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Así, declarados superfluos, hay muchos millares de hombres en Alemania; técnicos de todas las técnicas que, con sus diplomas en el bolsillo, barren las calles o escardan los sembrados». Estos hombres eran los que se sumaban como «trabajadores voluntarios» al movimiento nacionalsocialista, tal y como ... relató Chávez Nogales desde Alemania en 1933 en una crónica que tituló 'La causa de todo'. Estas personas eran las que alzaban el brazo entonando el «'Tomorrow belongs to me'» en la célebre escena de la película 'Cabaret'. Porque los votantes que encumbraron a Hitler al poder no eran necesaria ni mayoritariamente unos sádicos antisemitas, sino, más bien, una mayoría social que había quedado desamparada, que se sentía frustrada y quería recuperar la ilusión para seguir adelante.
Y es que, como estudió Linz en su obra 'La quiebra de las democracias', si una democracia no resuelve los problemas reales de los ciudadanos, su falta de eficacia a largo tiempo termina por acabar con su propia legitimidad.
Pues bien, salvando las extraordinarias distancias, en nuestro país hemos vivido un brote de populismo, una reacción antipolítica en los pueblos afectados por la DANA en Valencia que ha prendido ante esa ineficacia de los poderes públicos a la hora de prevenir la tragedia, en primer lugar, y de darle respuesta después. La imagen de unos políticos incapaces de coordinar los distintos niveles de gobierno, más centrados en construir sus relatos que en atender la acción ejecutiva en un momento de crisis, ha dado pie al grito de «el pueblo salva al pueblo». Por no hablar de esos ciudadanos desolados que en un momento de frustración máxima abuchearon y lanzaron objetos y barro a los representantes políticos y a los propios reyes. Sin descartar que también interviniera la mano de algún radical removiendo las aguas e intoxicando la atmósfera digital.
Al final, ya se sabe aquello de que a río revuelto... Y, en la política, cuando esta falla, son los populistas quienes se llevan la ganancia. Ofrecen un diagnóstico a los ciudadanos de todo lo que va mal y dan respuestas que a aquellos que se encuentran desamparados pueden atraer. Cuestión distinta es que, a la hora de la verdad, la terapia que proponen sea nefasta y conduzca al caos o a la quiebra.
Ahora bien, la enseñanza que quiero ahora subrayar, aquello que deberíamos aprender del colapso de la República de Weimar y que se nos está mostrando tan de cerca estos días, es que si los radicales y los populistas tienen éxito en una democracia es porque el sistema no está dando respuestas a los ciudadanos. Cuando los gobernantes no son capaces de responder a cuestiones básicas como la vivienda, la inflación o el desempleo, por no hablar de la gestión de una catástrofe; cuando jóvenes que han dedicado su vida a formarse ven que sus expectativas vitales van a ser peores que las de sus padres; cuando las instituciones se ponen al servicio de los partidos y estos, a su vez, se convierten en covachuelas para el reparto de prebendas y para dar subsidio a paniaguados cuyo destino vital es vivir «amarrados al pesebre de la Administración», por decirlo con Galdós; entonces, no nos rompamos las vestiduras si crecen los populismos.
Como escribía el profesor Víctor Lapuente a raíz de la victoria de Trump, éste «no ganó por sus mentiras, sino por las verdades de la gestión de Biden», que apuntaban la precariedad de la economía real, en particular por culpa de la inflación. Es una triple 'fantasía' seguir pensando que la victoria de Trump se ha producido gracias a la desinformación, a los plutócratas y a un «electorado racista, misógino y con otros defectos psicológicos».
Por ello, quizá tengamos que empezar a pensar que los populismos iliberales que amenazan con derribar nuestras democracias en el mundo están creciendo, precisamente, porque las habíamos vaciado previamente, porque ellos son los mejores en las guerras culturales y construyendo relatos que juegan con las pasiones. En unas democracias que no en vano han sido caracterizadas como «simulativas», convertidas en una especie de cascarón de huevo, no hay frenos para detener al demagogo, sino todo lo contrario.
Así que ojalá que esta riada sirva para abrirnos los ojos. Para darnos cuenta de que tenemos que volver a dar solidez a nuestro orden político-institucional y que hemos de superar querellas identitarias para atender a los problemas reales. En estos momentos de grandes transformaciones, la Política con mayúsculas es especialmente necesaria.
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