España en libertad
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Puestos a recordar, aprendamos de la reforma fiscal de Fuentes Quintana en el 77 o de los Pactos de la MoncloaPredica nuestro Gobierno de la nación que este 2025 tenemos que celebrar 50 años de España en libertad, con ocasión del fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975. Personalmente, no alcanzo a comprender qué puede tener de memorable que una «cardiopatía isquémica con ... infarto agudo» y una «bronconeumonía bilateral aspirativa», entre otras afecciones, acabaran con la vida del dictador patrio; ni qué libertad ganamos en aquellas fechas, con la continuidad de un Gobierno presidido por un continuista del búnker como Arias Navarro.
De hecho, la fecha áurea en la recuperación de nuestra plena soberanía democrática ya está marcada en nuestras agendas festivas: es, sin lugar a duda, el 6 de diciembre de 1978, cuando la Constitución española fue ratificada por el pueblo español en referéndum. Y, puestos a adelantar el santoral, podríamos acudir al 15-J de 1977, con la celebración de las primeras elecciones democráticas en España tras la dictadura, o, como mucho, podríamos conmemorar la Ley 1/1977, para la reforma política, que, aprobada por unas Cortes todavía franquistas, sirvió de puente para transitar hacia un Parlamento democrático que pudo ya aprobar una Constitución auténtica que derogaría las viejas leyes fundamentales de Franco.
Por ello, esta efeméride que el Gobierno se saca de la chistera parece un truco más en la política espectáculo y polarizadora que caracteriza el tiempo presente. Se anuncian un centenar de actividades (incluida un 'escape room' itinerante...) que servirán, como se ha visto en el acto inaugural, para agitar el espantajo del franquismo.
Ciertamente en nuestros días tendríamos que leer mucha historia, en especial del período de entreguerras y de la reconstrucción europea tras la II Guerra Mundial, para extraer lecciones que nos pueden ser de utilidad en el tiempo político presente. Porque es verdad que en nuestras democracias se respira un aire a fin de régimen, se acusa un agotamiento del orden institucional y la esclerosis del sistema de partidos que tenía que darle vida.
De esas lecturas, las lecciones creo que serían dobles. Por un lado, de la experiencia de Weimar y de nuestra II República, podríamos aprender que las democracias se desmoronan cuando los gobiernos y los partidos convencionales coquetean con los radicales y no son capaces de dar respuestas a los problemas reales de la ciudadanía. Y, por otro lado, el fénix democrático que emergió de las cenizas que dejaron los fascismos fue posible gracias a que las fuerzas políticas de entonces supieron anteponer el interés general, templaron los radicalismos existentes y buscaron el concierto con el adversario para afrontar los graves desafíos que existían.
Sin embargo, como decía, esta efeméride promovida por el Gobierno creo que se aleja de estas enseñanzas. Más parece un señuelo, para polarizar la opinión pública, que una iniciativa promovida con auténtico afán de revitalizar nuestra vida pública. Un ejemplo muy secundario, pero evidente, de esa nueva política que asfixia nuestra convivencia democrática.
Cuando Ortega y Gasset dictó su conferencia 'Vieja y nueva política' en 1914, auspiciaba la emergencia de una España vital que daría al traste con aquella España oficial en declive, sostenida por unos partidos y unas ideas fantasmas. Su lúcida mirada advertía entonces el colapso del régimen de la Restauración.
Ahora, parece que también vivimos una de esas 'épocas de brinco'. Pero, por desgracia, la vieja política que se derrumba es, precisamente, la que había alumbrado unas democracias avanzadas, cuya supervivencia se ve cada vez más comprometida por esa nueva política polarizadora y populista, con escaso apego a las instituciones, que se impone actualmente. Así, el hundimiento de la 'vieja' política nos apela a todos.
De lo más lejano a lo más cercano: que Trump vaya a regresar a la Casa Blanca y sus exabruptos vuelvan a causar estupor; que caigan Gobiernos en Francia o Alemania; que España la gobierne una mayoría Frankenstein; o que nuestra Región no tenga presupuestos son un fracaso colectivo.
Ante estas realidades, más que mirar a la muerte de Franco, creo que podríamos aprovechar 2025 para recuperar algo del sentido de aquella 'vieja' política. No se trata de aspirar a crear 'frentes' democráticos ni grandes gobiernos de coalición, sino, de forma más modesta, basta con respetar al adversario y a las instituciones y con buscar entendimientos. Puestos a recordar, aprendamos de la reforma fiscal de Fuentes Quintana en el 77 o de los Pactos de la Moncloa. Escuchemos a nuestro Rey, que esta Navidad apelaba a «la conciencia del bien común» y a la idea de «consenso».
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