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Me quedaba horas mirando esa parte del Belén. De niño, mi imaginación corría entre palmeras hacia el templo y escrutaba a los soldados, con las ... espadas desenvainadas, brillantes de acero y de sangre. Resultaba la parte más explícita del Nacimiento. ¿Cómo se podía pasar de la alegría por el alumbramiento de un Dios desnudo a la angustia de unas madres que observan con impotencia cómo asesinan a sus hijos? Eso es la vida, lo dulce y lo amargo en apenas unos centímetros, la belleza y la podredumbre humana separadas por tan solo unas horas. El Belén tenía sentido no tanto por el pesebre, sino porque un rey temeroso de perder su corona había mandado asesinar a todos los recién nacidos.
No hay datos ni testimonios que conviertan la matanza de los Inocentes en un hecho histórico. Solamente lo cita Mateo en el capítulo 2, 16-18, con una breve descripción metódica: «Al darse cuenta Herodes de que aquellos sabios de Oriente le habían burlado, se enfureció; y calculando el tiempo por lo que ellos habían dicho, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y sus alrededores. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías: Se oyó una voz en Ramá, llantos y grandes lamentos. Era Raquel, que lloraba a sus hijos y no quería ser consolada porque ya estaban muertos».
La matanza, por lo tanto, viene a cumplir una profecía por la cual Efraim y Manasés, ante la destrucción de Jerusalén en el 587 a. C., se lamentan del cautiverio futuro y de la pérdida de sus raíces. Raquel era la esposa de Jacob, enterrada muchos siglos antes en Belén, cuya tumba presencia la diáspora y la destrucción del primer Templo. En eso se apoya Mateo para enmarcar los primeros días de existencia de Jesús, en el sacrificio de un pueblo recién nacido, en la muerte que sirve para salvar a todo un Dios, que escapa y lleva consigo la sangre de los que perecieron esa misma noche en la que él tendría que haber muerto.
El niño que dejé de ser aún se conmueve por esta historia, pero el adulto que escribe se cuestiona la literalidad de los hechos. No soy teólogo, pero sí humano. La matanza es la respuesta de un rey temeroso a ser derrocado. Se entrevista con los magos de Oriente porque ha escuchado rumores sobre el nacimiento de un Mesías. Los Reyes Magos utilizan su ingenio para engañarlo. Herodes, al saberse burlado, manda asesinar a todos los recién nacidos. ¿Serían conscientes estos hombres sabios (de los que nunca se especifica que fueran tres) de la desgracia que había provocado su artimaña en el pueblo de Belén? Es una pregunta que me aterroriza porque detrás de una vida salvada hay muchas sacrificadas.
Otra cuestión pendular sobre la moral del hecho la formuló José Saramago en 'El evangelio según Jesucristo'. En el mismo Evangelio de Mateo, en los versículos 12-13, se narra la huida a Egipto. Paralelamente a los planes de Herodes, un ángel se aparece en sueños a José y le advierte de la matanza que está a punto de producirse: «Cuando ya los sabios se habían ido, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José, siempre obediente, huye rumbo al sur creando otra escena mítica del Belén, la mula cargando a la Virgen con el niño y José dirigiendo sus pasos hacia la salvación.
¿Pero acaso José no sintió remordimientos al salir, en mitad de la noche, sin avisar a sus vecinos que también experimentaban la felicidad de la reciente paternidad? ¿Cómo pudo un buen padre de familia, honesto, no avisar a los demás? ¿Qué pensaría al escuchar por última vez el llanto de los niños mientras descendía por los cerros de Belén, sabiendo que en pocas horas serían ahogados por la espada? Saramago resuelve la historia con un Jesús adolescente que cuestiona y desprecia a su padre, a su cobardía pasada, y lamenta que su existencia, su supervivencia, haya causado tanta muerte inocente.
La Biblia es una conversación continua entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Mateo incluye la matanza de los Inocentes porque la ha leído antes en el Éxodo, cuando el Faraón manda asesinar a los niños judíos. Luego Yahveh acaba con la vida de todos los primogénitos de Egipto y el pueblo de Israel se libera del yugo extranjero. Dos matanzas paralelas. Pero los tiempos en los que nace Jesús hablan un lenguaje distinto a los del cautiverio en Egipto. Jesús es el Dios que pone la otra mejilla, que se sacrifica por su pueblo. Tal vez, en la cruz, pensaría en esos niños que murieron para que él pudiera, un día, preguntarse si toda esa sangre tuvo sentido. Si fue justo hacer de la noche del pesebre un Gólgota.
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