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Hace tiempo, mi buena amiga Paloma Fernández, persona cabal y de las mejores investigadoras de empresa familiar, me descompuso la diferencia entre dos conceptos que nunca deben confundirse: el poder y la autoridad. «Miguel», me dijo, «el poder te lo da el cargo; la autoridad, las personas». Era una explicación sencilla para entender algo tan importante como es el liderazgo en las instituciones o en las propias empresas; las cuales, generación tras generación, deben dar poder a determinadas personas para ejercer un liderazgo efectivo, so pena de desaparecer. Para mí, la política debería seguir el mismo patrón.
La autoridad te la da el bagaje, la coherencia, la honestidad, la humildad y la generosidad para con los demás. Cualidades que, en tiempos de 'fake news' y de políticos 'fake', son todo un milagro abarcar. El cargo, en cambio, se consigue en los partidos políticos tras recibir la confianza de un líder, por elección interna, pero también por la dejadez o la indiferencia de muchos o, lo que es peor, para pagar lealtades pasadas, presentes y futuras.
Pues bien, en Ciudadanos estamos dilucidando en este momento crítico qué queremos ser de mayores y se ha introducido un falso debate sobre baronías que no va al meollo de la cuestión. El asunto radica, creo, en quién reside la autoridad y si queremos que estos manden, a todos los niveles, sirviendo al proyecto y al país.
Ciudadanos ha tenido poder y todavía lo conserva en Murcia. Como lo ha tenido y lo ha perdido a nivel nacional. Para mí, es esencial que recupere su papel, porque España necesita un centro político. Sin embargo, en ambos casos lo que me preocupa no es tanto quién dirigirá el partido sino todas las personas que lo hagan en la cúspide y en el resto de la estructura, y si lo harán con las cualidades a las que me he referido.
Albert Rivera se cargó de autoridad al liderar un partido desde la nada. Lo hizo sin salirse ni un ápice de la lucha por la regeneración política y un proyecto de libres e iguales para España, alejado de un bipartidismo desgastado. Pero hace un año cambió de rumbo sin avisar. Se equivocó, lo reconoció y se fue, en una demostración sin parangón de dignidad (aunque el tiempo le dio la razón en muchos de sus augurios sobre Sánchez). No obstante, también desarrolló un hiperliderazgo que derivó en una estructura organizativa piramidal, de franquicias por comunidades autónomas, donde todo se decidía irremisiblemente en la cúspide, para bien y para mal.
Ahora Inés Arrimadas es, sin duda, la mejor candidata para recoger el testigo. Tiene inmensas cualidades, pero no creo que el debate esté entre ella u otros, sino si va a existir un mínimo de criterio en el futuro rumbo ideológico y en la elección de cargos, tanto internos como institucionales. Sobre esto último, si se opta por la pura discrecionalidad, buscando personas que tan solo aportan lealtad y sumisión a los que le han nombrado, iremos por mal camino. Porque estos cargos tendrán temporalmente poder, pero no autoridad. Si, sin embargo, optamos por un sistema más transparente de nombramientos, en base al buen trabajo desde las agrupaciones, en un sistema más abierto de elección de cargos y con instrumentos de control realmente independientes, la cosa cambia.
A nivel regional nos ha llegado una buena señal. Se ha creado una gestora y se han incorporado a ella dos personas que rezuman, desde mi punto de vista, la autoridad que se estaba perdiendo de cara a la sociedad murciana: Jerónimo Moya es una persona que personifica la coherencia; con un discurso sincero y sin dobleces; además, fue el candidato local más votado de toda la Región en las locales, con razón. David Sánchez, por su parte, tiene un currículum apabullante y ha demostrado que se puede compaginar el éxito académico y empresarial (de donde le viene su pragmatismo y su buen hacer) con el compromiso con la sociedad a través de un partido político. Con ellos tengo la seguridad de que no habrá interferencias en el proceso electoral. Algo que estuvo en cuestión y que es esencial desterrar para recuperar la confianza en el proceso de elección de compromisarios al Congreso, que debe confirmar a dónde debe ir el partido.
Pero su liderazgo es temporal, en tanto en cuanto se confirme una nueva estructura. Luego habrá que llenar un vacío de poder que deberá cargarse personas con autoridad moral. La que dan los militantes y la sociedad a determinadas personas. No son barones, son líderes en los que reflejarse, que tiran del carro y nos señalan a dónde ir. Porque desde la distancia no siempre se escucha al general que arenga en la batalla.
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