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PRIMERO DE DERECHO ·
Frente a la moda de dar 'tablets' a los alumnos, este año me he propuesto que el aula sea un espacio de desconexión digitalAunque todavía embozados con las mascarillas, hemos comenzado un nuevo curso en condiciones que cada vez más se aproximan a la normalidad. Es una alegría ... ver cómo el campus vuelve a coger vida y, para aquellos que además damos clase en primero de carrera, el inicio de curso tiene una particular significación ya que recibimos a los jóvenes bachilleres en su primer contacto con la universidad. Se percibe su ilusión y vitalidad, pero también las inseguridades ante lo desconocido. El salto desde los colegios e institutos a la universidad, por mucho que se vea como un continuo en el desarrollo de los estudios, presenta singularidades. Por ello, me gusta dedicar la primera clase para reflexionar con mis alumnos sobre aquello que debería ser la universidad y los universitarios, y cuáles son los desafíos a los que se enfrentan en su formación. Comparto ahora algunas de estas reflexiones.
La universidad no es un centro de educación superior cualquiera. Una de sus especificidades es que la universidad debe instruir en un saber, en una disciplina del conocimiento que podrá ser útil para un oficio, pero su objeto no es formar a profesionales. En la Facultad de Derecho no se forman abogados, ni jueces, ni notarios, sino juristas. Para ello, deberán transmitirse unos conocimientos y se deberá formar en unas competencias básicas (pensamiento crítico, dominar un lenguaje técnico y expresarse con corrección, saber argumentar...). Además, la universidad es también un laboratorio del conocimiento, se hace ciencia. No es un museo ni tampoco un lugar donde solo se instruye a jóvenes. Aún más, siguiendo a Ortega, la universidad debe aspirar a consagrarse como un «poder espiritual» de la sociedad. Frente al mundo actual, frenético, intoxicado por las urgencias, por ocurrencias y por la inmediatez, la universidad debe ofrecer serenidad y reflexión, rigor. No valen los 'zascas', ni la cultura del 'influencer' o del contertulio que de todo opina y de nada sabe. Hay que huir del charlatán, apostar por el estudio, por indagar en los porqués, en las razones que sustentan nuestras ideas. Y, para todo ello, la universidad debe ser un espacio de libertad. De ahí que ser un universitario sea un auténtico privilegio y, por ende, una responsabilidad. 'Non studiamus scholae sed vitae', no se viene a estudiar por la nota sino para la vida, sentenciaba un grafiti en la Universidad de Salamanca en el siglo XVI.
Pues bien, la realización de este ideal de universidad se hace hoy más difícil, por diversas causas, entre las cuales me gustaría destacar ahora tres. Las dos primeras como consecuencia de carencias de nuestro sistema educativo que arrastran nuestros alumnos cuando llegan a la universidad e incluso después de pasar por ella. Como profesor de Derecho, la carencia más grave que detecto es en el ámbito de la lecto-escritura. Nos encontramos con alumnos que tienen serias dificultades para comprender un texto mínimamente complejo, aunque sea hacer un resumen de un artículo de periódico, y aún más les cuesta componer un escrito propio que no sea copiar y pegar. Además, no tienen interiorizada la importancia de buscar fuentes fiables de información más allá de lo que Google les pone delante. Una información que habrá que procesar críticamente si lo que queremos es generar conocimiento.
Otra importante carencia se detecta en el ámbito de la cultura humanista. Si nos integramos en una civilización es, precisamente, porque compartimos un marco cultural y de pensamiento común que nos sirve para ver el mundo con sentido crítico. La historia, la filosofía, la literatura o la cultura clásica son imprescindibles para ello y, sin embargo, se encuentran cada vez más postergadas. Más allá, el universitario debe alzar su mirada por encima de lo que está estudiando para, desde su atalaya, contemplar la sociedad y analizar la actualidad.
Por último, hay que destacar los peligros que entraña el mundo digital en un doble orden. Como hace años señaló G. Sartori, no podemos dejar que el 'homo videns' anule al 'homo sapiens', la imagen no puede arrollar al logos, al pensamiento conceptual. Además, debemos alertar de los riesgos de la dispersión y de las dificultades de atención que propicia lo digital para reivindicar la lectura serena y la concentración.
Frente a la moda de dar 'tablets' a los alumnos, este año me he propuesto que el aula sea un espacio de desconexión digital, siguiendo al filósofo N. Ordine. Una ocasión para interactuar alumnos y profesor, pudiendo mirarnos a los ojos sin pantallas de por medio.
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