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No es fácil escribir 800 palabras sobre la corrupción. Debería ser un tema masticado ya. A ningún español le sorprende que sus gobernantes roben a ... manos llenas. Desde los tiempos de Felipe III, en los que el Duque de Lerma convenció al monarca para cambiar la capital a Valladolid donde había adquirido unos terrenos, nuestra historia sigue una línea que afecta a todas las épocas, de izquierda a derecha, de monárquicos a republicanos. Sin embargo, el caso del PSOE en estos últimos años presenta algunas particularidades que no habíamos visto desde hace mucho tiempo: no han esperado a asentarse en el poder para empezar a robar, durante la pandemia, mientras usted no podía despedirse de su padre y de su madre, que morían solos en una habitación. Mientras todo eso ocurría, la médula espinal del partido se forraba. Juntos salimos más fuertes, decían. Pero solo unos pocos mucho más ricos.
He aquí una diferencia esencial. Desde el discurso de Ábalos en la moción de censura en la que se anunciaba que Sánchez venía a limpiar la corrupción de las instituciones (paradojas de la vida, Ábalos como pregonero de una nueva época), el partido no ha hecho más que caer en una catarata de presuntos desfalcos, presuntas mordidas, presuntos nepotismos y presuntos hábitos delictivos que harían enmudecer al más pintoresco de los mafiosos. Algún cinéfilo podría recordar con malicia que Sánchez cada vez se parece más al 'pater' familias de los Tattaglia, ese personaje que sirve de antagonista a Vito Corleone en El padrino.
Han pasado seis años desde la asunción de Sánchez, en los que España no se ha limpiado de corrupción. Sobre la 'Gürtel' no nació un país nuevo, diferente, frontalmente opuesto a los hábitos acostumbrados, sino todo lo contrario. Aquellos medios, aquellos votantes que exigían ejemplaridad a un PP podrido, ahora buscan excusas y se sumergen en el ridículo argumental para defender la imagen de un partido, el PSOE, que hiede de una fragancia bien conocida por todos. Sánchez llegó al poder con un discurso fuerte y sentido: nosotros no somos como el resto, creemos en la honradez y devolveremos a las instituciones su prestigio. Seis años después de aquel bautismo interesado, los casos de corrupción se multiplican como los hongos bajo los árboles, la familia corre el riesgo de pasar a la historia como los Borgia y el legado legislativo lleva como epitafio la reforma del Código Penal para rebajar penas por malversación e indultar y amnistiar a corruptos. Ni el Duque de Lerma se atrevió a tanto.
El aire siciliano del PSOE abofetea en la cara del ciudadano nada más abrir un periódico, da igual del espectro ideológico que sea. No me refiero solamente a las crónicas de tribunales, pobladas de miembros del PSOE, amigos, esposas, hermanos e intermediarios, todos unidos bajo el símbolo de la corrupción, sino a la forma de proceder y al miedo generado. Que un militante del partido, Juan Lobato, acuda a la notaría para registrar unos mensajes recibidos y atestiguar su limpieza con respecto a las prácticas habituales impuestas desde Moncloa, denota la altura moral del juego político. Pero también algo mucho más peligroso: que Sánchez ya ha asimilado sus necesidades y su supervivencia a las instituciones. El Estado es él.
Huele a final de época, a descomposición de los miembros, a instituciones colapsadas de malas prácticas. En 'El padrino', cuando Vito Corleone agonizaba en un hospital, los clanes aprovechaban para ajustar cuentas, para salvarse de la quema. Hoy, Aldama canta 'La Traviata' para espanto socialista, que jura no conocer nada de lo atestiguado. El final siempre es cruel y cómico. El final siempre saca a relucir los cadáveres que se han escondido en la nevera. En esta agonía, que aún durará, porque buena parte de la sociedad prefiere convivir con la pestilencia a abrir las ventanas, no pierde ni Sánchez ni un partido al que España le ha perdonado todo durante todos los años. El daño es más sustancial. Pierde buena parte de los medios de comunicación, que llevan un año convenciendo al usuario de que Begoña Gómez es una honrada trabajadora, directora de una cátedra sin estudios universitarios; que David Sánchez, un músico sin orquesta, no fue enchufado en la diputación de Badajoz; que Aldama solo pasaba por ahí; que Delcy nunca pasó por ahí, que Ábalos es un espectro sin memoria histórica; que el fiscal general del Estado no actúa de guardia pretoriana; que los múltiples jefes de gabinete no son sicarios políticos, sino honrados servidore; que la UCO es un agente de extrema derecha; que los jueces prevarican, y que lo que ven sus ojos, querido lector de periódicos, es un montaje universal para hacer ver que Pedro Sánchez es el jefe de los Tattaglia. Muchos ignoran que no está en juego un político, o un partido, sino los fundamentos de la democracia.
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