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En ese deporte tan español, muy practicado en la clase periodística, de vapulear al presidente de los Estados Unidos hemos podido presenciar en las últimas semanas comentarios críticos que con crudeza o condescendencia describen la pobre actuación de Trump al abordar la lucha contra la pandemia.
Sin embargo, un observador atento encontraría enormes similitudes en la actuación de la Administración estadounidense y la del Gobierno de Sánchez. De entrada, han logrado polarizar sus respectivos países. Ciertos medios de información americanos afirman que Trump es una catástrofe y un descerebrado y otros sostienen que su manejo de la crisis es el adecuado. En España no faltan los piropos para Sánchez junto, sobre todo, a mucha sordina en sus deslices al lado de descalificaciones en las que se le considera como el hombre más inadecuado para enfrentar un problema como el actual desde que llegó la democracia. Un desastre, en resumen.
Luego tenemos otros rasgos parecidos. Ambos son soberbios y ególatras, solo hay que ver cómo el presidente americano escupe tuits sarcásticos contra sus detractores políticos y cómo Sanchez es tan altanero que no mira nunca al líder de la oposición cuando este sube a la tribuna del Congreso en un gesto claramente de desprecio. Algo insólito, poco elegante. Trump habla poco con algún gobernador demócrata pero nuestro presidente mejora ese ninguneo, no le coge el teléfono en seis ocasiones a la presidenta de Madrid, que no es solo la capital de España sino la más angustiada por la crisis. Más semejanzas: ambos tratan de ser omnipresentes en los medios, aspecto agravado en España por el hecho de tener una televisión pública totalmente dominada, con un Consejo de Administración que sería impensable en otros países democráticos; disfrutan, lo que les resulta rentable, encontrando a un enemigo que es utilizado como cortina de humo para blanquearse; hacen constante demagogia con un enfoque de la crisis totalmente político, electoralista, y no vacilan en tratar de rechazar o sortear las normas. Trump tiene demasiados corsés para conseguirlo verdaderamente, pero lo intenta. Sánchez remolonea al máximo para que las Cortes no puedan fiscalizarlo.
La forma como reaccionaron al principio también es coincidente. Trump daba a entender que el tema no tenía excesiva importancia y que sería controlado, la realidad lo despertaría. Sánchez, avisado por Europa y teniendo cerca el patente ejemplo de Italia, aún estaba organizando manifestaciones a las que sus ministras acudían con guantes por si acaso. Hasta en la mentira se asemejan. Trump es el embustero máximo del mundo democrático, seguido de Johnson y Sánchez, pero nuestro presidente es un alumno aventajado. Hace pocos días, con luz y taquígrafos, en las Cortes, aún sostenía que España era la primera en esto o en aquello como lo atestiguaba la Universidad de Oxford. Era una nueva trola. La universidad británica no nos situaba a la cabeza en ninguno de los acápites con los el presidente sacaba pecho para suministrar munición a sus simpatizantes y allegados.
Lamentablemente, los medios de información internacionales, en contra de lo que insinúa Sánchez, no han sacado precisamente la impresión de que España ha sido modelica en el tratamiento del coronavirus. Se nos da una nota mediocre, a veces baja, y ello tendrá incidencias a medio plazo, por ejemplo en el turismo.
Lo que aparece en más de un influyente medio de información extranjero es lo que piensa cualquier mente que no esté subyugada por los palmeros del Gobierno. La prueba del nueve. Teniendo España un buen sistema sanitario, que ciertamente lo tiene, habiendo los españoles mostrado un comportamiento generalmente disciplinado en el confinamiento, ¿cómo es posible que seamos desde hace una semana, día tras día, el país del mundo con más muertos por cada millón de habitantes? El primero de 193 países. España tiene 374 fallecidos por cada millón a fecha 13 de abril; Italia, 329; Bélgica, 341; Francia, 214, etc... ¿Por qué Alemania, Portugal y Grecia, países dispares donde los haya, tienen cantidades ínfimas comparados con nosotros? El observador extranjero, la prensa internacional y las embajadas extranjeras están para eso, deducen que hemos podido tener mala suerte, pero que algo hemos hecho mal. ¿No fueron las manifestaciones algo suicida?, me dice un diplomático foráneo.
Trump sigue actuando pensando en su reelección. Su popularidad, a pesar de lo que creamos aquí, no ha bajado por el momento. Sánchez piensa en mantenerse a cualquier precio, hay que ver cómo trata a sus adversarios y cómo cultiva a Bildu y Esquerra en las Cortes. Otros presidentes, como el francés, se vuelcan curiosamente hacia objetivos trumpianos. Macron piensa que es el momento de consumir productos franceses, otros lo imitan. Quizás debemos aquí pensar lo mismo de los productos españoles.
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