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Dijo Pierre Victurien que la revolución, como Saturno, acaba devorando a sus hijos. A él le quedaban unos minutos para que le rebanaran el pescuezo ... en la plaza de la Concordia, entre vítores de quienes, unos días antes, lo habían aupado y acompañado en el Gobierno del Terror. Francia, de nuevo, creó un modelo de conducta humana que nosotros, hijos de la última modernidad desquiciada, repetimos hasta la caricatura, pero sin peluca ni tratados de filosofía. Ese mismo aire metafórico agita los árboles de nuestra plaza pública, el de la opinión y oficial, a veces tan distante de lo que cada ciudadano piensa para sí mismo y guarda con celo a ser descubierto, Dios no lo quiera, como un radical hereje contra el progreso.
Le ha tocado a Karla Sofía Gascón pasar, como en una reacción química, de heroína a desterrada de todas las causas. Esta revolución que viven nuestros tiempos es tan voraz que apenas da tiempo a digerir el rostro de los nuevos ídolos. Aún me encontraba yo en plena catarsis de reconversión, tocándome el corazón con la palma de la mano para dejar de considerar a Errejón un prócer contra la violencia machista y tomarlo como un violador, cuando me topo en las portadas de los periódicos y en las tertulias de radio que la primera trans en ser nominada a los Oscar es, en realidad, un elemento perturbador del mundo libre e igualitario.
Todo ha sido fugaz, impredecible. Una mujer trans escribió hace unos años unos tuits subidos de tono en los que criticaba al islam. Lo hacía desde un punto de vista radical, preguntándose, al albur de los atentados de Charlie Hebdo, cuándo en Europa se iban a tomar medidas para echar a esa religión violenta de nuestras sociedades. Karla Sofía tal vez sea un prodigio de la interpretación, pero no tiene el don de la palabra. Sin embargo, esos tuits representan su esfera privada. Es un pensamiento que no merece cancelación, sino discusión. Algo, sin embargo, está pasando por alto en todo este debate. ¿En cuántos países árabes podría Karla Sofía Gascón vivir con su condición de transexual? Entre una activista de los derechos trans y una apestada, el mundo ha decidido el segundo camino. Es el más corto. Y el más infame.
Sospecho que su carrera ya está acabada, viendo la altura del humo que levantan las hogueras. En todo caso, el cine no ha tenido mucho que ver. De Karla Sofía Gascón sé que es una actriz trans española y que protagoniza 'Emilia Pérez', película que no he visto. Conozco también que ha sido nominada al Oscar a mejor actriz principal, y que el polvo de esta polémica ya ha dejado varios cadáveres en el camino. Las preguntas son legítimas: ¿Debería ser nominada a mejor actriz o a mejor actor? ¿Consideramos estos premios en la misma categoría que el deporte, donde una persona que ha cambiado el género tiene más aptitudes físicas para competir que el resto de sus compañeras? ¿Tiene sentido, pues, que si el sexo es una voluntad, un deseo, y no un estado biológico, la Academia de cine divida el premio en masculino y femenino? Un signo de los tiempos es que formular siquiera estas preguntas genera una oleada de censura en lugar de un debate democrático y abierto.
Ese era el rumor de fondo a una nominación celebrada en España por todo lo alto. Karla Sofía Gascón estaba haciendo historia. Había roto barreras, antes en la demoníaca Estados Unidos que en la libertaria España. Era un orgullo nacional para todos los apologetas del igualitarismo. Así lo manifestó el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, quien dijo de ella que era «un ejemplo de talento y dedicación de las actrices españolas». La prensa construía panegíricos como se suelen construir los monumentos en España, contra el otro. La buena de Karla Sofía era buena porque los que ponían en duda su éxito eran malos. La convirtieron en un estandarte. Politizaron su cuerpo, su decisión de ser una mujer habiendo nacido un hombre y la arrojaron a las trincheras de la guerra cultural. Les importó un bledo Emilia Pérez y su interpretación. Solo buscaban carnaza, el titular. Una trinchera más que cavar.
El siempre certero Rafa Latorre publicó en 'El Mundo' una opinión que describía a la perfección el desquiciamiento de nuestro tiempo. Si Karla Sofía Gascón ya no aspira al Oscar y ha sido cancelada su presencia en la gala, en las entrevistas y en el mundo público por unos tuits que escribió en el pasado, tal vez sepa que fue nominada también por una cuestión propagandística. El arte, al fondo, empequeñecido, queda como pretexto. Como excusa para montar y disfrutar la fiesta con dinero de otros.
Este ambiente de hogueras trae una realidad descorazonadora. Si Karla Sofía Gascón hubiese criticado, por ejemplo, a Israel o algún grupo social no identificado con las minorías, como los católicos, hoy sería favorita para ganar el Oscar, el ministro Urtasun seguiría orgulloso de estrecharle la mano, Netflix promocionaría con su cara la película y yo no tendría que estar escribiendo este artículo.
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