, también. Si miran un mapa verán que esa delimitación agota la práctica totalidad del territorio de Israel, de forma que, reconocido ese territorio a Palestina, todos los judíos habrían de arrojarse pacíficamente al Mediterráneo. Desaparecido así Israel, sí podría parecer el problema solucionado. Como también lo estaría si Israel exterminara a todos palestinos. Espero que podamos estar de acuerdo en que ni una ni otra situación son buenas soluciones.
Espero, también, poder colegir con todos en que ojalá no hubieran sucedido las masacres de octubre; ni tampoco las actuales masacres israelíes. Y ojalá no hubiera odio, ni los seres humanos funcionaran a través de la violencia, ya en venganza, disuasión, reivindicación o cualquier mezcla de lo anterior. Pero acordar estos extremos es tan fácil como inútil. Buenas intenciones u onanismo ideológico. Por eso, las declaraciones institucionales en las que se desea la paz, el amor y la concordia no me convencen cuando son obvias, y acaso menos aún cuando son discutibles. Es decir, si, por ejemplo, algún órgano de la Universidad de Murcia aprobara una declaración obvia, evidente, como que es peor morir que estar vivo, no sería necesaria, y mejor invertido estaría el tiempo de esos trabajadores aplicado a otra función. Si, al contrario, se tratara de aprobar una declaración política discutible, en uno u otro sentido, se trataría de un acto político extraño a las competencias y ámbito representativo de ese órgano, lo que sería aún peor. Los universitarios –individuos– no han de ser neutrales, pero la Universidad –institución– no puede ser política.
Discrepa la acampada en la Merced, que veo desde mi ventana. Sí reclama a la UMU no sólo el reconocimiento de Palestina, sino también el alto el fuego (que, quizá, no sea competencia del rector) en este conflicto y, ojo, en 'otros conflictos' también. Asimismo, se piden condenas morales, protección y acogida, cesión de materiales y, en fin, la ruptura de «cualquier relación de la UMU con Israel». No vaya a ser que la UMU venda armas a los hebreos o, peor aún, que algún estudiante judío se plantee venir de erasmus aquí. Por fortuna, sí han desplegado medidas más útiles, como precintar el armario de recepción de pedidos de Amazon que hay en el patio de la facultad o colgar carteles ensangrentados de Zara y otras compañías. Así aprenderán los judíos.
Es natural que muchos estudiantes compartan la indignación, fruto de la compasión y la ira que produce el ver a un agresor, mucho más fuerte, subyugando y destruyendo sistemáticamente a un enemigo al que sólo se ve huir o morir. Son sentimientos humanos primarios, y nobles. Carentes, sin embargo, de los mucho menos pasionales matices de la complejidad. Hay nudos gordianos que no se pueden cortar, y tragedias carentes de una verdadera solución, por más que debamos intentar rebajar los extremos peores. Desde una perspectiva más rigurosa con la Universidad, no termino de entender la justificación normativa que permita la acampada, ni cómo prohibir entonces otras que puedan sostener reivindicaciones distintas. Tampoco la partida presupuestaria que ampara los costes generados. Sin embargo, entiendo que, para evitar el riesgo de parecer fascistas sionistas asesinos de niños, los rectores estén intentando dejarlo pasar, esperando a que se aburran pronto o, en Murcia, que pronto achicharre a los campistas nuestro clima estival. Mientras tanto, estas masacres finalmente acabarán. Pero sólo hasta que lleguen las próximas.
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