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En un sentido general, puede entenderse el concepto 'pantalla' como una superficie sobre la que escribir, y por tanto leer, pero también pintar o proyectar ... imágenes. Bajo esta significación, cabrían la superficie de las paredes domésticas, los muros rocosos de las cuevas prehistóricas, los cuadros, las pizarras escolares, las hojas de papiro, pergamino o papel, los telones de teatro, las sábanas apantalladas del cine y, por supuesto, las modernas superficies de plasma de ordenadores, televisores y móviles.
Todas comparten la característica de poder representar sobre ellas realidades que existen fuera: personas, objetos, paisajes, alfabetos, películas, retratos... En ese sentido, lo que las pantallas reflejan podría acogerse a la categoría de lo virtual, uno de cuyos significados es 'aquello que tiene existencia aparente y no real' y, más modernamente, en el campo de la informática, lo que aparece reflejado en las pantallas de internet. Por ello, me parece que denominar 'realidad virtual' al contenido de las pantallas es un oxímoron, una contradicción en los términos, pues todo lo que existe transcurre en la realidad o es producto de la imaginación, pero no en ambos 'espacios' a la vez, es decir, nada puede ser al mismo tiempo real e imaginario o virtual.
La proliferación actual de las pantallas nos hace recordar que hace veinticuatro siglos, en Grecia, el filósofo Platón ya dio cuenta de la existencia de una realidad paralela a la que vivimos, aprehensible por la razón, al tiempo que advirtió de que la realidad percibida por los sentidos, en especial el de la vista, podía ser engañosa al aportar nociones equivocadas del mundo que nos rodea, por lo que prevenía contra ella.
Una teoría que desarrolló en el 'mito de la caverna', contenido en 'La República', uno de sus diálogos más recordados, donde cuenta la fábula de unos hombres encadenados a un muro desde la niñez en una gruta y situados frente a una pared que constituye el fondo la cueva. Por la parte superior del muro circulan personas con objetos diversos por un camino situado entre una fogata y el final de la cueva. En esa pared se reflejan las sombras que pasan y se mueven y que los prisioneros consideran que es la realidad. Estos hombres estarían contemplando, pues, un mundo virtual, falso, irreal, representación equivocada de la realidad verdadera existente fuera de la caverna. En un momento determinado, uno de ellos se escapa, observa el mundo exterior y vuelve para convencer a los compañeros de su descubrimiento y hacerles conocedores de la equivocación en que viven. Pero no logra persuadirlos, y ellos continúan inmersos en su ignorancia.
La sustitución del mundo real por el virtual, tan querida por los apóstoles de la cibernética, es uno de los modos del trampantojo, el birlibirloque y el atroz escamoteo en que quieren sumirnos los poderes del Sistema. De estas palabras mías no debe deducirse el deseo de que lo virtual deba desaparecer sino de que sea regulado para que quienes lo proponen no nos hagan vivir en un mundo inventado, inexistente fuera de sus pantallas.
En rigor, los libros y buena parte de las obras artísticas son elementos virtuales, aprehensibles primero con los sentidos, y más tarde con la inteligencia. Sin embargo, no nos confunden porque, a lo largo de los siglos, la Humanidad ha ido dotándose de defensas intelectuales capaces de distinguir lo real de lo imaginario y lo simbólico. Sabemos que lo que ocurre en una novela es una fantasía. No tomamos por verdad lo que en ella se narra. Ni se nos pasa por la mente creer que 'La Primavera' de Vivaldi es realmente la primavera sino una representación sonora a través de la música.
El poder hipnótico de lo virtual es tan determinante que hay quienes acaban aceptando como verdaderas las apariciones en pantalla de eslóganes publicitarios, mensajes políticos y vaciedades digitales de tuiteros afectados de logorrea, de 'youtubers', 'influencers' y 'tiktokers', todo lo cual desemboca en una suerte de alucinación general. Al tiempo que mucha gente se deja seducir y distraer por tales mentecateces, las fuerzas oscuras del Sistema, de la Economía global, desecan impunemente los acuíferos, arrasan los bosques del planeta, provocan guerras atroces que generan muertos, perseguidos, migrantes y exiliados; contaminan las aguas, las tierras y el aire, roban información. Y nosotros, entretenidos con la oferta virtual, casi infinita, de las pantallas.
Mientras seamos iguales que los prisioneros de la caverna platónica, seguiremos encadenados por nuestros captores, que continuarán engañándonos con lo virtual, es decir, con el error de la desinformación, y acabando con el mundo heredado que hoy conocemos. Tengamos la valentía de liberarnos de estas cadenas y salir de una vez a la luz de la libertad, del pensamiento autónomo y sin tutelas, aunque esa verdad nos deslumbre como al cautivo liberado de la caverna.
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