Secciones
Servicios
Destacamos
Llevo meses intentando evitar escribir temáticas políticas o electorales. Quizá, porque tengo la sensación de no salir de un ciclo electoral interminable. De hecho, se ... acaban de celebrar las elecciones y temo que ni eso nos va a sacar de una ya eterna campaña electoral. Se suma este cansancio acumulado a que nunca ha sido fácil creer de verdad en la democracia, como no lo es nunca la coherencia con un ideal honesto.
Es sencillo celebrar que hayan ganado los tuyos, convencido entonces de la fortaleza de nuestro sistema y la inteligencia de nuestros compatriotas. Pero si los que ganan son los otros, ay, cuánta gente debería pasar un examen antes de que les dejaran votar. Por fortuna, para unos y otros, de las pocas cosas claras que ocurren la semana después de las elecciones es que nadie ha perdido; que cada cual justifica su victoria; y que quien no se consuela es porque no quiere.
Más allá de excusas y coartadas, en las caras de la noche del domingo se pudo ver quién sentía haber ganado –además de Ayuso– y quién no. El ganador que fue quien, además contra pronóstico, consiguió lo que se proponía, probablemente más, y es además el único con alguna posibilidad real de ser nombrado presidente del Gobierno. Pedro. Cualquier otro concepto de victoria parece igual a pensar –ahora que hemos aprendido a contar todos los puntos de tenis gracias a Alcaraz– que vence un partido el que más puntos haya ganado, aunque pierda en número de sets.
Guste más o menos, el sistema español es parlamentario y, sobre esa base, el más votado (que tampoco tiene por qué ser el que más escaños tenga) solo partirá de una ventaja potencial a la hora de conformar mayorías. Nada más. Imaginen, si quieren, el partido más extremo y execrable que cada cual sea capaz de concebir (fascista, comunista, islamista o reguetonero) y piensen que ha sido el partido más votado en unas elecciones, con un 22% del voto. ¿Creen que esa 'victoria' les legitimaría para gobernar, si hubiera tres partidos mucho más homogéneos en sus propuestas, capaces de ponerse de acuerdo, que sumaran entre ellos al 60% del electorado? Sea o no el mejor sistema, el nuestro trata de ponerse de acuerdo; y gana el que es capaz de conseguir el apoyo de más diputados, propios o ajenos. Nuestros votos lo único que hacen es determinar quiénes van a ser esos diputados que van a apoyar al futuro presidente.
A partir de ahí, cada uno tendrá sus preferencias, esperanzas y frustraciones, entre el 'gobierno Frankenstein' que se avecina, encabezado por Sánchez; el 'gobierno hombre lobo' que pudo ser, con Abascal de vicepresidente; o el 'gobierno imaginario' de la Gran Coalición. Pero, como decía, la opción real es solo una: la del gobierno resucitado, cosido con los jirones tumefactos de otros cinco partidos más. Una imagen deformada de nuestro sistema, en el que el pacto y el acuerdo no deberían ser el monstruo, sino el fénix nacido de cada elección.
El problema, el engendro democrático, no es el pacto con los nacionalistas, sino el concreto contenido de esos acuerdos. Poco importa que la Constitución pretenda que cada diputado represente a la totalidad del pueblo español. Aquí, ya lo vimos el domingo –ya llevamos mucho tiempo viéndolo–, cada uno viene a tomar todo lo que pueda por y para los suyos. A los partidos vascos le importan solo los vascos; y a los catalanes, solo los catalanes. Todo lo que puedan sacar, para ellos. Solo lo que no puedan sacar, que se lo reparta, si acaso, el resto. El lema del 'todo para mí', interterritorial y metanacionalista, cada vez por extendido, y envidiado por casi todos los demás.
Esos pactos de reparto, no de ideas o políticas sino de presupuestos y preventas, destruyen la ingenua idea constitucional, y zahieren la propia democracia. Porque el problema no es una eventual aspiración a la independencia, perfectamente legítima; ni ninguna ideología o proyecto que se acuerde implementar.
No puedo entender, y a veces me esfuerzo, cómo alguien que se entienda de izquierdas puede estar de acuerdo ni con el sistema ni con el cálculo del cupo, como cualquier otro privilegio para los que ya tienen más. Para la investidura, el parlamentarismo soñaba con el pluralismo enriquecedor, con la discusión y el acuerdo de lo mejor, por los mejores y para todos. Nos hemos despertado en el mercadeo continuo del poder, pagado con la insolidaridad, la segregación y la pérdida total de cualquier rastro del interés general.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Una moto de competición 'made in UC'
El Diario Montañés
Marc Anthony actuará en Simancas el 18 de julio
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.