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Más de mil días ya de guerra en Europa. Desde España es fácil alejarlo, sacarlo casi del continente. Si lo convertimos sólo en la guerra ... de Ucrania, o de los ucranianos y rusos, puede parecer algo hasta más distante, ajeno. Y, si no es cosa nuestra, cómo no aborrecer la guerra, epítome de lo malo, y buscar con optimismo una paz que acabe con las muertes, las disputas y todo lo malo que hay en este mundo. No es una postura nueva, pues siempre ha habido gente de buen corazón. Hasta finales de 1941, muchos americanos pensaban así de la guerra contra Hitler: «Let's Stay OUT of Europe's War», decía entonces el movimiento America Firts. Ahora, parece, puede volver ese mismo espíritu de paz, al que pueden sumarse nuestros antibelicistas patrios, con el 'Make America Great Again' de un Trump triunfante.
Lo difícil es defender la guerra. Las muertes de cientos de miles de soldados, enviados a matar y a morir. Y es imposible no ser hipócrita cuando uno mismo no estaría dispuesto a ir allí jamás. Opinamos desde aquí, empuñando cerveza o café, charla o teclado, como si la muerte de cada persona no fuera un absoluto para ellos. Desde aquí, defendemos que mueran, sin querer morir nosotros; les pedimos que no se rindan, sin querer nosotros luchar. Por eso no puede ser bueno que les enviemos armas para que sigan matando y muriendo. Pero, sin embargo, puede que sí sea lo mejor.
No siempre hay un bien que elegir. Hay manos en la Historia que sólo tienen malas jugadas y, entre esas, sólo se puede escoger el mal menor. Y, como sociedad, el mayor de los males ni siquiera son los políticos que padecemos, ni sus votantes que somos; sino la amenaza de perder una frágil libertad que sólo con suerte y milenios hemos conseguido alcanzar. Siempre hubo personas libres y otras que no lo fueron, pero nunca tantos habíamos sido tan libres en tantas cosas como lo somos en nuestro mundo 'occidental'. Pero no es una conquista irreversible, y está perpetuamente asediada por otros mundos mucho más oscuros.
No se trata de una cruzada del bien contra el mal, sino de la confrontación de modelos de sociedad y de poder, como siempre se han dado en la historia. Más allá del mito patriotero, han existido momentos en los que han chocado no sólo fuerzas antagónicas, sino sociedades confrontadas. El mundo podría no haber sido bien distinto si otros hubieran ganado en Salamina, en el Salado, en Lepanto o en el Desembarco de Normandía. Momentos que resumen los conflictos que definieron al mundo. Puede que nuestro momento, y su definición, se esté decidiendo ahora en Ucrania.
Rusia ha complementado la estructura bélica y deshumanizadora de su época soviética con un retorno al reaccionarismo zarista, conjugado con una estructura feudal en sus oligarquías dominantes y los territorios que la integran. Cada ley que se aprueba, cada asesinato que consuman en su propio país (el último en 'caerse' de una ventana hace un par de semanas fue un famoso bailarín crítico con Putin), destruye cualquier puente que pudo acercar a sus ciudadanos a la libertad. Además, pretende y consigue ser ejemplo y faro de su modelo de fuerza. Y funciona, incluso algunos europeos, seducidos por el carisma del poder absoluto, o de la mera oposición al icono americano. Me parece un precio demasiado alto a pagar por un gas barato en Europa.
Más allá de su propaganda, y de la indolencia de Rusia ante la muerte de los suyos, las cosas no les van bien, y ya no pueden esconderlo. Incluso con sus datos oficiales –a saber los reales–, pagar por un préstamo hipotecario supone un 30% de interés anual; la inflación vuelve a acercarse otro año 10%, y acumulando; el pasado miércoles el Banco central ruso tuvo que suspender la compra de divisas por el hundimiento del rublo; han tenido que aceptar pagos de otros países en mandarinas; necesitan pedir ayuda al referente político, social y tecnológico de Corea del norte; tienen que buscar en los estudios de cine tanques antiguos que usaban en las películas para mandarlos al frente... Están muy lejos de perder, porque pueden permitirse pagar con sangre el préstamo de su futuro; pero están mucho más lejos de ganar de lo que muchos quieren hacer creer. Pero tampoco están nada bien en Ucrania, y con Trump estarán incluso peor. Es el momento para que Europa demuestre si también puede defender los valores que pretende representar, aunque sólo sea ayudando a que Ucrania luche en su lugar.
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