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Posee la cultura popular una galería de tipos singulares que suelen protagonizar historias sencillas, sucedidos o consejas sin mayores complejidades que haberse convertido en paradigma de actitudes o comportamientos, tanto ejemplares como dignos de burla y vituperio. Son prototipos humildes, carentes de la grandeza de seres históricos o personajes de la cultura con mayúsculas como Eva o Lilith, símbolos de la primera mujer, Juana de Arco, la heroína por antonomasia, Job, modelo de entereza frente a los reveses de la existencia o el príncipe Hamlet, de la duda insufrible e inmovilizadora.
El talento se encarece con el superlativo 'ser más listo que Cardona', que parece aludir a un noble medieval, quien, sospechando que su cabeza rodaría por cierta traición al rey, se puso a salvo, lo que quedó en la memoria popular como un caso de inteligente previsión frente a las adversidades. En ocasiones y para ponderar la misma virtud se recurre a Lepe, lejano obispo de Calahorra, célebre por su enorme cultura.
Picio, ejemplo de la fealdad suma, tiene origen en un zapatero de Alhendín, Granada, que, condenado a muerte y a punto de cumplir el castigo, recibió la noticia del indulto. Fue tal la impresión que perdió todo el pelo, y en la piel de la cara le nacieron bultos y tumores que convirtieron su rostro en una horrorosa máscara, tanto que, a punto de morir, el sacerdote le dio la extremaunción con una caña porque no se atrevió a acercársele.
En la cultura folclórica, Juan y Pedro son sinónimo de personas desconocidas o a las que no se quiere aludir directamente, de ahí que abunden en expresiones con carácter genérico. 'Entró como Pedro por su casa' equivale a sin pedir permiso ni respetar las reglas de un lugar al que no se pertenece. Algo semejante ocurre con 'Perico el de los palotes', ejemplo del personaje ignorado: '¿Quién hizo este desastre? Habrá sido Perico el de los palotes' sugiere el desconocimiento del causante. Autores como Covarrubias o Iribarren ('El porqué de los dichos') señalan que quizá esta locución pueda referirse a los niños que empiezan la escritura con palotes. Otros la derivan de un bobo que en el XVI precedía al pregonero maltocando con dos palotes un tambor. Por los años veinte la usó como seudónimo de prensa Carmen de Burgos, 'Colombine', autora de la novela 'Puñal de claveles' sobre el crimen de Níjar, que retomaría García Lorca en 'Bodas de sangre'.
Cuando se nos quiere enviar al infierno sin pasar por engorrosos juicios finales nos mandan directamente a 'las calderas de Pedro, o Perico, Botero', convertido en un demonio familiar de los que pueblan los antros del submundo. Quizá el apellido Botero aluda a la pez con que los boteros impermeabilizaban sus cueros de vino y que serviría de eficaz combustible para hacer hervir las calderas donde se 'cocían' los pecadores.
El apelativo Juan Lanas señala al hombre de carácter blando y apocado, sin voluntad y fácilmente manejable por otros, en especial la propia mujer. En los Siglos de Oro fue el bobo que aparece como Juan de Buenalma en autores como Lope de Rueda y Quevedo. Igualmente popular es Juan Palomo ('yo me lo guiso, yo me lo como'), ejemplo de egoísmo y persona que, desdeñando la colaboración con los demás, actúa siempre en propio beneficio.
Uno de los más célebres es Abundio, el tonto de remate que ocasionalmente es sustituido por Pichote, otro de la misma cuerda. Los ejemplos de su necedad son numerosos y comienzan con el consabido 'es más tonto que Abundio', completado con las acciones hiperbólicas que le han granjeado el título, tales como 'vender el burro para comprarle paja', 'ir a vendimiar y llevarse uvas de postre' o 'correr solo en una carrera y quedar segundo'.
Las mujeres no suelen protagonizar el prontuario de los insultos tanto como los tipos masculinos, aunque alguna ha sentado plaza en el folclore como medio de acallar, tomándoles el pelo, a los niños revoltosos. Es el caso del cuento de María Sarmiento, que en punto de hacer sus necesidades 'se la llevó el viento'. De menor entidad es la Pótola, prototipo de la holgazanería: 'Ser más vaga que la Pótola, que se compró una casa redonda para no barrer las esquinas'.
Quiero terminar este breve muestrario con tres personajes, quizá los más celebrados de nuestra Literatura, que han pasado, gracias a la popularidad de las obras que protagonizan, de cultos nombres propios a comunes para señalar comportamientos tanto ejemplares como deplorables. Un 'quijote' es el idealista empeñado en proyectos imposibles; 'celestina' es la alcahueta que intermedia en amores prohibidos; y, en fin, el 'donjuán', conquistador por antonomasia que anda de capa caída en el aprecio social en un tiempo escasamente propicio para las exaltaciones machistas.
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