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«Creo que hay que naturalizar que, en una democracia avanzada, cualquiera que tenga una presencia pública (...) lógicamente está sometido tanto a la crítica como al insulto, en las redes sociales. Y el Derecho, cuando las cosas se salen de madre, ofrece instrumentos a todo el mundo para emplearlos». Aunque pierda yo palabras, creo que, en esta ocasión, merece la pena entrecomillar la literalidad.

Es muy difícil controlar todas las palabras que uno dice. Se quiera o no, siempre hay interpretaciones posibles, y si alguien lo busca de propósito, acabará encontrando dobleces. Sin embargo, hay situaciones y cargos que imponen una responsabilidad mayor, que exigen una claridad muy por encima de las sombras de determinados significados. Si la responsabilidad aumenta con el poder ejercido, cuando se es la encarnación del Poder del Estado, en la figura de su vicepresidente del Gobierno, cabe exigirle el máximo rigor.

Con todo, yo no reprocho que el vicepresidente haya utilizado el verbo 'naturalizar'. Seguramente sepa que significa introducir en el país, como propias, cosas de otros países. Aunque sería interesante saber de qué país cree que deberíamos importar el insulto, probablemente solo ha ocurrido que le ha parecido un término más 'natural' –aunque incorrecto– que el 'normalizar' que su frase buscaba.

Sí me parece mucho más reprochable mezclar, como si fueran cuestiones homogéneas, realidades antitéticas, supuestos contrarios. Como si la verdad asumida para la mitad de lo propuesto hubiera de incorporarse a la otra parte de lo dicho, aunque resulte opuesto y hasta incompatible.

De principio, trata como iguales, en cuanto a la carga de responder frente a la opinión pública, a periodistas y políticos. Más aún: a «cualquiera que tenga una presencia pública», lo que no siempre es una vocación o un empeño, sino un deber laboral o, en ocasiones, una triste casualidad. Deberán todos aquellos, por haber quedado sometidos al público escrutinio de las redes, normalizar el ser insultados. Insultos que, además, lejos de la mera sorna puntual acaban siendo el cántico de la turba, siempre dispuesta a ajusticiar al disidente.

Aún más grave me parece que trate como iguales a la crítica y el insulto. La mera equiparación es en sí misma oscura, y no solo por confusa, también por peligrosa.

La crítica, como expresión de libertad y como libertad de expresión, deja de serlo cuando, traspasando sus límites, se convierte en insulto (o, más allá, en calumnia –cuando se atribuya falsamente la comisión de un delito–). Ciertamente habrá espacios grises, como en toda frontera conceptual; y una caricatura podría expresar una crítica o convertirse en insultante. Pero, cuando sea insulto, se habrá cruzado siempre ese límite. Se estará cometiendo un acto ilícito o, si lo prefieren, se estará dañando injustamente a alguien, que es de lo que se trata.

Matiza luego el vicepresidente, y justo es recogerlo, que no se opone a la utilización del Derecho civil como defensa del ofendido, de donde podría inferirse que a lo que se opone es a la gravedad de una reacción sancionadora. Ese es otro discurso, que sí puede acogerse –o no–, pero que, en todo caso, es completamente distinto a que resulte 'lógico', por ser una democracia avanzada, normalizar el insulto.

Hoy, insultar, puede ser un delito. Y, aun cuando no lo sea, siempre será un acto antijurídico, no permitido, que convertirá en injusto cualquier daño que produzca. Si quiere normalizarse el insulto, lo que a fin de cuentas es una opción legítima, se debería empezar cambiando la legislación (y, quizá, limitando las denuncias ante la Fiscalía por injurias al Gobierno de la Nación, como ha hecho hasta cuatro veces en los últimos seis meses el partido del vicepresidente).

El Derecho no es la matriz de lo bueno, ni siquiera me convence siempre de que se trate de lo justo, tal y como cada uno lo entienda. Sin embargo, es la expresión del marco mínimo de convivencia, decidido por los instrumentos con los que se expresa la democracia. Más allá de los límites fijados queda lo inaceptable, lo que rechazamos como sociedad. Lo que no queremos que sea natural, ni normal tampoco.

Las redes sociales, como cualquier realidad humana, albergan luces y sombras. Si todos tienen más voz, también tienen más voz los cobardes, enardecidos en su anonimato. Miserables que están convirtiendo el insulto, el linchamiento, en una 'nueva normalidad'. Pero, precisamente, uno de los principales sentidos de una sociedad es no tener que aceptar cualquier realidad. Luchar contra los cambios que nos hagan perder la libertad o la indemnidad. Incluso cuando temamos que pueda ser una batalla perdida.

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laverdad El insulto natural