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Le pido paciencia para leer este artículo. Tómese su tiempo. Acomódese y dele un trago al café. Le propongo que se deleite con una escritura ... ajena a la mía, un poco burocrática, pero esclarecedora para entender el signo de los tiempos. Siempre he pensado que para saber del siglo XIX es más útil leer a Flaubert que un ensayo, pero ante este caso que les propongo dudo de la capacidad evocadora de la literatura. Las líneas que traigo son un espejo de perplejidades. Un agua fresca que recorre las ideologías del mundo y las va limando. Allá va:
«Catalunya ha sido siempre un territorio que ha acogido a mucha población procedente de otros lugares y ha tenido la capacidad de integrarla en nuestro modelo democrático de sociedad y en la catalanidad. En nuestros días el 18% de la población catalana tiene nacionalidad extranjera y un 24% han nacido fuera de Catalunya. Estos datos expresan la trascendencia del fenómeno migratorio. La situación en Catalunya determina, de acuerdo con la voluntad de la sociedad catalana, la necesidad de asumir la gestión de dicho fenómeno por parte de la Generalitat de Catalunya y las entidades locales que la integran, como administraciones más cercanas a la población. Para este supuesto se diseñó el art. 150.2 de la Constitución. Con esta ley Catalunya podrá dar respuesta con capacidades suficientes a la necesaria plena integración en el país –incluida la integración lingüística– basada en un marco de derechos y deberes y el respeto a los derechos fundamentales, que es condición para la cohesión social y el progreso».
Tal vez usted pueda pensar que este párrafo lo ha escrito un Santiago Abascal gerundés, la líder de Aliança Catalana, Silvia Orriols, que propuso hace menos de un año aceptar solamente la inmigración que favorezca la economía y que no ponga en peligro la identidad catalana. O quizá a estas alturas de la historia política española a usted no le espante nada, y se despierta cada mañana preguntándose qué pensará hoy el partido al que votó. Tiempos difusos para la lógica, para la razón, asediada por el oportunismo, por la supervivencia.
Salga de su perplejidad, querido lector. El párrafo citado lleva, en el membrete, el símbolo de la rosa y las siglas del Partido Socialista Obrero Español. A buen hambre no hay pan duro, solía decir mi abuelo observando otros tiempos, otros panes. Las circunstancias que han llevado al partido de Gobierno a escribir un libelo más propio de Le Pen que de una formación de izquierdas, comprometida con la multiculturalidad, son de sobra conocidas y no puedo extenderme más, a riesgo de convertirlo en un género literario recurrente. Pedro Sánchez ya fijó su máxima el primer día que pisó La Moncloa: resistir a toda costa.
El acuerdo que ha firmado el PSOE con Junts, en Bruselas (nada de debate parlamentario, con luces y taquígrafos, a la sombra de las conspiraciones) habla de catalanidad y deseo de la voluntad catalana. Me sorprende porque hace poco se realizaron una elecciones autonómicas en las que el partido vencedor fue el propio PSC, y los partidos que exigían endurecer las medidas migratorias quedaron apartados del poder. ¿A qué sociedad catalana se refiere? ¿A la que no se manifiesta en las urnas pero manda en Madrid?
Justifica el PSOE este acuerdo, lo maquilla, con las frías cifras ofrecidas. No hay mayor realidad que las matemáticas, pensarán en Ferraz, si aún siguen pensando una política común para todos. Esgrimen que en Cataluña hay un 18% de inmigración y un 24% que ha nacido fuera de ella. Admiten que el peligro de la «catalanidad» (qué demonios será eso) reside no solamente en el subsahariano que se juega la vida para encontrar un trabajo, sino también en el murciano que se afinca en Barcelona para buscar unas condiciones que, tal vez, no le ofrezca su querida Murcia. Esto no es solo oportunismo, también es xenofobia y clasismo.
Basta ir al INE para comprobar que Almería y Alicante están por encima del 20% de inmigración. ¿La gestionarán las diputaciones provinciales a partir de ahora? ¿Es esta una emergencia también? Lorca supera el 19% de inmigración. ¿Está en peligro la lorquinidad de existir tal estado del alma? ¿Suponen una amenaza los inmigrantes que transitan por nuestras calles? Hasta ahora pensaba que no, pero esta respuesta no tendría que responderla yo, sino los militantes del partido que han firmado el acuerdo.
Lo aceptarán las bases, lo aplaudirán los alcaldes y concejales, los justificarán los medios afines. Una medida que podría tener la firma de Trump, que se complementa con la gestión de la frontera por parte de los Mossos y la gestión de la Generalitat de las devoluciones de extranjeros. Una derrota del Estado en su parte más esencial: la solidaridad entre españoles, la igualdad ante la ley, la humanidad de ayudar al que más lo necesita. Y lamento desmotivarlo, querido lector, pero hay tanta hambre como pan duro en la España de hoy.
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