Alcaraz en los toros
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De pronto, esa sonrisa que encandilaba a todos divide al mundoLa Fundación Toro de Lidia, usando al joven tenista como reclamo de su causa, publicó en redes sociales una imagen de Carlitos sonriendo en los ... toros. De pronto, esa sonrisa que encandilaba a todos divide al mundo entre defensores y enemigos. No sé si a Alcaraz le gustan las corridas, si estaba allí de forma puntual, o qué piensa de todo esto. Pero es monstruoso que se linche a alguien así, sin posibilidad alguna de contexto, réplica o discrepancia. Ni siquiera ha sido por defender o apoyar los toros, sino por un mero acto lícito de su vida privada. Y no lo defiendo porque comparta yo la afición por la tauromaquia. Eso sería lo fácil. Lo hago, precisamente, pensando que se trata de un atavismo en vías de extinción, cada vez menos compatible con nuestra sociedad.
No niego que pueda ser arte el toreo, pues ni soy capaz de definir yo los contornos del arte, ni tampoco puedo negar la apreciación estética de los ritos. Pero me es irrelevante que lo sea. Es arte 'La balsa de la Medusa' y, sin embargo, me opongo a que lancemos gente al mar para generar el drama estético de náufragos en claroscuro. Más claro les puede parecer el poder considerar arte una fotografía de un incendio, o el propio fuego como símbolo, e inasumible hacer de esa tragedia un espectáculo prendiendo fuego a los bosques. El arte no justifica que se pinte con sangre. Yo podría llegar a apreciar en abstracto la belleza dinámica o el simbolismo de un pase, o de un recorte. Pero -como cada vez le ocurre a más gente-, cuando veo un animal aterrado, acorralado, queriendo escapar sin encontrar escapatoria posible; resistiendo exhausto mientras le hieren y desangran; embistiendo sin alternativa porque no rinde la vida que le van a quitar; ese sufrimiento desborda todo lo demás.
Sin embargo, no se puede derogar el pasado. Solo podemos hacerlo avanzar, que es algo mucho más difícil. No solo hacen falta palabras que tachen otras palabras en el mundo político de las leyes, sino un verdadero esfuerzo dirigido a cambiar la realidad. Una realidad que es tan compleja como lo son los problemas, y como tienen que serlo las soluciones. Proceder de otra forma, sería como prohibir el petróleo, convencidos -como estamos todos- de sus peajes ecológicos y geopolíticos, sin estar efectivamente preparados para una alternativa mejor. Primero tenemos que construir esa alternativa, y solo después despedirnos del pasado. Por fortuna, el presente nos ayuda, adelantándose la sociedad a las leyes, en el progresivo abandono de los toros.
En la prohibición del toreo, primero tendremos que buscar soluciones. Debe estar resuelto cómo proteger las dehesas que pudieran quedar amenazadas por aprovechamientos diferentes, más agresivos con su biodiversidad, una vez que desaparezca la rentabilidad del toro de lidia. Asimismo, se tendrá que proteger a los propios toros, perdida su utilidad. Pero también, habrá que sostener a todos aquellos que legítimamente han invertido su esfuerzo y capital en una actividad hasta ahora lícita. Como para todas las soluciones reales, cuando las leyes han de llegar a la realidad, hace falta tiempo y dinero. No es algo en sí mismo negativo, de esto tratan las políticas de Estado -gastar para conseguir una sociedad mejor-, pero conviene no olvidar que nada es gratis, ni se consigue solo con buenas intenciones. Yo espero que lleguemos ahí, y no creo que quede mucho. Y, sin embargo, no podré considerarlo como el avance que debería ser si, por el camino, perdemos nuestra pluralidad y la libertad.
Los muros crecientes de la ideología, la fe fanática en la razón de los nuestros, y la intolerancia absoluta hacia el disidente están quemando los puentes del entendimiento que llevan siglos sosteniendo lo mejor de nuestra civilización. No solo es que yo pueda hablar con alguien con quien discrepe profundamente, en este o cualquier tema; es que necesito hacerlo, para poder entenderle a él, y para poder entenderme a mí también. Solo contrastando las propias ideas con las contrarias podemos llegar a algo parecido a una conclusión libre.
Resulta desolador que en el mundo más conectado que jamás ha existido, con la potencialidad de un ágora infinita, hayamos acabado confinándonos en los oscuros reductos de nuestra cerrazón. A veces tengo la impresión de que seguimos siendo solo unos primates estúpidos y asustados que, envanecidos y envalentonados por los gritos de nuestro grupo, necesitamos acallar cualquier palabra de los otros antes de escucharlos. No solo porque estén equivocados sino, sobre todo, por si acaso tuvieran razón.
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