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O qué bien hablan y cuánto mienten. El ejercicio de la cosa pública va convirtiéndose en un patio de vecinos mal avenidos donde la noble tarea de exponer ideas, transmitir proyectos, debatir con elegancia las opiniones enfrentadas va transformándose en un modo de malvender argumentos y convencer a la ciudadanía, especialmente la propia parroquia y los descontentos, de un modo de pensar que no concede ni el beneficio de la duda a los adversarios políticos. Se incluyen en esta retórica las gracietas sobre cualquier asunto, el descrédito de los rivales, el discurso insidioso en todas sus formas, apoyado en la mentira si es necesario, sobre hechos, personas e instituciones. El noble arte de la retórica transformado en perorata de mercachifles, panfleto de demagogos y engañifa de trileros.
El discurso retórico es en origen un ejercicio noble del pensamiento y la palabra y suele conllevar una indagación en profundidad sobre temas intelectuales, artísticos o parlamentarios. Esa profundidad, fácilmente comprobable en los clásicos y muchos modernos próceres del Foro o la Universidad, suele estar ausente en muchos discursos parlamentarios, trufados de chascarrillos de baja estofa, insultos tabernarios ('me la bufa', 'me la repampinfla', 'me la suda' decía un antiguo líder de la oposición en sede parlamentaria). El antiguo arte de la palabra queda reducido con frecuencia a una discusión barriobajera donde desaparecen la cortesía, el ingenio bajo la capa del humor y la ironía, la nobleza del ánimo frente al odio, el respeto al pensamiento diferente... Algunos debates de fondo se convierten en peleas navajeras donde toda bajeza tiene su asiento, aunque ejemplos recientes como el apoyo de la oposición de derechas al presidente portugués y el de una concejal de izquierda al alcalde de Madrid en estas procelosas circunstancias dan muestra de que no todo está perdido ni que toda la clase política merece idénticos calificativos.
La desconexión del discurso político con la ciudadanía ha provocado la ruptura de los modos tradicionales. Quizá la falsedad de algunos de ellos, aunque estén bien hilados para la trapacería, hace que la gente abrace las arengas populistas, más fáciles de entender, más directas, aunque también más falsas y dirigidas a mentes simples, de escasa sal en la mollera o tan desesperadas por la penuria que les da igual quien gobierne con tal de que les halague los oídos. Gentes que ya solo se mueven por la superficialidad de los eslóganes y las frases vacías que tocan directamente a la emoción y escasamente a la reflexión.
Lo vemos a diario: hay políticos que sostienen lo contrario de lo que decían desde la oposición, que tratan a sus destinatarios como menores de edad, que se retiran indemnes tras errores gravísimos no castigados por los votos ni por la justicia, porque muchos de ellos, realizados en provecho propio, son calificables de delitos. Se usan el grito y el insulto, la insinuación torticera, la calumnia, el ventilador para expandir la basura, con una actitud semejante a la de Sansón cuando derribó las columnas del templo diciendo: muera yo, pero mueran conmigo todos los filisteos. A base de simplificarlo o hacerlo servir para bajos intereses vamos perdiendo el idioma.
Y mientras el discurso político desciende a estratos ínfimos, por los barrios de la tecnología la conversación entre usuarios se reduce paulatinamente a niveles de enorme simplicidad. Hablar por las redes no puede calificarse de verdadera conversación sino de un intermitente relato de palabras, mezcladas con imágenes, que reduce en muchos grados la trascendencia comunicativa. Debe entenderse que no rechazo estos modos de relación y que los practico con amigos, familia y compañeros, sino que se hayan convertido en la única manera de hacerlo. Descreo de la autenticidad de los mensajes enviados a mogollón a todos los amigos para desear felices fiestas o notificar encuentros y quedadas. Todo mensaje o carta que no sea individual pierde buena parte de su carga comunicativa, convirtiéndose en lo que el lenguaje administrativo denomina una 'circular' o aviso para muchos.
Durante el confinamiento, he observado un fenómeno alentador. Además de usar las redes para mantener comunicaciones virtuales, que por otro lado nos han producido muchas alegrías y prolongado cercanías y afectos, quienes deseaban 'hablar de verdad' con deudos y amigos han recurrido al teléfono tradicional o al moderno móvil. Debo suponer que la conversación por las redes les parecía insuficiente para expresar la hondura y emotividad de ciertas comunicaciones, de idéntico modo que en ocasiones faltan las palabras y necesitamos dar un abrazo.
Confío en que, sin abandonar lo virtual, seguiremos manteniendo conversaciones cara a cara, con sus gratificantes retahílas de palabras, con los gestos y ademanes para apoyar las ideas, con risas, lágrimas, interjecciones y tonos no recogidos en el sencillo código de las redes. Quizá con ello recuperemos bastante de lo perdido en el confinamiento.
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