Vox y la política de la pureza
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El extremismo no reconoce una condición de igualdad a sus adversarios, y solo está dispuesto a expresarse en una condición de poder y de superioridadDesde 1978, nunca se ha hablado tanto de la idea de libertad como en este preciso momento. La extrema derecha y sus posiciones afines han ... desplazado el debate político hacia un escenario presidido por la urgencia histórica de elegir entre 'libertad' o la amenaza de un totalitarismo de izquierdas. En este paisaje tan maniqueo, no existen más registros ni matices. Si nos atenemos a lo sucedido durante la campaña electoral de la Comunidad de Madrid, el carácter grosero de este mensaje ha conducido a que la deseable confrontación de propuestas haya abandonado el plano de lo tangible, de las preocupaciones diarias de los ciudadanos, para elevarse a un plano de abstracción en el que se reclama el voto para combatir un miedo. Cuando el debate se vuelve abstracto, el voto se decide en términos tan genéricos –siempre contra un enemigo perfectamente identificado–, que poco importan las consecuencias que traigan esa elección. Y aquí está la clave que explica el éxito de un partido como Vox en regiones como la de Murcia: para muchas personas, votarlo no tiene más consecuencias que la de apoyar un escudo contra los supuestos enemigos de la patria. Pero el problema es que, cuando se desciende de la nebulosa y del éxtasis místico en el que la ultraderecha seduce a su masa crítica, nos encontramos con que apoyar a un partido como Vox tiene su impacto sobre la realidad –y no es menor–.
Un análisis de estas fatales consecuencias nos lleva al punto de partida: la idea de libertad. Para la extrema derecha, 'libertad' es un concepto que se formula en términos de exclusión y que significa 'libre de'. Según esta lógica, un estado de libertad, lejos de incluir y de sumar la diferencia, la depura. 'Libertad' y 'purismo' no solamente tienen una difícil convivencia, sino que, en rigor, se aniquilan entre sí. La libertad tiende por su simple desarrollo vital hacia la impureza, hacia lo heterogéneo, hacia la continua corrección de sus límites con vistas a incluir lo diferente, lo diverso. Al igual que sucede con el resto de movimientos europeos de extrema derecha, Vox persigue retomar el sentido de 'gemeinschaft', en virtud del cual son los valores identitarios los que mantienen unida a una comunidad. El purismo –afirma lúcidamente Jankélévitch– constituye un sentimiento de nostalgia; fija en el pasado un momento de esplendor que se ha arruinado con el paso del tiempo. La pureza es inmovilista; odia el movimiento porque este solo trae el contacto con la alteridad, con lo impuro.
No es difícil comprender que, para la extrema derecha, España vive inmersa en un pecaminoso estado de impureza: partidos como Podemos y Bildu son legales; el feminismo gana peso entra la sociedad; las mujeres denuncian la violencia de género y, por si fuera poco, la ley tipifica el delito concreto de violencia machista; los inmigrantes llegan a España y no se les trata directamente como criminales; existe el derecho al aborto y al matrimonio entre personas de un mismo sexo; Franco ha muerto. La libertad resulta demasiado impura para ellos. No les vale. Pero, claro está, necesitan su defensa como coartada para contraponerla al totalitarismo comunista. Es fácil darse cuenta de que el concepto de libertad que defiende Vox se halla envuelto en el papel de regalo del libertinaje económico, para ocultar, en el fondo, un proceso de depuración de la diversidad que atenta contra todos los principios democráticos. La extrema derecha solo concibe la libertad desde la superioridad y el supremacismo, no como la garantía del derecho a la diferencia. Es revelador, en este sentido, que tanto Vox como Díaz Ayuso hayan pretendido reventar –con indudable éxito– la fórmula del debate electoral durante la campaña a la Comunidad de Madrid. El debate se concibe como un espacio dialógico –es decir, una experiencia basada en el diálogo igualitario, en el que las diferentes partes ofrecen argumentos basados en pretensiones de validez, y no de poder. Y este es el problema: el extremismo no reconoce una condición de igualdad a sus adversarios, y solo está dispuesto a expresarse en una condición de poder y de superioridad.
El gran y preocupante reto al que se enfrenta la sociedad española es que esta 'política de la pureza' que promueve Vox resulta cada vez más seductora para una parte del electorado y de los dirigentes del PP. El Partido Popular hunde sus raíces en el conservadurismo; Vox, sin embargo, lo hace en la nostalgia y en la recuperación de un origen caracterizado por su pureza. La falta de criterio y de formación de algunos de los actuales dirigentes del PP les ha llevado a confundir –o, en su defecto, a hacer compatibles– el conservadurismo con el regresionismo. La 'topografía de bloques' que les ciega les incita a pensar que es preferible pactar con un partido que posee un sentido liberticida de la libertad a entenderse con otros partidos que quedan satanizados, a priori, por pertenecer al bloque de izquierdas. Lo pagarán caro. Porque el extremismo se los acabará comiendo y, más temprano que tarde, se encontrarán ante la necesidad de tomar una decisión fatal para su futuro: o se sitúan fuera de la Constitución o precipitan su desaparición para refundarse. El regresionismo se está introduciendo, como si de un veneno se tratase, en la sangre del conservadurismo. Los efectos ya se ven.
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