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Ahora sí, toda nuestra esperanza está puesta en las vacunas, aunque por sí sola sería insólito pensar que acabará con todo este mal. Al contrario, nos dará la increíble sensación de invulnerabilidad, como si el druida de Panoramix hubiera creado la 'poción mágica' para hacernos ... inmortales (algún día alguien tendrá que hacer un ensayo sobre el 'pensamiento mágico' durante la Covid), cuando la real invulnerabilidad la da la prudencia y ponernos nosotros mismos las normas que nuestras autoridades no se atreven a poner.
Es necesario percatarse de que, de aquí a unos años, habrá un gran diluvio universal, en el sentido más metafórico de la palabra. En este caso, no será el fin del mundo, sino que llegará un momento en el que el virus esté totalmente controlado, dando paso a otra vida distinta pero plagada de secuelas, no solo físicas (fatigas y cansancios persistentes), sino también morales y sociales. Nos hemos acostumbrado tanto a las normas impuestas que, a veces, a pesar de que limitan nuestros derechos las obedecemos, como las absurdas flechas colocadas en el suelo, indicándonos a cada pisada el modo adecuado de caminar.
No debemos olvidar que en algún momento volveremos a la normalidad, regalando abrazos y besos y dejando atrás las malditas y agobiantes mascarillas. Justo en ese preciso momento, no habrá excusas para que nuestra libertad siga sometida al yugo de los grandes poderes, porque todos sabemos que nuestros gobernantes son como vampiros; una vez que han probado la sangre, no podrán parar de cazar. Y una vez que nos han demostrado que pueden utilizar los boletines oficiales como si fueran virreyes o sátrapas, tendrán la tentación de –con cualquier pretexto– coartar libertades individuales. Aunque en el mejor de los casos el virus muera, también puede que suene la marcha fúnebre para la libertad.
En concreto, el FMI prevé una oleada de estallidos sociales tras la pandemia. Una reflexión distócica que recuerda al libertarismo que está actualmente en auge en Estados Unidos, síntoma evidente de que la relación entre representantes y representados no va del todo bien. Este ejemplo cambia totalmente al mirar a China y su 'eficiente' modo de solucionar conflictos y 'casi' pandemias, aunque sea coartando las libertades de sus ciudadanos. A lo mejor, en un futuro, no tan lejano, un policía vestido de uniforme toque al timbre de nuestras casas y nos haga la perversa pregunta de: «¿quieres morir o ser libre?»
Malos tiempos para la lírica y para los derechos, por ejemplo, el derecho de todos los españoles a decidir sobre nuestro futuro como país. Causa cierta perplejidad la declaración de victoria de los independentistas catalanes con el apoyo de solo un 27% del censo electoral, la cifra más baja desde 1988. El virus matará personas y las libertades, pero no mata los problemas sociales y políticos.
Este tema causa fatiga y cansancio, y, sobre todo, aburrimiento. El otro día mientras tomaba café con un buen amigo mío de Madrid, me miró con las pupilas dilatadas y el entrecejo fruncido y con una voz más grave de lo normal, me dijo que, si él pudiera, se independizaría de España. Pero después de una pequeña pausa y con un tono algo más reflexivo admitió que está demasiado acostumbrado a ser español como para llevar a cabo esa tarea.
A pesar de este caso, hay muchos españoles que sí quieren desacostumbrarse. Algo que ha traído el siglo XXI es que los grandes relatos que nos unían ya han muerto, y ahora aparecen nuevas 'Arcadias felices', donde se supone que volveremos a un mundo sin paro, sin conflictos, sin pandemias, todos contentos y felices por formar parte de este nuevo idílico paraíso.
¿Está el paraíso más cerca de lo que pensábamos? Pues habrá que ser creativos y pensar en la forma de encajar una 'república' catalana dentro de un 'reino' como el español.
De nuevo el pensamiento mágico, pero un pensamiento que tiene una justificación real: en España nos hemos puesto nosotros mismos pesas en los pies que nos impiden preguntarnos qué queremos que sean 'las Españas'. Así en plural. Y mientras no se aborden con seriedad temas esenciales como monarquía-república, poder del Estado central radicado solo en Madrid, un Senado auténtico, una Justicia real y rápida, un sistema impositivo eficaz y sin prebendas... mientras todo eso no se aborde, no habrá ni vacuna ni pócima mágica que pare esta ola de autoritarismo populista.
El futuro no tiene que ser una mera extensión del presente. La ciudadanía tiene que aprender a interpretar la realidad si quiere transformarla. Creo que el único valor absoluto es la libertad y para su consecución necesitamos sistemas de agitación intelectual para el cambio social y político.
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