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Desconozco el tiempo que fue necesario para que la lengua recogiera en el tesoro de sus palabras la expresión 'pasar (de) página' con el sentido ... figurado de dar por terminado un asunto –por lo general penoso, conflictivo o molesto–, dejándolo atrás y abriéndose a otro diferente. La expresión sugiere connotaciones tales como dejar lo pasado en el olvido, eludir el sufrimiento o la aflicción que ello conlleva y entrever la posibilidad de situaciones más favorables.
Sospecho que la frase debió de acuñarse cuando una parte de la población sabía leer, con lo que pasar una página equivalía a situarse en otro escenario escrito, a veces radicalmente distinto del que se abandonaba. Este salto de las palabras desde sus sentidos reales a los metafóricos es un paso harto frecuente en la comunicación hablada o escrita, lo que concede una riqueza casi infinita al lenguaje.
La inmersión actual en las tecnologías de la comunicación, la paulatina sustitución de las páginas escritas por páginas de móvil, ordenadores y tabletas ha determinado un salto en la expresión. Hoy contemplamos muchas menos páginas de libros, revistas, hojas publicitarias... que pantallas electrónicas, por lo que la expresión se ha trasladado de inmediato desde el mundo analógico al digital. Cierto es que con pequeños matices. Parece ser que la expresión 'cambiar de pantalla' se gestó en el ámbito de los videojuegos, caracterizados por el paso rápido de unas pantallas a otras y la gradación ascendente en la complejidad y las dificultades para culminar los juegos que en ellas se desarrollan.
En todo caso, la expresión es muestra de un cambio de paradigma social –el abandono del papel como soporte de la comunicación escrita y su sustitución por las pantallas, también designadas como 'el plasma'–, sinécdoque incorporada recientemente al caudal de la lengua. Sobre la desaparición del papel no es necesario extenderse. Baste constatar la paulatina obsolescencia en que han caído cartas, citaciones, circulares, postales de paisaje y Navidad –también llamadas 'christmas'–, telegramas, billetes de banco, menús de restaurantes (sustituidos por información en código QR)... Lo que no supone, por otro lado, un ahorro de materias primas, pues el papel lo multiplica vertiginosamente la sobreabundancia de folletos publicitarios.
La lengua que hablamos, capaz de expresar lo profundo del ser humano, se amolda a los nuevos usos y situaciones, pues, entre otras funciones, cumple la de reflejar el mundo del entorno. Sin embargo, la lengua es, unas veces, dócil, y, otras, rebelde. Dócil porque se adecua al tiempo presente, mostrando la existencia de nuevos avances, descubrimientos, formas de pensamiento, herramientas... Y rebelde porque también posee memoria, buena parte de ella depositada en textos escritos, lo que le permite erguirse frente a los cambios, manteniendo palabras y expresiones de forma metafórica o simbólica, aunque mucho de lo que designe haya desaparecido.
La palabra latina 'ínsula' –isla– casi no existe con esa forma, salvo en el sustantivo 'península' y el adjetivo 'insular'. Hace siglos que desapareció una moneda ínfima, la blanca (Quevedo la recordaba así, haciendo un juego de palabras: «que es lo menos de su casa / doña Blanca de Castilla»; y Lázaro de Tormes engañaba al ciego cambiándole las limosnas en blancas por medias blancas, episodio que termina con el jarrazo que le asesta el amo, rompiéndole los dientes y la cara, al descubrir el engaño. Hoy, sin embargo, aún decimos, para subrayar la carencia de dinero, 'estoy sin blanca'. Quizá lo desconozcamos todo sobre esa moneda, pero seguimos vinculándola con la escasez de peculio. Igual ocurre con 'catalejo', palabra formada por el antiguo verbo 'catar', mirar, y el adverbio 'lejos', que mantiene, ya en desuso la palabra, su antiguo sentido de 'mirar'.
La lengua es elemento indispensable de la comunicación, un tesoro que debemos preservar porque sus raíces nos vinculan a lo que fuimos, componente básico de lo que somos. Por ello, no hay prisa en desembarazarnos de términos y expresiones por considerarlas de un mundo periclitado. Y aunque no todas pueden conservarse, pues carecemos de capacidad mental para ello, no debemos darnos prisa por abandonarlas, dejándolas a la orilla del camino como antiguallas inservibles porque muchas de ellas sirven para adentrarnos en la Historia o en el territorio inmenso y mágico de nuestros autores clásicos, en muchos de los cuales aún bebemos como fuentes de la cultura actual.
Hechas estas reflexiones, me asalta la duda sobre si la escritura en las pantallas desplazará a la que sustenta el papel. Y a la mente me viene Platón, que, en su diálogo 'Fedro' mostraba el temor de que la escritura acabaría con la memoria de los hombres, que hasta entonces se sustentaba en la tradición oral. El tiempo ha demostrado que la oralidad sigue viva y que la escritura ha contribuido a mantenerla y conservarla a través del tiempo.
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