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La política actual no ofrece respuestas a los grandes desafíos (tecnológicos, climáticos...) y se encona en guerras culturales«Un mensaje para mis nietos y para el resto de Europa»: una nonagenaria francesa cuenta cómo, cuando tan sólo tenía doce años, un día al bajar de casa con la merienda un fuego de ametralladora mató a su madre mientras la cubría con su ... cuerpo para protegerla. Con este testimonio comienza el anuncio elaborado por el Parlamento Europeo para movilizar el voto en las próximas elecciones europeas que en España celebraremos el domingo 9 de junio.
Luego se suman otros abuelos que cuentan igualmente, desde distintos rincones de Europa y en diferentes momentos, experiencias trágicas que marcaron sus vidas: una entonces niña que vivió la Primavera de Praga en 1968 y su represión por el ejército soviético; otra cuenta los jóvenes tiroteados en la revolución rumana de 1989; un ahora abuelo narra cómo mataron a su padre en Auschwitz y su madre tuvo que enviarlo lejos de su familia… Y, después de todo esto, de vivir un «mundo en llamas», vino la emancipación y la democracia. Un periodo de paz y prosperidad.
No hay en estos relatos un ápice de odio ni un atisbo mínimo de revancha. Todo lo contrario. La dureza de lo narrado se ve dulcificada por esa mirada de unos abuelos a sus jóvenes nietos. El mensaje que queda nos interpela a todos: hay que «vivir» y «cuidar» la democracia, porque no podemos darla por descontado. «Escuchaos unos a otros».
Los años 90, tras la caída del Muro de Berlín, fueron un momento dorado de la democracia a nivel internacional. Se pasó de 36 países democráticos en 1975 a 95 en 2005. Una ola democratizadora que se vio favorecida por toda una serie de factores estructurales: crecimiento económico fuerte y sostenido que consolidó una clase media que daba estabilidad, basada en el trabajo y con el despliegue de políticas de bienestar que favorecieron la cohesión social; un pluralismo contenido en una cierta homogeneidad cultural; partidos políticos 'tradicionales' que canalizaban con un cierto turnismo la participación democrática; unos sistemas de opinión pública a través de medios de comunicación que actuaban como filtro, sobre todo de los discursos más radicales; y un orden mundial que disfrutó de un cierto crecimiento de la mano del capitalismo y del respeto a unas reglas internacionales. En ese contexto, se llegó a creer que se había alcanzado el fin de la Historia (Fukuyama) y que la democracia liberal había vencido.
Sin embargo, con el nuevo milenio y en especial después del 11-S, se extendió la percepción de que las democracias se estaban deteriorando. Tanto que, en enero de 2020, con ocasión de su treinta aniversario, el 'Journal of Democracy' tituló su número especial «Democracias asediadas». Y es que los factores estructurales que permitieron su crecimiento se están viendo deteriorados: desde los 90 comenzó un predominio del neoliberalismo económico, con un auge del capitalismo financiero y de globalización económica descontrolada que desembocó en el 'crack' de 2007-2008 y la gran recesión, situándonos ante «la crisis del capitalismo democrático» (Martin Wolf). Una crisis que se observa en el crecimiento de las desigualdades sociales en nuestras sociedades. Además, se advierte una preocupante degeneración partitocrática, con la colonización partidista del orden institucional que corroe los sistemas de pesos y contrapesos, y con una deriva cesarista de los liderazgos políticos. Más allá, la política actual no ofrece respuestas a los grandes desafíos (tecnológicos, climáticos…) y se encona en guerras culturales, con demandas identitarias que favorecen la polarización. Así, la política se ve amenazada entre tecnócratas y populistas. Las nuevas tecnologías han dado lugar a un modelo de comunicación descentralizado y sin filtros. Todo ello en un contexto internacional donde países autoritarios están cada vez más interesados en desestabilizar democracias, cuando no, directamente, en hacer sonar tambores de guerra.
Frente a esta realidad, sin alarmismos, pero conscientes de lo que está en juego, corresponde reivindicar la importancia del compromiso cívico. Alertémonos frente a los cantos de sirena que entonan los nuevos nacionalismos y los extremismos. Recordemos que, como europeos, nos une un modo de vida, de convivencia, unos «valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos», según predica el art. 2 del Tratado de la Unión Europea. Sepamos que vivimos en un 'jardín' y que fuera de nuestras fronteras está la selva, como nos recordó Borrell. Es nuestra responsabilidad cuidar ese jardín y, para ello, la primera tarea es ejercer nuestro voto como ciudadanos.
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