Poner algo a salvo
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ESPEJISMOS ·
Somos un país de rentistas, no vemos nada malo en vivir a costa de otrosEsta ha sido una semana de bastante llorar. Sobre todo por la muerte de Paco Robles, la mitad callada de Candaya. Primero me ha hecho ... llorar la noticia de su súbita muerte, el lunes, después muchas de las notas de despedida que han inundado medios y redes. He llorado de pena pero también de agradecimiento, si tal cosa es posible, y también de admiración: en ese adiós polifónico a Paco Candaya que hemos tenido que entonar esta semana las gentes del libro no solo asomaba una tristeza enorme; también una figura irrepetible, un modelo de compromiso, humildad y sabiduría, alguien a quien aspirar a parecerse. Con ese catálogo exquisito que amasó junto a Olga durante dos décadas, y con más kilómetros que el cometa Halley en las ruedas de tanto mover autores por el mundo, Paco fue el editor español menos encantado de conocerse, y también el menos aficionado a arreglar la literatura patria a base de prédicas, brasas y admoniciones. El trabajo estaba para él en otra parte, como si siempre hubiera sabido que su memoria no quedaría en sus discursos ni en sus opiniones, sino en los libros que ardua y calladamente consiguió montar.
Me voy haciendo viejo y no hay día que no sorprenda a algún compañero de generación entregado sin complejos a algo que una vez juró conmigo no hacer jamás, desde especular con viviendas hasta clavar el estereotipo del Peter Pan cincuentón, pasando por toda la escala de grises del consumismo descerebrado. Esas despreocupadas autotraiciones suelen maridarlas con estupendos discursos de realización personal, con bien de canas al aire y porque-yo-lo-valgo. Me ponen muy mal cuerpo. Me plantan delante un espejo que también me describe en parte a mí, perdidas ya tantas esperanzas en mundos mejores que se llevaron los años buenos de mi vida. Pego demasiadas chapas. Tengo discursos para todo. ¿Qué os voy a contar si sois lectores de estos 'Espejismos'?
No me entristece gran cosa la posibilidad (más bien seguridad) de no ser recordado, pero que me aspen si me voy a entregar dócilmente a ese sucedáneo burgués de vida que rige la de mis coetáneos, bajo el mandato de acumular recursos y consumir como si no hubiera un mañana, ni una naturaleza, ni unas generaciones nuevas que proteger. No es fácil resistirse. Prácticamente todos los modelos mediáticos de hombres de éxito de mi edad llevan incorporados –junto al poder– los atributos de la riqueza y la ostentación. En España, además, un señor lo es en gran medida en tanto haya sido capaz de engrosar su patrimonio inmobiliario. Somos un país de rentistas, no vemos nada malo en vivir a costa de otros, como demuestran la mala fama del impuesto sobre el patrimonio o las dificultades para regular los precios del alquiler. Más de la mitad de adultos de 55 años o más posee al menos una segunda residencia, mientras apenas un tercio de los menores de 35 es propietario de la suya. Tampoco vemos nada malo en la depredación de los recursos naturales que conlleva nuestro ritmo de vida, desde el turismo en avión hasta la moda rápida pasando por el abuso de chips o la alimentación globalizada. Ni en la exportación de contaminación hacia países en vías de desarrollo. Ni en la desigualdad descontrolada. Pero ya estoy haciendo discursos otra vez. Tal vez la salida no esté en emitir discursos nuevos, sino en la transformación de los deseos.
Este año el Mucho Más Mayo, el festival de arte emergente de Cartagena, va sobre esto: 'Mejor con menos. Prácticas artísticas y ética de la sobriedad'. No me lo pierdo. Un día conseguiremos (nos va el futuro en ello) que el consumismo esté mal visto, que los todoterrenos maten la libido y los 'influencers' se muevan en bici. Le daremos la vuelta a los deseos que nos proyecta el capitalismo e identificaremos la vida buena con todo lo contrario. Cambiaremos nuestros modelos. ¿Quién querrá ser un macho alfa cuando puede intentar parecerse a Paco Robles? ¿Quién querrá jugar al golf cuando puede aspirar a ser como Joaquín Sánchez Onteniente, de la óptica Sobrado, de Murcia? No, no tiene redes sociales. Pero repara las gafas que en cualquier otra óptica te aconsejan desechar. Y recoge plumas y bolígrafos que la gente ya no quiere, y los pone en venta en su local. Y con lo que saca por ellos financia en parte el refugio de burros abandonados que tiene en la Ribera de Molina. Discursos da pocos, pero con su humilde praxis cuida, embellece y dignifica el pedazo de mundo que le ha tocado. Que sea suficiente. No aspiro a más. «Usa el tiempo para poner / algo a salvo», dice un poema de Cristina Morano. Si algún día me olvido de todo, de eso no.
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