Paternalismo y libertad
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El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España a pagar una indemnización a una mujer que se negó a recibir transfusiones de sangreEs mucho más fácil intuir qué es un concreto derecho que entenderlo de verdad, o incluso explicarlo. Piensen, por ejemplo, en la libertad como derecho. ¿ ... Qué dirían que implica? La idea inicial tiende a ser algo como 'hacer lo que uno quiera'. Pero ¿acaso no partimos de que podemos hacer todo lo que no está prohibido? ¿Qué aportaría un derecho a la libertad ahí? Es probable que su significado más comprensible sea que el Estado y el resto de personas no estorben demasiado, y no nos impidan cualquier acto no prohibido que nosotros decidamos hacer. Pero, claro está, la única libertad bien entendida es la de uno mismo. A partir de ahí, la libertad de los demás es siempre algo más discutible. Sobre todo, cuando no están de acuerdo con nosotros. No es que ejerzan su libertad, sino que se están equivocando. En esos casos, somos tan buena gente que necesitamos muy poco impulso para tender a ser capaces de limitar la libertad ajena para ayudarles a hacer una mejor elección, siempre según nuestro criterio.
Puede que hayan visto esta semana, con escándalo quizá, que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España a pagar una indemnización a una mujer que, fundada en su convicción religiosa como Testigo de Jehová, se negó a recibir transfusiones de sangre. Muy resumidamente, como se iba a morir, aun conociendo su negativa expresa, entre los médicos y el juez de guardia decidieron que mejor no morirse que seguir una religión equivocada, y le salvaron la vida. Y, ahora, encima, a pagarle por ello (bueno, ni los médicos ni el juez, claro, aquí pagamos todos).
Al margen de que no hay que confundir al TEDH con el TJUE (cuántas noticias simplifican con «la justicia europea»), ni en función ni en autoridad, no hacía falta irse a Europa. En España la solución es muy clara: el paciente –el ciudadano– decide siempre si se somete a un tratamiento o no. También si se deja morir (que no es lo mismo que pedir que le maten a uno, lo que entraría ya en el ámbito de la eutanasia): «Toda actuación en el ámbito de la salud de un paciente necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado (...)». Sólo en muy contados casos existe una excepción. Incluso los menores de edad pueden decidir, según la Ley, cuando sean capaces «intelectual o emocionalmente de comprender el alcance de la intervención». Hacia la misma solución se orientan las nuevas normas de apoyos para las personas en situación de discapacidad.
Personalmente yo no soy un gran defensor del martirio (muerte voluntariamente aceptada por la fe) de esta señora. Pero, por más que me oponga en lo personal y no lo recomiende a familiares o amigos, entiendo que otros tendrán una opinión distinta. Y, no estando prohibido, no soy quién para imponer mi razón. Puedo recomendar a un amigo dejar un trabajo, pero no voy a despedirle yo. O puedo intentar que otra amistad termine con una relación insana, pero no voy yo a terminarla en su nombre. Cuando ni siquiera les conozco, partiendo de que nadie les obligue, cada cual deberá elegir, facilitándoles la información que necesiten, sin vernos arrastrados los demás tampoco a crear un mundo acorde a su elección (desarrollar tratamientos especiales para quienes se nieguen a la transfusión, por ejemplo).
Sin embargo, mi postura bien puede ser minoritaria. Por eso, los delitos de opinión han de ser siempre los de los otros, pues se puede ser libre o no de ofender a alguien por sus sentimientos religiosos o por su orientación sexual, según juzgue un 'progresista' o un 'conservador', sólo los nuestros tienen libertad de expresión, el resto odia. Se debe poder leer la prensa que se escoja, salvo que sean bulos del bando contrario, en cuyo caso debería estar prohibida esa información. Toda mujer debería ser libre para decidir sobre su cuerpo o su destino, trabajar en minas, invernaderos o dejarse morir. Pero, para unos, si aborta ha de ser decisión de sus padres hasta su 18 cumpleaños. Para otros, por los mismos motivos paternalistas, sería un evento imposible que ninguna, mayor de edad, pudiera escoger cobrar por una gestación subrogada o por la prostitución. Decidamos por ella su dignidad, no sea que elija indignamente. Decimos paternalismo, cuando queremos imponer nuestros criterios para ayudar al que actúa sin conocimiento, perdido en su error. Y, sin embargo, acaso no deje de ser querer imponer a otros, incluso a quienes ni siquiera conocemos, nuestra propia elección.
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