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Será por ignorancia, o quizá por el deseo de parecer avanzados, sin descartar nuestro complejo de que aún llevamos boina, aunque solo sea mental, y ... siempre la despreocupación ancestral por el cuido y el amor a nuestra lengua. Lo evidente es que perdemos palabras a chorros. Pero no nos importa porque siempre aparece un barbarismo para sustituirlas y convencernos de que es igual una voz propia, curtida y afinada por el uso de millones de bocas, que una nueva, que acaso no sabemos ni pronunciar y que ni siquiera se ha fogueado en la conversación íntima, en la literatura o en el habla de todos con todos.
Supongo que fue un alumbramiento feliz que un automóvil capaz de circular indistintamente por la ciudad, el campo y las pistas forestales se denominara 'todoterreno'. Hoy, a pesar de su fuerza expresiva y su claridad, va perdiendo espacio en favor de las siglas SUV, 'Sport Utility Vehicle' (vehículo utilitario deportivo). A cierta gente le parece más elegante la foránea que la nuestra.
Perdimos la voz '¡alto!' para la circulación rodada, que mantienen sin embargo algunos países hispanos menos remisos a usar la propia lengua, en favor del insulso 'stop', que no permite ninguna frase con enjundia, salvo la anodina 'hacer el stop'. 'Alto' es, por contra, rica en polivalencias. Puede usarse como interjección para alertar a alguien o impedir una acción. La expresión militar '¡alto el fuego!', o simplemente ¡alto!, sirve para detener un movimiento o prohibir el acceso a un lugar. Se convierte en sustantivo o adjetivo según las funciones que quieran expresarse. Pero la perdimos para su uso en carreteras, calles y caminos. No vale argumentar que 'stop' se usa en toda Europa. También en Europa se circula por la derecha, mientras que los ingleses lo hacen por la izquierda en su país y no pasa nada. Luego ocurre que en los paseos de ciudades costeras del Mediterráneo nos tropezamos con los ingleses, que siguen empeñándose en caminar por su izquierda.
Así, gradualmente, vamos ingresando en la anglosfera, hablando su lengua y comiendo, a veces con los dedos, 'cookies', 'beefsteaks', 'hot dogs' y 'hamburgers', remedos de la buena comida, y regándolos con colas de colores, combinados químicos que sustituyen con altiva insolencia de recién llegados al buen, exquisito y benéfico vino. Las personas inteligentes –una especie en severo peligro de extinción– seguirán bebiendo vino y comiendo chuletones de Ávila y cordero segureño, si pueden, aunque últimamente esté mal visto consumir carnes rojas (una estrategia comercial, me temo, de los vendedores de pollo y pavo, que son blancas).
Perdimos 'lote', referida a un grupo de elementos parecidos y agrupados para una determinada finalidad. En los últimos tiempos entró en el ámbito de la sexualidad de tanteos con la expresión 'darse el lote'. Ahora, para el primer significado preferimos los neologismos 'pack' o 'kit', especialmente en los viajes de turismo.
Va decayendo Pekín frente a la británica 'Bei Ging'. Como capital de la China misteriosa e impenetrable, Pekín figura en expresiones como 'perro pekinés', 'China, capital Pekín' y curiosos títulos cinematográficos como '55 días en Pekín', rodada en 1963 a las afueras de Madrid e interpretada por Charlton Heston y Ava Gardner. Por ahora, usan 'Bei Ging' casi exclusivamente los desatentos traductores de agencias internacionales, aunque a poco que nos descuidemos se colará en los telediarios y la prensa, con lo que perderemos definitivamente una de las escasas palabras con una 'k' entre sus letras.
Igualmente se pierden gentilicios en 'í', que conforman andalusí, ceutí, marbellí, aplicados a personas o elementos de reminiscencia árabe: saharauí, marroquí, saudí... (no confundir con gentilicios catalanes de igual terminación: manacorí –Rafa Nadal es de allí–, mallorquí, pollençí...) Ahora, tales gentilicios desaparecen por influencia de las agencias de noticias foráneas. Un conocido terrorista, Abu Bakr al Baghdadi (en inglés), se llamaba así porque nació en Bagdad, apellido o apodo que, en español, sería 'el Bagdadí', con acento en la 'i'. Pero esa necia propensión a no traducir al español algunos términos ingleses va convirtiéndolo en una insípida y lastimosa sopa lingüística. Igual pasó con Bin Laden ('el hijo de Laden'), nombrado siempre a la inglesa, en vez de Ben Laden, a la española, como si no existieran Beniaján, traducible como 'los hijos de Hasan' o 'de los que amasan yeso', el apellido y toponímico Benimeli ('los hijos de Mahli'), Benalmádena ('los hijos de las minas') y algunos millares más.
Si olvidamos la cautela, el idioma derivará en un híbrido irreconocible e incapaz de expresar lo que sentimos ni darle sentido al mundo circundante. En nuestra mano está impedirlo o dejarnos llevar por los falsos cantos de sirena de una modernidad líquida que amenaza con empobrecernos mentalmente, llevándonos sin que nos demos cuenta a las playas del atraso y la indigencia intelectual.
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