No va de Ana Obregón
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La ley debe intentar regular la realidad, y hasta cambiarla; pero, cuando la ignora, tarde o temprano lo prohibido se convierte en realAunque sobre casi todo se pueda discrepar, hay temas que suscitan opiniones especialmente confrontadas. También hay temas con los que los políticos nos confrontan especialmente, ... para polarizarnos en grupos de opinión. Sin embargo, las cuestiones complejas, como la misma realidad, suelen ofrecer menos certidumbres que dudas. Ocurre, por ejemplo, con el aborto: la mayoría de los que consideran que debe ser un derecho, no se alegran tampoco del hecho de abortar y preferirían, en general, que no se tuviera que recurrir al mismo. La mayoría de los que se oponen al aborto, por su parte, no consideran a las mujeres que abortan como viles asesinas, ni querrían que todas ellas fueran por ello a prisión. Hay mucho espacio común, más del que a veces nos dejan ver.
Con la gestación subrogada, hay también enormes espacios comunes, para casi todos. Partiendo del extremo, nadie defiende granjas humanas donde ordeñen semen y estabulen gestantes para adjudicar luego a los bebés al mejor postor en la subasta. Y, aunque parezca una afirmación innecesaria, es una de las imágenes más evocadas desde algunos posicionamientos. No vender niños, o no esclavizar mujeres. En eso estamos todos de acuerdo. Distinto es lo lejos que uno quiera llevar la metáfora, sobre vender o esclavizar. No es lo mismo, por ejemplo, vender a un niño en sentido estricto (con su precio, la responsabilidad del vendedor por vicios ocultos del chiquillo, o la devolución del muchacho en caso de que no tenga las características pactadas) que un proceso que cueste más o menos dinero a los futuros padres, incluyendo o no la retribución de algún interviniente. Podrá ser algo más o menos deseable, y podrá ser más o menos conveniente prohibirlo. Pero venta no es.
En cuanto a la esclavitud de la mujer gestante, me atrevo a aventurar que la inmensa mayoría de los que opinen sobre esto estarán absolutamente en contra de cualquier intervención reproductiva en contra de la voluntad de la mujer. También, en los casos en los que la voluntad de la misma no pueda desenvolverse en libertad, en supuestos en los que la elección es un espejismo de la necesidad que le fuerza. Este último supuesto es mucho más difícil de delimitar, y para unos será oportunidad económica lo que a otros les parezca dependencia estructural. Pero, antes o después, se abre el problema de si una mujer puede ser suficientemente libre para que, informada y capaz, pueda elegir cobrar por gestar. No es infrecuente que el dilema se resuelva elevando la propia opinión a lo absoluto, equiparando la disidencia, cuando no haya pobreza económica, a la indigencia mental: toda mujer que de forma verdaderamente libre se sometiera a una gestación retribuida para otro sería así tonta, loca o indigna. Mejor decidir por ella.
Este último paso, es el que me cuesta a mi dar. El imponer mi opinión sobre cualquier mujer libre, el prohibirle decidir porque, lo sepa o no, se equivoca ella llevando yo razón. Además, como imposición de la doctrina propia, puede ejercerse igual por los de la bancada contraria, sobre las mismas mujeres y en ámbitos no muy distintos. Por ejemplo, con la misma intensidad y con razones no muy distintas, podría entenderse que el aborto supone una agresión irreversible contra la mujer, que sufrirá heridas irreparables, lo sepa o no. Y, por lo tanto, toda mujer que decidiera libremente abortar sería así tonta o loca o indigna. Y así habría que decidir por ella también.
La cuestión no se hace más sencilla cuando tiene que convertirse en ley. Honestamente, yo mismo no sabría muy bien cómo resolver algunos problemas -fundamentalmente, los surgidos durante el periodo de gestación-. Además, aunque se prohíba la gestación subrogada en todo caso, como en España, y se declare la nulidad de los negocios jurídicos encaminados a la misma, si nace el bebé, nulo no es. Si se gesta fuera de nuestras fronteras, la gestación tampoco sería ilegal. Y, como no parece lo mejor para el bebé -que existe- el meter a sus nuevos progenitores en prisión, ni tampoco dejarle en un limbo sin progenitores (lo que iría, además, en contra de la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en casos específicos de gestación subrogada), no queda más remedio que permitir la inscripción o la adopción inmediata por los padres que contrataron la gestación. La ley debe intentar regular la realidad, y hasta cambiarla; pero, cuando la ignora, tarde o temprano lo prohibido se convierte en real, y la ley en la sombra cobarde de una consigna fallida.
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