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Puro cine, eso es lo que vieron mis ojos. Un hombre, desesperado, se arrodilla en la playa, como Charlton Heston en la última escena de ' ... El planeta de los simios'. Se deja la garganta en el abismo de un grito: «Me has 'reventao' por dentro». Mira hacia el mar. La oscuridad se cierne sobre la costa. Montoya corre hacia su futuro, en busca de su pasado. Grita. El cámara lo sigue, con una destreza propia de un atleta. La música que suena en mi cabeza es Vangelis, en la carrera inmortal de 'Carros de fuego'. Uno, que ha pasado muchos días de su vida en la filmoteca, espera encontrar al final la mirada inquisitiva y asustada del niño que se moja los pies en el mar, en 'Los cuatrocientos golpes' de Truffaut, pero la escena se enreda. El héroe llega al castillo, que es una casa de deseo, y con sus gritos derriba la puerta del pecado. En una celda oscura, su chica gime y rebota sobre el cuerpo de otro hombre. El silencio se rompe y con él la danza de amor. Un 'coitus interruptus' visualizado por media España. Montoya, herido, jura venganza. Es la hora del hombre.
Contemplé la escena fascinado, pensando que tenía que haber un guion detrás, que a esas personas les habían pagado para actuar. Conozco 'La isla de las tentaciones', pero nunca me he sumergido en sus aguas de forma completa. Apenas me he mojado los pies hasta el tobillo, haciendo 'zapping'. Siempre he considerado esas escenas de jóvenes en la playa una especie de casting del terror, una prostitución encubierta. Al parecer, a los tentadores les pagan por provocar escenas sexuales a los concursantes. Dinero por sexo. Ellos, tipos musculados que no querría encontrar ni compartiendo la cola del supermercado, embutidos en pieles vitamínicas y con los nombres de sus abuelos tatuados en el pecho; ellas, todo pestañas y labios de silicona, con bañadores reducidos al exclusivo misterio del pezón, mascando chicle como camellos.
Me lamenté de que no estuviera nominado a ningún Goya. Pero me dijeron que no, que todo era real, que es la tónica general del programa. Ni Goyas ni Academia. La vida, tal cual, de forma explícita y clara. En eso consiste el 'reality', en caer en la tentación, en hacer apología de los cuernos. En mojar y que te mojen las lágrimas de arrepentimiento. Luego la televisión se apaga. Las escenas se multiplican en las redes, en los medios de comunicación. A los pocos días, me siento obligado a parar la clase porque mis alumnos quieren comentarla. ¿Acaso no las has visto tú, Pepe?, me dicen. Y claro que la he visto, les confieso. La he visto y la he disfrutado, aunque esto no lo admitiré jamás.
Imagino que el poder del dinero no tiene límites. El éxito de 'La isla de las tentaciones' es sintomático. Y tampoco es un hecho aislado. Sin embargo, ningún programa ha ido tan lejos en la banalización del cuerpo, en exponer la fealdad humana tan a las claras, en promocionar una forma de amar tan tóxica y que humille tanto al ser humano. Si en 'El banquete' de Platón los asistentes dialogan sobre cómo el amor afecta a las almas, en esas dos villas paradisíacas es la carne la que practica, sin teorizar, todas las formas posibles de traición. Hay sexo en la piscina, en la cama, en las tumbonas, en la orilla. Hay sexo con remordimientos y con aullidos, en silencio y por despecho. El sexo se celebra, pero no bajo el auspicio de la libertad, lo cual agradecería, sino bajo el signo de la traición, de los celos enfermizos. Un tufo de posesión insana recorre las acciones de los personajes, una violencia detenida en la mirada, en la expresión a la hora de hablar del otro. El cuerpo es mercancía. Exponen su intimidad al público. Destruyen la decencia que alberga cada ser humano por dinero. Me pregunto qué será de sus vidas, de su cotidianidad, de qué hablará esta pareja en sus horas muertas. ¿Tendrán hijos alguna vez?
Vivimos tiempos confusos. Las imágenes de Montoya jodiéndole el polvo a su novia con otro hombre coinciden con las del juicio a Luis Rubiales, por ese beso a Jenni Hermoso. Al mismo tiempo, Mapi León, una jugadora del Barcelona, le tocó claramente la vagina a una rival y se mofó de ella atribuyéndole un órgano masculino. Sin consecuencias. Todas estas acciones caben en la misma sociedad: el aplauso, el desprecio y el silencio. En unas horas, celebramos esa forma tan tóxica de relacionarse que hizo a Montoya recorrer un camino monetizado y asistimos a la posible pena de dos años y medio de cárcel a un tipo por un beso. Mapi León, por razones que no son un misterio, escapa de la polémica como Jean-Pierre Léaud en 'Los 400 golpes'. Nunca fue el qué, sino el quién. El 'show' de la isla de las tentaciones ha llegado, pero está de este lado de la televisión, no en las pantallas.
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