No son santos los jueces
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Son, de forma mucho más humilde y mucho más necesaria, garantes fundamentalmente de la igualdadLos jueces no son santos aquí, ni tampoco lo fueron nunca en Berlín. Pretenderlo, además, tiene la ingenuidad -u oscuridad- de quien pretende creer -o ... crear- más un símbolo que un funcionario. Entre los jueces hay de todo, como lo hay entre los profesores de universidad, o entre los médicos. Gente más o menos simpática, mejores o peores personas. Incluso, algún loco peligroso siempre anda suelto en cada colectivo (ni siquiera cabe descartar que, sin saberlo, sea yo el loco en mi lugar). No sólo es esto lo normal, es lo inevitable. En cuanto a la ideología de la 'judicatura', como si fuera una masa informe uniformemente repartida en asociaciones ideológicas, ya escribí sobre eso en septiembre de 2021, con que no me voy a repetir explicando por qué eran y son mentiras las proclamas que los designan a todos de derecha congénita. Pero, lo que hace dos años sólo era otro bulo de estadística, entre una curiosidad señalada y una excusa para la designación política de los vocales del CGPJ, hoy es mucho más.
El tiempo tiende a amontonarse, entre ilusiones de recuerdo, en un presente sin demasiada memoria. Por eso somos bien capaces de aceptar hoy realidades que ayer fueron impensables, creyendo, además, que han sido así siempre. Puede que lo más importante no sea tanto lo que ocurre y cómo cambia, sino cómo cambia nuestra percepción de lo que ocurre. En el caso de los jueces, han bastado unos años para que una parte considerable de nuestra sociedad pase de un respeto distante -en no pocas ocasiones con arcaica reverencia- a un indignado desprecio. Y, en esos años, los jueces son los mismos -o mejores-; luego o hemos cambiado nosotros, o nos han cambiado la realidad.
No importa demasiado, parece, que los argumentos sean contradictorios. No es extraño, por ejemplo, que se aduzcan, como prueba irrefutable de persecución judicial, causas judiciales finalmente desestimadas (por jueces). El argumento, viejo y renovado cada vez, tan infalible como estúpido y, sin embargo, comprado a manos llenas: cuando ganamos el juicio, sólo es que teníamos razón desde el principio. Si perdemos, la culpa ha sido el juez, fascista. Y, más que la culpa, ahora, la intención y el ataque. Unos ataques que se pintan como sistemáticos y políticamente dirigidos. Se ve que el PP, titiritero de todos los jueces, decidió inmolarse con la trama 'Gürtel' y cuantas la rodearon en aquellas grandes añadas de corruptos populares, limitándose a controlar a la Justicia sólo para atormentar a Pablo Iglesias, Puigdemont y colegas. Incluso, los casos más repugnantes que en efecto se han dado, como la prevaricación del juez Salvador Alba contra Victoria Rosell, han acabado con el prevaricador condenado (por jueces) a más de seis años de prisión, y el triple de inhabilitación.
Confiar ciegamente en los jueces o la Justicia es un mantra peligroso. En una sociedad libre, ninguna institución ha de quedar fuera de la crítica ni, por tanto, de la duda. Los jueces no son, ni deben ser, héroes. Los jueces son, de forma mucho más humilde y mucho más necesaria, garantes. Garantes, fundamentalmente, de la igualdad, a través de procesos con los que purgamos la fuerza, el poder o el abuso, como formas de dominación inaceptable. Eso lo hace desde el juez más joven que se acaba de incorporar a un juzgado y puede condenar a un banco, con todo su poder, a indemnizar al más humilde de sus clientes; hasta el Tribunal Supremo cuando impide el ejercicio arbitrario del poder del Gobierno, cuando este pretende nombrar a una exministra presidenta del Consejo de Estado, sin cumplir uno de los dos únicos requisitos legalmente previstos. Las mismas reglas para todos, sin la que sólo quedaría la imposición de quien tenga la fuerza.
Atacar ciegamente a los jueces, porque es preferible hacerlo que reconocer que los tuyos están pasando por encima del Estado de derecho y no te molesta porque son de tu cuerda, va mucho más allá de etiquetarles como fachas, marionetas o corruptos. Porque, sin alternativa a los jueces, la otra única opción es que, invocando la soberanía popular como si fuera el Espíritu Santo, sean los partidos políticos los que les acaben sustituyendo o mandando, de forma más o menos directa, como únicos detentadores de todo poder. No es la ideología de los que ahora mandan, sino el destino inevitable del poder, que siempre intentará desatarse y crecer cuando se le permite, siempre a costa de la libertad de los que lo permitimos, aunque sea lo último que notemos desaparecer.
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