La piel dura
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La derivada es inevitable: cuando no se tiene formación suficiente para rebatir civilizadamente se recurre al insulto, a la infamia, a lo personal, al amarillismoSecciones
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La derivada es inevitable: cuando no se tiene formación suficiente para rebatir civilizadamente se recurre al insulto, a la infamia, a lo personal, al amarillismoDespués de la agresión verbal sufrida la semana pasada por Irene Montero a cargo de una diputada de Vox, se ha dicho y escrito mucho ... sobre la idoneidad o no de calificar como «violencia política» o «violencia machista» este incidente. Pero, cuando se bucea en el discurso latente que subyace en cuestionamientos de este tipo, aquello con lo que nos encontramos es con una suerte de lugar común, transversal a cualquier ideología, y que, por desgracia, ha terminado por convertir a la política en un estercolero inhabitable –a saber: que lo que, en cualquier otro ámbito de la vida, sería un acto de violencia intolerable, en la política se debe considerar como 'gajes del oficio'–. A Irene Montero –y a otros muchos representantes públicos antes que ella– se le ha afeado su reacción «sensible» ante dicho episodio de violencia verbal bajo el pretexto de que un político debe soportarlo todo y, por lo tanto, tener la piel dura. Y no, no es ni puede ser así porque lo estamos confundiendo todo.
Una cosa es que, sin ánimo de generalizar, nos parezca que la política se ha degradado intelectualmente y que el grado de mediocridad de algunos de sus representantes roza el insulto a la inteligencia. Cierto es que el número de 'profesionales de la política' –sobre todo, en la Región de Murcia– resulta sonrojante y que –como regulador de calidad– se debería pedir un mínimo de vida laboral fuera del desempeño político a quienes quisieran dar el salto temporal a él. Del mismo modo, la crítica constructiva no solamente es sana, sino necesaria para la democracia. Cualquier labor profesional está sujeta al escrutinio y la valoración de terceros, y, desde luego, la gestión del dinero público no puede ser menos. El problema es que la realización de una crítica constructiva debe ir precedida de un análisis riguroso y argumentado. Y tal análisis resulta imposible si no se posee el equipamiento intelectual necesario. La derivada es inevitable: cuando no se tiene formación suficiente para rebatir civilizadamente se recurre al insulto, a la infamia, a lo personal, al amarillismo, esto es, a la violencia en sus diferentes grados y expresiones.
No, un político no debe consentir que se le trate de cualquier manera por el mero hecho de serlo. Valga más o menos, muestre mayor o menor eficiencia en su gestión, nos caiga mejor o peor. Siempre hay un límite y, desgraciadamente, este se sobrepasa con demasiada facilidad en los últimos tiempos. Yo mismo lo he padecido. Y hablo desde una triste experiencia que no se la deseo a nadie. Cuando la opinión de los demás no se limita a tu gestión y, desde la actitud más miserable, se entra en tu vida personal, se inventan barbaridades, te conviertes en un trozo de carne en sobremesas y conversaciones etílicas de tardeo, cuando te insultan por la calle... entonces ya no estamos hablando de crítica política, sino de violencia en toda su dimensión. Siempre he pensado que, en términos similares a lo que era el antiguo Servicio Militar, cada ciudadano debería cumplir un año de servicio público y sentir lo que es que todo el mundo juzgue ya no tu trabajo –a lo que, evidentemente, tienen derecho–, sino tu vida. Estoy completamente seguro de que muchos excesos que se cometen con los políticos cesarían. El insulto y el odio constituyen un claro síntoma de una vida mediocre y gris. Quienes se ceban en lo personal con otras personas es porque necesitan apalear a terceros para que sus vidas adquieran algo de sentido. La mediocridad siempre es parasitaria de la existencia de los demás.
No nos extrañe que la calidad de nuestra clase política vaya cada vez a peor. Los mejores huyen del servicio público porque económicamente no les compensa y porque, además y sobre todo, nadie sensato quiere pasar por la trituradora del odio y la mediocridad generalizados. Sé que pagan justos por pecadores –porque conozco gente maravillosa en el ámbito político que, más en estos tiempos, suponen un lujo para cualquier sociedad–, pero la sociedad que tanto se indigna tiene a los representantes que se merece. No se puede, de un lado, estar exigiendo excelencia a tus representantes políticos, y de otro, sumarte alegremente a cualquier jauría humana que pretende despedazarlos. Basta ya de considerar que un político es un saco de boxeo el cual, por cobrar del dinero de todos, tiene obligación de poner buena cara cuando lo despedacen. Está bien tener la piel dura porque, en clave personal, nadie se puede desmoronar con cualquier comentario y debe estar preparado para recibir las críticas por su desempeño.
Pero el concepto de 'piel dura' forma parte, en la semántica actual, de ese conjunto de expresiones machirulas –tipo 'hay que venir llorado de casa'– que tanto gustan al patriarcado orgulloso y a su principal representante –la extrema derecha–. La fortaleza y la virilidad son nociones diferentes y que no deben ser confundidas. La virilidad lleva consigo la normalización de la violencia como forma de convivencia. Y eso es lo que estamos viviendo en la política española. Ya no gana quien tiene el mejor argumento, sino quien golpea más fuerte, quien hiere y desgarra con mayor crueldad. Sinceramente: esto no hay quien lo soporte.
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