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Un niño al que dejan ser libre experimenta hasta sus últimas consecuencias esa libertad. Los resultados de esa experimentación no suelen ser agradables para la gente mayor. ¡El peligro de la libertad! Hoy los niños no son libres y tengo mis dudas de si existen ... propiamente los niños.
Hoy lo que llaman niños son pseudópodos inertes de un gran hermano tecnológico, que se supone situado en una nube. Ausentes, inexistentes: no hay en puridad niños, salvo que siguen siendo bajitos. La culpa es exclusiva de los papás. Solo faltaba que viniese un ministro español orgullosamente comunista –¿para cuando el orgullo nazi?– para decir a los supuestos niños que los obligará a jugar con muñecas y cocinitas, y a las niñas con tanques. Ya se ve que el ministro nunca ha sido niño, solo comunista. El señor ministro de Consumo solo es un pijo de los que cree en bodorrios y con eso está todo dicho. Hoy ya solo se casan sin reservas, por todo lo alto, los curas, los gays y los comunistas españoles. Porque si a los comunistas españoles no se les quita la ilusión ni con cien millones de muertos es que ya no les quita la ilusión nada. Y como pijo pijísimo no ha bajado al barro y no se ha enterado aún que los niños, cuando los había, jugábamos con muñecas. Que eran muñecos. De los clicks a los geyperman, pasando por Big Jack (que era un héroe negro, mucho antes del black lives matter). A los niños les encantarían, si sus papás no les impidieran la vida ante sus pantallas de móvil, las muñecas, que eran muñecos, y por naturaleza, no por imposición cultural. Y jugar a cocinitas. Yo freía pececillos que encontraba en la orilla del mar con la cocinita de plástico entera, y todo. Qué va a saber con qué jugaban los niños el ministro, cegado por la luz esplendente de cien millones de muertos.
Si las niñas no juegan a tanques es porque a las niñas no les han gustado mucho los tanques al menos durante los últimos cien millones de años. A las niñas no les suele gustar destruir y a los niños sí. Si las niñas no juegan a hacer rular el revólver sobre el dedo es porque tienen menos interés en ser Jesse James que en ser granjeras y poner pasteles de manzana a enfriar en el alféizar. El progresismo no aspira a cambiar las costumbres sociales, sino a cambiar el ADN. En esa pelea gana siempre el ADN, en el primer directo a la mandíbula. El ministro tiene un plan: gastarse en sus cosas todo el dinero que no alcanza para pensiones. Pero ya lo dijo Mike Tyson: «aquí todos tienen un plan hasta que reciben la primera hostia».
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