¿Libertad?
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Rebeldía murciana ·
Por cuestiones multifactoriales, se han aceptado una serie de creencias comunes que son inapelablesCon el resultado de estas elecciones en las que los socialistas murcianos han votado para que un prófugo de la justicia condone la deuda de ... Cataluña mientras la Región de Murcia sigue hundida como una comunidad autónoma de segunda, ha resurgido en esta gran nación el debate sobre la libertad de expresión. Por supuesto siempre aparejada a la mal llamada extrema derecha, no vaya a ser que alguien piense que prohibir que un niño hable español en España, como ocurre en muchos territorios de este nuestro país, sea censura de la verdad.
En el universo de extrema izquierda que importamos desde las universidades americanas se está produciendo el mayor retroceso en libertades civiles desde que las democracias se consolidaron en Occidente. Los hijos de los que con razón lucharon para garantizar la igualdad de los ciudadanos por razones de raza, sexo u orientación sexual anhelan el espíritu combativo de sus padres, y ante la falta de desigualdades reales que solventar deciden inventarse unas que lo único que garantizan es que sean revolucionarios de TikTok a costa de destruir nuestra paz mental y, sobre todo, nuestra libertad.
El derecho a la libertad de expresión lleva mucho tiempo confundiéndose con repetir eslóganes que fueron subversivos hace 50 años pero ahora son absolutamente transversales, como decir que no se puede discriminar a un homosexual por el hecho de serlo o que el color de la piel es un elemento irrelevante para juzgar las aptitudes y actitudes personales de nadie. La libertad de expresión, en realidad, es el derecho a ofender: a decir que la derecha es franquista o que la izquierda es mediocre. Es el derecho a reivindicar, para aquel que crea en ello, que el matrimonio es solo la unión entre el hombre y la mujer; al igual que manifestar si esa es su creencia que el aborto debería ser un derecho universal hasta el día antes del parto. Da igual si estamos de acuerdo o no con estas afirmaciones, porque el derecho no es a tener razón, es a ser libre para discutirlo.
Por cuestiones multifactoriales que ahora no vienen al caso, se han aceptado una serie de creencias comunes que son inapelables. Algunas de ellas, con toda lógica. Le pongo un ejemplo: la esclavitud de los negros fue mala idea. Le pongo otro: que los homosexuales tuvieran que esconder su orientación sexual es terrible. Todo bien hasta ahí. El problema empieza cuando, una vez conquistados los derechos que garantizan que razas, géneros y querencias sexuales sean comúnmente aceptadas, los revolucionarios sin revolución deciden que su forma de ser valientes es vengándose de los que en su momento habrían sido opresores convirtiéndoles ahora en los oprimidos.
Volvamos al caso de España, que es con el que empezaba a contarles este rollo y es el que nos incumbe, que para algo está usted leyendo esto en nuestras playas. Hace años había actitudes machistas, muchas en demasiados casos. Las proferían los hombres blancos y heterosexuales, entre otras cuestiones porque eran mayoría. Por fortuna esto ya no ocurre de forma transversal: no es común, ni aceptable, que un varón le dé una paliza a su esposa. Las feministas de subvención que ya no tienen un enemigo real contra el que luchar (es mucho más valiente pelearse contra el 50% de la población que contra un grupo de energúmenos completamente aislados) se inventan que todos los hombres son violadores, maltratadores y misóginos; porque así ellas son víctimas, valientes e interesantes para alguien. Criminalizan a los hombres, les odian y les discriminan; porque si sus abuelos lo hicieron con nuestras abuelas algo de culpa tendrán. Es algo así como el pecado original pero en versión ridícula. Y más lesiva.
Esta dinámica está llevando a que se censure a todos aquellos que formamos parte de un grupo mayoritario, ya seamos blancos, heterosexuales y peor aún, los que son hombres. Personas con presunción de culpabilidad fascista en un país en el que el principal problema no es ni la homofobia ni el racismo, son los golpistas que en comunidades autónomas muy cercanas a la nuestra pretenden robarnos nuestra identidad colectiva para acabar con la obra civilizatoria más importante de la historia, que no es otra que España.
Parecerá una hipérbole, pero no lo es. Al menos, como vivo de espaldas a la izquierda, aún me siguen permitiendo decir casi todo. Poco nos queda. Disfrute el verano.
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