Cataluña como epicentro
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A estas alturas nadie debería dejarse seducir por el halo romántico con el que se revisten los nacionalismos periféricos patriosNuestro país está viviendo un momento político crítico y Cataluña es el epicentro. La insurgencia de 2017 fue, por un lado, un brote de un problema secular español, la ordenación de nuestra pluralidad territorial; pero, al mismo tiempo, fue la expresión nacional de esos movimientos ... populistas e iliberales, ultranacionalistas que se han extendido por las democracias occidentales. A estas alturas nadie debería dejarse seducir por el halo romántico con el que se revisten los nacionalismos periféricos patrios.
Pues bien, el sistema político español parece no haber metabolizado todavía aquellos hechos y sus secuelas siguen sometiéndolo a un fuerte estrés. La respuesta a la insurgencia catalana fue el último 'momento de Estado' en el que se logró, aunque precario, un acuerdo PP-PSOE para aplicar el art. 155 con el que parar aquel golpe contra nuestra democracia.
El problema es que no podíamos quedarnos ahí. Era necesario haber aprovechado el fracaso de la intentona rupturista del 'procés' para, si se me permite la expresión, haber cogido el toro por los cuernos y haber planteado una política de Estado para racionalizar el modelo autonómico cerrando lo que el constituyente no pudo hacer en 1978. Lo cual exigía el entendimiento entre PP y PSOE y una estrategia inteligente en la realización de ese ideal federal.
Es en ese marco, el del pacto de Estado para vertebrar nuestra España plural, donde podrían haberse encajado medidas para «pacificar» la situación en Cataluña, incluidos los indultos, con las que desactivar al independentismo. Siempre desde una posición de fuerza del Estado, con PP y PSOE de la mano, reitero.
Sin embargo, las dinámicas políticas fueron por otros derroteros y, cuando no había transcurrido ni un año desde aquel otoño caliente, Pedro Sánchez presentó su moción de censura contra Rajoy, apoyado en la mayoría Frankenstein, como la bautizara Rubalcaba. Y ya nada fue igual. Aquella censura y el fracaso de Ciudadanos supusieron la inauguración de este bibloquismo polarizado, con un PSOE cabeza de un bloque confederal y un PP encamado con Vox. Se realizaba así la profecía de Pablo Iglesias, su mejor sueño.
El resultado hasta el momento es conocido: grave deterioro institucional, bloqueo y la dirección política de España entregada a quienes quieren que el barco encalle. De hecho, la extraordinaria capacidad del Gobierno de Sánchez para impulsar su agenda legislativa solo se comprende si se identifica el goteo de concesiones que ha ido haciendo a los grupos nacionalistas que, como siempre a lo largo de nuestra democracia, saben vender muy bien sus votos.
Además, la «pacificación» que ha practicado el PSOE, aunque ha dado buenos resultados electorales, no ha sido una política de Estado, sino concesiones a cambio de votos que han dado a los independentistas la llave de la gobernabilidad del país. Unas medidas que, para colmo, dejan el mensaje de que la ley es igual para todos, salvo que tus votos sean relevantes para sostener el gobierno, en cuyo caso puedes recibir desde un indulto a una reforma a medida del Código Penal.
Si tras estas elecciones el PSOE persevera en esta línea, el daño para el Estado puede ser difícilmente reparable. El nuevo Gobierno socialista puede encontrar fórmulas para salvar las dudas de constitucionalidad que plantea la amnistía y el referéndum (además, el presidente Sánchez descansa tranquilo después de haber colonizado el Tribunal Constitucional). Pero lo que no puede salvar es que se advierta que la amnistía a Puigdemont sería la apoteosis de la «berlusconización» de nuestro Estado de Derecho, dictando leyes a medida, como ya he dicho. Y que un referéndum, se vista como se vista (salvo las consultas ratificatorias en el marco de la reforma estatutaria o constitucional), abre las puertas a una deriva plebiscitaria que podría dinamitar nuestra democracia. En Reino Unido encontramos el mejor ejemplo.
Otras exigencias menos llamativas que están encima de la mesa de negociaciones pueden ser también gravemente nocivas y disfuncionales para la vertebración de nuestro país, como las relacionadas con la financiación o las que pretenden convertir España en una babel lingüística, olvidando que tenemos una lengua común, el español.
Por ello, conviene tener claro que nuestro modelo constitucional, reconocida la pluralidad dentro de la unidad, no es ni confederal ni centralista, sino de matriz federal, como expresa el art. 2 de nuestra Constitución. Y, frente a las pulsiones extremistas, PP y PSOE deberían entenderse para acometer las reformas que necesitamos, en particular del orden territorial. Rompan con los extremos y miremos adelante.
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