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Cuando en febrero de 2002 Salvador Jiménez emprendió el último viaje, su amigo de juventud Jaime Campmany le dedicó un hermoso obituario en el diario 'ABC' que comenzaba por ensalzar al «colibrí del idioma, espuma abecedaria, corazón de jilguero, trino y pluma». Jiménez y Campmany ... habían coincidido en la revista 'Azarbe', en su Murcia natal, una publicación literaria que vio la luz en 1946 y en la que les acompañaron Juan García Abellán y José Manuel Díez como fundadores. Aquel ilusionante proyecto, que apenas duró un par de años, reunió a un grupo de jóvenes escritores «no lo suficientemente valorado», como reconoce el catedrático de la Universidad de Murcia Francisco Javier Díez de Revenga, quienes llegaron a publicar una quincena de volúmenes con textos notables de poesía, teatro, narrativa y ensayo, que hoy constituyen «una joya de la literatura regional».
Salvador Jiménez López (Murcia, 1921) había obtenido en 1943 una mención honorífica en el premio Polo de Medina, instituido por la Diputación Provincial, un certamen que en esa edición ganó un aprendiz de poeta a punto de cumplir los 18 años, nacido en el barrio de San Bartolomé y con apellido de orígen catalán por vía paterna: Campmany. Ahí comenzó una estrecha amistad entre ambos periodistas, que se cimentó con el paso de los años cuando ambos coincidieron en Madrid en la década de los cincuenta. Jiménez escribía en las páginas del diario 'Arriba', que pasado el tiempo Campmany llegaría a dirigir. Allí coincidieron con César González-Ruano, desembarcando luego en el 'ABC'. Precisamente fue en ese diario donde a Salvador Jiménez se le abrió la posibilidad de ser corresponsal en París, por ofrecimiento de Torcuato Luca de Tena, tras haber rechazado la oferta el propio González-Ruano, ya con una salud endeble. Corría el año 1965. Según relata el periodista y profesor Felipe Julián Hernández Lorca, el columnista madrileño celebró aquel nombramiento como propio, apreciando las cualidades del murciano y al que dijo que pasaba «la antorcha».
González-Ruano murió a finales de ese mismo año. Campany, que se encontraba en Roma ejerciendo como corresponsal de la agencia Pyresa, supo del óbito al regresar de una cena. Se sentó a la Olivetti y redactó un magistral obituario que tituló 'César o nada' y que le supuso el premio Mariano de Cavia del año siguiente. «Solía decir César, con esa pueril ternura que a veces disfrazaba de cinismo, que a él los muertos se le daban como a nadie», comenzaba aquel artículo memorable. Es de destacar que el propio González-Ruano aún tuvo los arrestos de escribir, desde la cama, una suerte de necrológica sobre sí mismo, que vio la luz el mismo día de su muerte, el 15 de diciembre, en la que concluía que «la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir».
En octubre de este año se cumplió el centenario del nacimiento de Salvador Jiménez. No era de esperar que las autoridades lo conmemoraran. Como a buen seguro tampoco ocurrirá en 2025, cuando se cumpla la centuria de Campmany, de quien Raúl del Pozo rememoró al despedirlo en 2005 que «iba a la Facultad en pijama, con el abrigo encima, después de salir del periódico a las tantas de la noche». Aquel periódico no era otro que 'Línea', ubicado en el caserón de la calle de Jara Carrillo.
A su director de entonces, Campmany le reprochó haber tenido que emigrar a Madrid, con una mano delante y otra detrás, al negarle este una plaza como corrector y la certificación de que había trabajado allí como redactor para acceder a la Escuela de Periodismo.
Sin embargo, lo primero que Campmany publicó en un periódico fue un soneto a Colón, el 12 de octubre de 1943, aquí, en LA VERDAD: «José Ballester fue la primera persona que subió mi firma a la página de un periódico, y desde entonces permanezco en el error gozoso de creer que eso es algo por lo que le debo imperecedera gratitud», evocó en 1997. Raúl del Pozo sostenía sobre Campmany que nadie como él enterraba tan bien a los muertos: «Te hace un sarcófago como el que hace un traje». Gente genuina de una época, que parece no conviene recordarla en tiempos de mezquina mediocridad. Seres que la memoria de algunos pretende alojar a medio camino entre ninguna parte y el olvido. En fin, allá ellos.
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