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Voy teniendo una edad (que es lo que se dice eufemísticamente cuando nos hacemos mayores) y, con referencia a la lengua que hablamos, he tenido ... ocasión de ver marcharse, por abandono o desprecio, palabras entrañables que hasta hace unas décadas eran de uso común entre vecinos, amigos y familiares. Muchas de ellas también las he utilizado, aunque no siempre pertenecieran a mi vocabulario personal, pero sí a mi entorno.
Son palabras que ingresaron en el prestigioso y algo devaluado espacio de los arcaísmos y que ciertos 'modernos' incultos repudian como incorrectos porque a menudo se dibujan en labios de personas mayores o perviven en los rincones de una sociedad agraria en retroceso que conserva, mejor que nadie, las huellas de ciertos usos, costumbres y modos de hablar pretéritos. He oído pronunciar a alguna gente el hermoso adverbio 'agora', que evolucionó al más moderno 'ahora'. Pues bien, 'agora' revela más que 'ahora' su origen latino en 'hac hora', en esta hora, en este momento. Algo parecido pasaba con 'hogaño', procedente de 'hoc anno'.
Desaparecida la tierna estampa de los asnos del ámbito agrario, se desvanece con ellos todo un enorme caudal de términos, hoy obsoletos: para qué servirían unas 'aguaderas', un 'serón', 'un ronzal', qué empleo le daríamos al verbo 'aparejar' y a las palabras 'soo' y 'arre' (que dio el verbo popular 'arrear') para mandar detener o estimular al animal...
Hubo una época lejana en la que los hogares no disponían de 'agua corriente' y se surtían de fuentes y pozos. Este sintagma de dos palabras surgió en contraposición al agua quieta de pozos y albercas, considerada peligrosa y que, cuando se contaminaba, era origen de enfermedades. El adjetivo 'corriente', frente al agua 'quieta', no quería decir, 'frecuente', 'común' o 'habitual' sino 'que corre', para diferenciarla del agua estanca de pozos y balsas, cuya quietud podía acarrear riesgo sanitario de plagas y epidemias.
Cuando en esas mismas casas las familias se calentaban con braseros colocados bajo una mesa de camilla y removidas las brasas por una 'badila' de hierro, el combustible usado era el carbón vegetal y sus variedades, el 'cisco' y el 'picón', productos procedentes del carbón machacado. Eran tan populares que trascendieron el ámbito doméstico, pasando a formar parte de frases habituales como 'estar hecho cisco', que, referida a un objeto, significaba estar muy deteriorado y roto y, si a personas, tenía el sentido de estar derrengado tras hacer ejercicio o al final de una jornada extenuante. De la quema del carbón mineral se desprendían partículas que llamábamos 'carbonilla' cuando se viajaba en trenes que usaban este combustible. Vender picón era, quizá, un oficio femenino. Al menos, la carbonería existente frente a mi casa de la niñez estaba regentada por la señora Clementa. Y, durante la República, el escritor José María Pemán escribió un célebre drama de carácter liberal, 'Lola la Piconera', que, instalado el Régimen, se transformó en una película de enorme éxito popular, aunque con una orientación reaccionaria y antiliberal. Estaba interpretada por la célebre tonadillera Juanita Reina.
La arroba ha desaparecido casi totalmente de la circulación hablada, salvo en el ámbito de la comunicación por redes. Hay quienes creen que es solo ese signo situado entre el usuario y el servidor en una dirección de correo electrónico. Sin embargo, tiene una larga e interesante historia desde que los copistas de libros en latín se ahorraban una letra sustituyendo la preposición latina 'ad' (hasta, hacia) por @. Este signo procedía de Arabia y, a partir del siglo XVI, se usó como medida de peso y capacidad hasta que decayó en el XIX frente al sistema métrico decimal. Hay expendedurías de vinos donde todavía se puede pedir el vino por arrobas. La Academia de la Lengua desaconseja su uso para referirse juntamente a masculinos y femeninos.
Quienes iban al mercado lo hacían para 'mercar', palabra casi desaparecida, mientras que perviven derivados como mercadería, mercado, mercadotecnia, mercachifle, aunque muchos prefieren anglicismos como 'market' y 'marketing'.
Conocí a una vecina muy anciana que me dictaba las cartas que ella, carente de instrucción, no sabía escribir, y que me pagaba con una peseta que sacaba de la 'faltriquera', una bolsa atada a la cintura y remetida en el vestido, donde guardaba el peculio. Todavía en mi infancia, las niñas comulgantes recogían el dinero obtenido por las estampas de la primera comunión en una bolsita de tela blanca que en esta ocasión se conocía como 'limosnera'.
Sé que no me haré popular entre los lectores jóvenes, si alguno hay frente a esta página, pero hoy no me sentía con ánimos para hablar de política y políticos, del viral y estúpido vídeo de Montoya en 'La isla de las tentaciones', ese 'follaero' –en ambos sentidos–, ni del peligroso patán que ocupa la Casa Blanca.
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