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Si una obra de arte es bella, no es inmoral. Aunque su autor pueda ser mala persona. En Francia acaba de ganar el premio de cine más importante del país una película del legendario director polaco Roman Polanski, y la Inquisición del 'yo también' grita porque se haya galardonado a un viejo violador. Polanski ha sido prudente y no ha ido al premio, sin hacer como Maurice Pialat, que cuando le entregaron entre silbidos la Palma de Oro en Cannes exclamó: «si no me queréis, yo tampoco os quiero». Yo celebro que haya un país como Francia donde todavía, aguantando la presión, se toman muy en serio la cultura.

La cultura de verdad está alejada de todo, incluyendo los delitos sexuales cometidos por su creador. En Francia aún premian las obras de arte exclusivamente por el arte, no por la cuota política, como en Hollywood. Los Oscar representan todo lo que hay fuera del arte, y siempre hay que ir a buscar lo mejor del cine de Hollywood repasando a quién no le dieron Oscar, o a quién se lo dieron de forma insultantemente honorífica. ¿Cuántos siglos, o minutos, perdurará aquella vieja miss Daisy a la que paseaba su chófer negro? Hay que ser muy francés, muy consciente de la superioridad de la cultura, para atreverse a premiar al maldito Polanski, prófugo de la justicia estadounidense. Pero esto nos salva en estos tiempos absurdos. Salva incluso a la gran cultura de los propios Estados Unidos, ese país atenazado artísticamente por los lobbies de la corrección y la caza de brujos machistas, todo a cargo de los llamados liberales (liberales, dicen). Las revistas de cine francesas recuperaron al cine americano de su decadente 'pompier', a finales de los años 50 y primeros 60, reivindicando el cine de género, individualista, forajido. Ahora los premios César nos salvan de los Oscar. Polanski es un genio, que además ha mantenido ese pulso hasta anciano.

El razonamiento inquisitorial de que, como Polanski es un violador, ya su consumado arte no existe o, como poco, no debe ser reconocido es perverso. Se acaba con la perversidad sexual de Polanski valiéndose de otro tipo de perversidad orquestada. Como ya ha ocurrido con el pobre Woody Allen, a quien ha dado la espalda, después de apuñalarlo, esa izquierda exquisita a la que él entregó todo. Pobre, pobre Woody, nunca supiste escoger las buenas compañías. Si solo pueden premiarse aquellos creadores que puedan mostrar un historial moral aceptable se acabaría en ese mismo momento el arte. Casi todos los grandes creadores han sido discutibles ciudadanos. ¿Hay que recordar que hasta el introductor de la contemplación budista, Schopenhauer, tiró por las escaleras a una mujer, en un pronto de genio, pero de su otro genio, el mal genio? De la persona que tiró por las escaleras en un rapto no queda nada. Del pensador que ha modelado Occidente queda todo. El Polanski creador quedará.

Cuando casi todo se haya disipado en la nada, seguirá estando, inatacable, el vasto legado que la mala persona Polanski deja a lo más valioso del espíritu humano. Y, querido Woody, has sido un pardillo.

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