Elogio del belén
Apuntes desde la Bastilla ·
Cada hogar proyecta su esencia, su anhelo de permanecer en este mundo, unidos, en unas cuantas figuras que hablan de Dios, sí, pero también de nosotros mismosSecciones
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Apuntes desde la Bastilla ·
Cada hogar proyecta su esencia, su anhelo de permanecer en este mundo, unidos, en unas cuantas figuras que hablan de Dios, sí, pero también de nosotros mismosUno de los pocos lugares donde se refugia mi infancia es en el belén. Existe toda una metafísica del nacimiento, un ritual que une a ... las familias españolas en torno a una mesa y multitud de figuras que reclaman su protagonismo una vez concluido el puente de la Constitución. Mi niñez está compuesta de imágenes montando el belén, desempolvando las figuras metidas en una caja de galletas danesas y proyectando, con sumo cuidado, una historia que no hacía falta que nos contaran, porque la estábamos representando.
El día de montar el belén siempre era fiesta en mi casa. Diseñábamos una geografía maravillosa y ambigua. Para nosotros, la Palestina romana combinaba los desiertos y la nieve invernal, las montañas y cuevas con bosques de cedros. Mares muertos y vivos alimentados por ríos en donde los pescadores lanzaban sus cañas mientras los peces bebían, como en el villancico. Nuestro belén significaba un cosmos construido con nuestras propias manos. Durante el día que duraba el montaje, mi hermano y yo nos convertíamos en ingenieros capaces de revertir el curso de las aguas, llenábamos de tierra un trozo de cartón para simular las arenas del desierto egipcio y horadábamos una cartulina para aposentar a la Sagrada Familia, el refugio donde nacería todo un Dios.
Durante un par de años, el Niño Jesús de nuestro nacimiento desapareció. Era la figura más pequeña de todas. Nada que ver con los camellos de los Reyes Magos o los pastores que portaban ovejas en sus hombros. El Niño era apenas un minúsculo punto que había que iluminar desde el interior del pesebre para hacerlo notar. Estuvimos buscando la figura durante días, debajo del sofá, por si el pobre se había quedado esperando a que volviese el invierno para ser protegido de nuevo. Fueron dos años de sede vacante, pero aquel belén de mi niñez representaba mucho más que un hecho histórico o teológico. Significaba la unión familiar frente a una obra de teatro exhibida dos mil años después, una tragedia que inicia sus compases con la mayor de las ilusiones, que es el nacimiento de un ser humano. Todos sabíamos que ese niño acabaría en la cruz, lacerado por los romanos y escupido por el Sanedrín, pero durante un mes, hasta el día de Reyes, nosotros celebraríamos la vida, la ilusión, la infancia. Y esa fuerza de espíritu estaba por encima de cualquier figura olvidada debajo de un sillón. Nuestro belén estaba dentro de nosotros. Nos mantenía unidos. Alejaba el mal.
Cuenta nuestra vida, sí. En cada belén hay mucho de intimidad de las familias. También las figuras son elocuentes con las ausencias. Recuerdo que cuando faltaron mis abuelos, los Reyes Magos no traían solamente regalos al recién nacido, sino también la memoria de los que ya no estaban, que hacían sus pasos por la arena de forma lenta pero constante. A mi abuelo le gustaba contemplar la otra parte del belén que se aleja de la teología, la cotidianidad de un pueblo efervescente hace dos mil años y que cobraba vida durante unos días. Me refiero a los pastores, los campesinos, los carniceros, las mujeres que iban a lavar al río, y hasta el 'caganer', un miembro herético que nos llenaba de ilusión colocar en un extremo, detrás de las montañas de papel, para que la Sagrada Familia ni lo intuyese desde lejos.
Llevar la vida real y diaria al belén es algo que hemos visto desde niños, que pasa de generación en generación desde hace siglos. Fue así como el arte italiano se sublimó en las tierras murcianas, de la mano de Salzillo. En mis viajes a Nápoles, nunca pierdo oportunidad de visitar el belén de la Certosa, donde se recrea toda una ciudad con minuciosidad y picaresca, como lo es Nápoles, como me imagino la Belén bíblica. Me gusta pensar en esa línea de arte y fe que nació de las manos de San Francisco en el pueblito de Greccio, hace ya más de 800 años. El religioso convenció a un grupo de vecinos para representar el nacimiento. Solamente la figura del Niño fue esculpida. De esa humildad, porque no hay nada más humilde que un grupo de amigos contemplando el milagro de la vida, pasó a Nápoles, al derroche de sus calles, de la felicidad de su irreverencia. El camino se traza hasta Murcia de la mano de Salzillo, y de ahí a cada familia. Por eso el belén es el terreno de la libertad compositiva. No hay dogmas ni teologías. En ningún Evangelio está escrito que un buey y una mula dieran calor a la Sagrada Familia. Cada hogar recrea una historia que comenzó hace más de dos mil años. Cada hogar proyecta su esencia, su anhelo de permanecer en este mundo, unidos, en unas cuantas figuras que hablan de Dios, sí, pero también de nosotros mismos.
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