Oro falso en la Región
PRIMERO DE DERECHO ·
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PRIMERO DE DERECHO ·
No hemos recibido la Medalla de Oro un millón y medio de murcianos. Se la ha entregado a sí mismo, dador y receptor, el presidente de la ComunidadNo sé si lo notan ya. Si los murcianos se sienten ahora diferentes. Han pasado ya cinco días y yo, la verdad, no noto cambio alguno. Sin embargo, parece que a todos sin excepción, desde el martes pasado, les ha sido otorgada la Medalla de Oro regional.
No es extraño al Derecho el ente inmaterial, por lo que, aunque el nombre pueda llevar a engaño, podría ser conforme a Derecho una medalla 'imaginaria', en la que el oro solo brillara de forma conceptual. De hecho, la mayoría de los derechos en sí mismos, aunque acaben proyectándose sobre objetos materiales –por ejemplo, el dinero contante y sonante– son inmateriales. Un crédito no es tangible, no huele a nada ni, en fin, se puede percibir con los sentidos. Y, sin embargo, está, e importa que esté –y seguro que lo notan pronto tanto el deudor como el acreedor–.
Más complicada es la categoría, discutiblemente jurídica, de los 'derechos honoríficos'. Sobre todo, porque un derecho tiene que implicar un poder para su titular: algo que ese derecho le faculte a hacer (ya sea cobrar una deuda, o disfrutar de su propiedad). Sin embargo, sea sombra, apariencia o ilusión, la cuestión se ha regulado desde la Constitución, que habla de «honores y distinciones» como competencia regia bajo regulación legal, hasta las comunidades autónomas. De hecho, si no cuento mal, solo en el nivel autonómico se conceden más de 95 distinciones o medallas diferentes (muchas de las cuales pueden darse varias de la misma al año, o a varias personas –o hasta a toda la murciandad–). Si contara ya las distinciones municipales, o la de organismos autónomos, lo raro es que exista alguien a quien no hayan distinguido por algo.
Así que, aunque el recibir tal Medalla de Oro no comporte derecho alguno, eso forma parte de la esencia de la distinción, por lo que no debería impedir que ya notase algo por tenerla –imaginaria pero distinguidamente– sobre mi pecho.
Acaso, lo que no me convence venga de que no esté yo seguro de que sea lo mismo entregar la medalla a la 'Sociedad murciana' que a cada murciano, o que en concreto a mí. Nuestro sistema jurídico permite la titularidad de derechos no solo a las personas físicas, sino también a las personas jurídicas. En este caso ocurre que tampoco tiene personalidad jurídica nuestra murciana sociedad. Sin embargo, es verdad que –en los últimos años y tanto por ejecutivos de Podemos como del Partido Popular–, se han entregado otras medallas también a vírgenes (a advocaciones marianas, entiéndanme), sin que parezca que las premiadas tengan tampoco demasiada personalidad. Y los tribunales –llegó uno de los casos al Tribunal Supremo, aunque más bien por motivos procedimentales– resolvieron que estaban bien entregadas esas medallas.
Puede ser, entonces, que mi problema tenga que ver con mi conciencia, por no saber si acaso cumplo yo –o la 'Sociedad murciana'– los requisitos que las normas imponen para conseguir la distinción. De principio, la ley prevé la Medalla de Oro para premiar actividades «artísticas, científicas, culturales, deportivas, sanitarias... y de cualquier otra índole». Podría no estar seguro yo de que toda la Sociedad, como tal, hubiera desempeñado este año actividades científicas, o hasta sanitarias –que, sospecho, han realizado más los sanitarios en general o particular que toda la Sociedad–. Pero, claro, actividades «de cualquier otra índole» sí que ha llevado a cabo la Sociedad. Muchas. Lo que no sé es cómo no nos han premiado antes.
Descartados, en fin, mis escrúpulos jurídicos, parece que no tengo motivo para no estar sintiendo ya mi áurea distinción. Acaso mi principal problema no sea jurídico. O lo sea en cuanto a la perversión del Derecho, utilizado como apariencia legitimadora de un acto de propaganda política más. Puede que no se trate de un reconocimiento específico y sincero, que no se merezca Murcia esta medalla, precisamente porque se merezca más. Quizá merezcan ser distinguidos los que en efecto se han distinguido, aquellos sobre cuya individualidad sí puede concretarse un esfuerzo ejemplar, inspirador y real.
Quiero pensar que han existido sanitarios esforzados, gentes singularmente solidarias. Personas que hayan hecho más en esta situación de lo que he hecho yo, que ha sido básicamente trabajar, cabrearme y esperar. Una distinción que todos tienen no es capaz de distinguir, solo puede homogeneizar. Dar una medalla a todos es dársela a nadie. No hemos recibido la Medalla de Oro un millón y medio de murcianos. Se la ha entregado a sí mismo, dador y receptor, el presidente de la Comunidad.
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