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Yo, señores Magos, yo no soy malo. Lo prometo desde lo más profundo de mi conciencia y me arrojo desnudo a estas líneas que, cada ... 5 de enero, escribo con el objetivo de saciar las vanidades que me arrastran. No quisiera un coche nuevo, ni una casa más grande, ni éxito en los artículos, porque eso sería extralimitar la acción de la magia y convertir el papel de cada domingo en una pesada carga. Esta carta es distinta a la de otros años porque no pide, sino que se vacía. No reclama ni exige, como cuando apuntaba de niño el barco pirata con sir Francis Drake a los mandos, cada año, con la desilusión correspondiente porque había caído un balón de fútbol, una tele o un libro. Hoy pretendo solo que me escuchéis, que valoréis lo que soy cuando me pongo delante de estas líneas, puntual, cada domingo desde hace tres años, llueva o haga calor, en Navidad o en verano, triste o alegre, en mi boda o en un funeral.
Querría honestidad para seguir afrontando los temas diarios, que la ira de nuestros días no manche mi escritura, porque el secreto de un buen artículo reside en ser comedido, en no aplicar la fórmula del cíclope, que solo aprecia lo malo en un lado del tablero, y yo sé, queridos Magos, que en este país hace demasiado tiempo que el sistema da muestras de debilitamiento. No guardé silencio cuando los casos de corrupción asolaban Génova y tampoco me callaré ahora que acorralan Ferraz, porque según he aprendido de los grandes maestros de la profesión, es el dardo de la honestidad el que más lejos llega, y no el que se lanza según los intereses del momento.
Ideología, sus Majestades, todos tenemos ideología. Estamos impregnados de ella y ya me acostumbré a no ocultarla, a no revestirla de palabras vacías para que muchos no se aparten de esta cita dominical. La mía ha sido construida a base de lecturas y experiencias, de caídas del caballo sin llegar tan siquiera a Damasco, de desengaños y autoafirmaciones. No me causa desaliento haberme equivocado en algunos juicios, porque han sido emitidos en el ejercicio intelectual del pensamiento libre. No me debo a ninguna sigla ni a ningún nombre propio que no sea el de mi conciencia. Mi trabajo no depende de una llamada telefónica, del humor de un ministro o consejero y en esa soledad disfruto de una libertad creadora que festejo cada domingo con mis lectores.
Sé que los tiempos a veces requieren mancharme las manos. Y yo lo hago sin pensar en el lunes, ese momento en el que lo escrito envejece tan rápido que a los pocos días el artículo parece un arlequín de lo que pretendía escribir. Yo tengo las manos llenas de heridas y de barro, porque durante estos tres años hemos vivido múltiples elecciones, las tiranías de hombres y mujeres que pretenden pasar a la historia no por su pericia gubernamental, sino por su rostro más duro que el mármol. También catástrofes que asolaron el país y que esperan un nuevo amanecer para asomar por el horizonte, desde el Mar Menor a Valencia, afilando la inoperancia de unos gobernantes que deben responder por sus actos, a uno y otro lado. Señores magos, deseo, en los próximos años, no amedrentarme al escribir que el agua moja, que el barro mancha, y que una negligencia es tanto en Paiporta como en Madrid como en Bruselas.
Sé que a veces me pongo sentimental y hablo demasiado de mis asuntos. Algún alumno me recrimina que utilizo mi vida como material literario y teme que sus fechorías queden reflejadas en este papel de los domingos, como cuando, hace unos meses, este utilizó la inteligencia artificial para escribir una redacción. Cómo decirle que mi tarea es reflejar de la forma más nítida posible lo que sucede en la calle, como diría Juan de Mairena, que nada de lo que acontece a mi lado me es ajeno. Que pretendo desnudar los hechos que me asaltan porque, estoy seguro, constituyen la verdad de lo que me rodea.
Las columnas, queridos Magos, no son literatura, pero aspiran a construirse desde la buena escritura. Por eso redacto esta carta a los Reyes Magos, en la víspera de la epifanía, y la mando no al buzón real, sino al periódico que me ha acompañado durante estos tres años y que ha soportado mis deseos, mis miedos, mis opiniones políticas, mis descargas de conciencia, mis alivios ideológicos, y os pido, majestades de Oriente que un día mirasteis a la cara a un niño desnudo e indefenso, que no me dejéis callarme nada de lo que pienso, que mi camino lo guíe la honestidad y que tenga siempre claro que es la escritura lo único que calma mi conciencia contra los abusos, los tiranos, las injusticias y todos los males que asolan este país de desiertos, bosques y cíclopes.
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